A veces sólo la distancia...
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 05/06/2013 08:03:00
por Maria Silvia Orlovas
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Traducción de Teresa
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¿Quién no necesita estar a solas de vez en cuando? ¿Esparcirse? ¿Cambiar de aires?
Eso le hace bien a cualquiera, a cualquier relación. Pues muchas veces nos acostumbramos a la rutina, a la forma de actuar del otro, a la comodidad e incluso a la falta de comodidad.
¿Has visto cuánta gente se acomoda en relaciones, en trabajos malos, en rutinas que se podrían incluso cambiar, pero los implicados no ven una salida?
Es un hecho que las relaciones son kármicas, que las personas se encuentran por la ley de atracción de los semejantes y que a lo largo de la vida vamos juntándonos y separándonos, conforme al cambio de nuestra vibración. Ese concepto espiritual explica en fin de muchas relaciones, pues a veces las personas siguen queriéndose, y se resisten a terminar, a cambiar, a marchar de casa o del trabajo. Quieren persistir, como en la famosa frase hasta que la muerte os separe. Ahora bien, nadie les había avisado de que hay otros tipos de muerte, como la muerte de los sentimientos, o la muerte del intercambio, del aprendizaje con la persona o situación.
Cuando ya no tenemos nada más que aprender, que intercambiar, la vida impulsa a un cambio y eso es muy bueno.
Pero cuando no estamos seguros de que el tiempo de estar juntos se ha acabado, es muy bueno vivir una separación. Pues separados tendremos la oportunidad de dar más o menos valor a aquello que vivimos, podemos mirar desde fuera, con menos pasión e incluso menos enojo aquello que nos rodea.
Dejamos de estar tan seguros.
Pero sé que es difícil proceder así. Por lo regular, el simple hecho de mencionar un cambio nos desestructura, engendrando enorme ansiedad. Muchos están tan enganchados a conceptos antiguos y fallidos que no se ven solos. ¿Sabes aquella vieja historia de malo con él, peor sin él?
Pues bien, ¿es que debemos continuar cargando con consejos que servían bien para el tiempo de nuestros abuelos?
He de decir que estoy totalmente a favor del matrimonio, de relaciones estables, pero con amor, con respeto, con intercambio. Si perdemos todo eso que es la base para una vida sana, ¿qué nos resta? ¿Una cuenta conjunta o deudas compartidas?
Vivir con alguien, sea en el matrimonio, en la familia o incluso en el trabajo tiene que ser bueno. No se puede estar todo el tiempo haciendo concesiones o donándose para que el otro progrese; nosotros podemos amar a una persona, pero sobre todo, necesitamos amarnos.
Pero nuevamente cuando hablamos de amor, las más de las veces es mucho más natural pensar en amar al otro, o esperar a que él nos ame, que nosotros mismos amarnos y cuidarnos. Esperamos que el amor venga de fuera, y nos consideramos correctos, espirituales y generosos. Cuando a decir verdad sólo tenemos miedo a encarar aquello que de hecho sentimos.
Necesitamos, sí, comprender a los demás, donarnos al otro, pero no podemos ni debemos ser falsos, mentir que estamos bien, que soportamos ciertas cosas que no tragamos. De hecho, el matrimonio, las asociaciones, la convivencia familiar exigen mucha luz, mucha sabiduría, desprendimiento y amor, pero es preciso que sepamos cuáles son nuestros límites y permitirnos poner esos límites.
Hacerlo todo por amor es signo de falta de autoestima. Y a menudo, para comprender lo que de hecho está ocurriendo, necesitamos la distancia. No sólo la distancia física, sino el tiempo de la distancia.
Eso funciona muy bien para hijos que van a estudiar o a vivir fuera, para aquellos que se casan y dejan de frecuentar la casa de los padres, para personas casadas que en algún momento necesitan replantear la relación, e incluso para las amistades. Pues cuando estamos muy juntos creamos un vínculo sin espacio para respirar, para observarnos e incluso para ver las cosas buenas que el otro nos ofrece.
Necesitamos los unos de los otros, de los espejos que las relaciones ofrecen. Y necesitamos mucho la distancia para aclarar nuestros sentimientos, y dar valor a lo que de hecho tiene valor.
