Actitud que modifica el Karma
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 10/01/2012 15:40:42
por Maria Silvia Orlovas - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Conocí a Ana Lucía cuando acudió a mí para terapia y conviví con ella en cursos y grupos. Chica alta, guapa, licenciada en Derecho, tenía todo para ser feliz, pero viviendo un momento difícil, con el fin de un matrimonio que había durado 8 años, estaba triste. Trabajamos en terapia cuestiones familiares y de autoestima, porque al final de una relación afectiva es muy natural que la persona quede medio destruida, sin saber a lo cierto si se ha equivocado o ha acertado poniendo fin a la relación. No siempre las cosas terminan claramente.
Perder la identidad cuando se vive una relación larga es bastante natural, porque sin darnos cuenta vamos adaptándonos al otro, cediendo ante su voluntad e intentando conciliar nuestros gustos y deseos en función de la perspectiva del otro. Y nada hay de equivocado en ello, porque no somos reyes ni reinas y, por lo tanto, ciertamente tenemos que rendirnos a las reglas básicas de la buena convivencia.
Ceder forma parte de cualquier relación, escuchar al otro, aceptar sus puntos de vista también. Esto es lo que podemos llamar construir una historia de complicidad. Pero cuando no recibimos de vuelta lo que habíamos ofrecido, no sirve de nada discutir, gritar, como hizo Ana Lucía en su matrimonio. Por cierto, cuando acudió a mí ya tenía claro dentro de sí que en algunos momentos ella había cedido más allá de lo debido y, en otros momentos, gritó, discutió, intentando hacer valer sus opiniones y sentimientos, y de nada sirvió.
Vimos, en Vidas Pasadas, la guerrera fuerte que no quiso aprender con los demás. Vimos también en otro encuentro la versión opuesta, la mujer que guardó todo dentro de sí, mostrando una sumisión que no era verdadera. Comprendiendo esos dos extremos de su personalidad, tratamos de equilibrar las fuerzas, teniendo por objetivo el bienestar en una relación futura.
Ana Lucía tenía algo muy positivo. Esa muchacha era muy valiente y honrada consigo misma y, después de sufrir tanto con el término de la relación, quería ver lo que estaba mal en su comportamiento, a fin de cambiar. Y eso es fundamental para la conquista del bienestar, pero yo no esperaba de ella una actitud tan sabia como la que tuvo en un viaje con una amiga…
Al regresar de Europa nuevamente acudió a mí. Feliz con los recuerdos del viaje, relató que estaba mucho más tranquila ahora que aceptaba verse sola y respetar sus límites, y ya no se situaba en la condición de víctima como había hecho durante mucho tiempo. Pero observa, amigo lector, qué bonita vivencia la que tuvo ella en Roma.
“María Silvia, íbamos las tres amigas, compartiendo todo, paseos, visitando museos, peregrinando por las calles, conociendo tiendas. Fue todo muy guay, pero una de mis colegas estaba siempre malhumorada, huraña, amargada, y nosotros llevándola a todas partes intentando cambiar su astral.
Un día, mientras nos preparábamos para visitar el Vaticano, percibimos que ella se puso ropa más formal, mientras que nosotros continuábamos en bermudas y camiseta, pues hacía calor aquellos días. Cuando llegamos allí, no pudimos entrar precisamente a causa de nuestra vestimenta. En aquel momento, nos moríamos de rabia contra nuestra amiga. Tuve deseos de insultar y gritar defendiendo mi postura, pero no lo hice. Respiré hondamente y lo dejé pasar. Mi otra colega se puso furiosa y se enfadó bastante. Yo no procedí así. Como era un viaje tan especial, decidí que no iba a estropearlo todo poniéndome de mal humor y me mantuve en calma, mientras ambas discutían. Solo cuando regresé al Brasil me dispuse a hablar sobre la cuestión. Nos encontramos y le pregunté por qué había procedido así. ¿Por qué no nos avisó de la ropa adecuada para la visita, ya que ella lo sabía?
Tuve en cuenta que mi amiga estaba sufriendo, que era una buena persona pero estaba desarmonizada. Llegué a la conclusión de que no valía la pena perder una amistad por culpa de un proceder ridículo por parte de ella. Fui superior, y pasé por alto su actitud egoísta”, dijo Ana Lucía triunfante.
Amigo lector, puede que estés pensando: ¿qué tiene que ver la amistad de Ana Lucía con el mal karma en su matrimonio???
Ana Lucía venció el karma porque controló su acción impulsiva. No somos una persona en el noviazgo o matrimonio, otra en la vida familiar, otra más en el trabajo o en la amistad. Somos seres que se conectan a muchas facetas de la vida, pero aún así somos un único ser. Si Ana Lucía aprende a controlar una acción impulsiva en la amistad, tenemos fuertes indicios de que hará lo mismo en una próxima vivencia amorosa.
La energía, el karma, empieza en ella, y sigue vibrando en sus actitudes. Si hubiese actuado por impulso, por venganza o incluso para descontar el enojo que sentía contra su compañera de viaje, quien, por cierto, aquí entre nosotros, considero que procedió de forma muy equivocada, su actitud pudo ser gritar, insultar, y estropear los últimos días del viaje, pero mi cliente aprendió la lección, pensó antes de actuar, ponderó los pros y los contras y no se dejó llevar por el impulso. En su matrimonio, todo el tiempo estaba discutiendo o bien cedía a situaciones equivocadas, llena de ira y de forma totalmente impulsiva. Ahora, ella caminaba más leve, pensando, reflexionando antes de actuar. Con sabiduría, disfrutaba de más dominio sobre sus actos. Con ello se liberó del karma y está abriéndose a relaciones más tranquilas. A menudo las soluciones no están en nuestras manos, sino en otras circunstancias. Cambiar está más cerca de nosotros de lo que pensamos.