Ahora que he vuelto a casa – Capítulo 29
por Angela Li Volsi em STUM WORLDAtualizado em 05/03/2007 13:50:32
Traducción de Teresa - [email protected]
A medida que los progresos del Instituto habían ido consolidando su importancia y la repercusión que estaban logrando en la vida de sus frecuentadores, iba tomando cuerpo un proyecto que L., su fundador, decidió poner en práctica.
Se trataba de un curso de formación de terapeutas que, con el nombre de Oshoterapia, entrenaría a los participantes, durante más o menos año y medio, en una serie de técnicas que abordarían los más variados aspectos. El programa, completamente elaborado por L., se basaba en prácticas inspiradas en las enseñanzas de Osho, que serían realizadas durante fines de semana mensuales, en los que el grupo permanecería concentrado en un determinado lugar. Como soporte, una serie de textos escritos por Osho eran reunidos de acuerdo con el tema de cada fin de semana.
Claro que me adherí con entusiasmo a esa propuesta y me dispuse a ser el más obediente alumno de ese curso.
Es imposible intentar reencontrar los diferentes estados de espíritu que la experiencia me provocó. Sólo puedo decir que era como si hubiese subido a una montaña rusa llena de efectos especiales, en la cual cada giro me reservaba una sorpresa más fuerte que la anterior.
Por primera vez en mi vida estaba siendo desafiada a entrar en contacto con mis sentimientos verdaderos y, contrariamente a todo lo que había estado haciendo hasta entonces, debería revelarlos públicamente, sin rodeos y sin falsos pudores.
Nunca olvidaré la siguiente escena: estamos todos juntos sentados en círculo, encarándonos.
Cuando llega mi vez, tengo que decir, en voz alta, mirando directamente a cada persona, lo que veo de desagradable en ella. Para mí, es como si tuviese que abofetear, a sangre fría, a cada uno de mis compañeros. Si este ejercicio es enormemente difícil, más penoso todavía es escuchar de cada uno de ellos lo que ven de desagradable en mí.
Por primera vez me estaba familiarizando con el concepto de “pre-juicio”, y viendo cuán destructivo es ese hábito que, incluso inconscientemente, todos nosotros cultivamos.
Quedé muy sorprendida al percibir que no me había dado cuenta hasta entonces de que todas mis relaciones, desde las familiares, hasta las profesionales y sociales, siempre habían estado impregnadas de esa práctica.
También por primera vez oía hablar de “control”, esta palabra que no sabía que era tan peligrosa y deletérea.
En resumen: comenzaba a vislumbrar una serie de características mías que nunca me había pasado por la cabeza, no sólo contestar, sino que ni siquiera percibir.
De descubrimiento en descubrimiento, comencé tímidamente a levantar el velo de toda una serie de patrones, condicionamientos, barreras, miedos, que ciertamente estaban en la base de todas mis limitaciones.
Todas las prácticas propuestas tenían la característica de exigir el máximo esfuerzo de que éramos capaces, en todos los sentidos. Con mucho tacto, cariño, pero también con mucha firmeza, L. tenía el poder de llevarnos a sobrepasar todos nuestros límites, ya fuesen físicos o emocionales.
Es más, si tuviese que resumir lo que significa, para mí, la filosofía sannyasin, diría que es el esfuerzo constante para superar los propios límites.
Lo que yo veía suceder en torno a mí, durante aquellas vivencias, era lo opuesto de aquello que había practicado durante toda mi vida. Veía la posibilidad de decir exactamente aquello que pensaba, de manifestar aquello que sentía, de abandonarme a mis impulsos y deseos.
En otras palabras, estaba comenzando a sentir el sabor de la verdadera libertad.
Cuando ya estábamos prácticamente al final de la formación, L. hizo una propuesta, para quien quisiese comenzar inmediatamente a poner en práctica aquello que estaba aprendiendo como aspirante a terapeuta.
Quien quisiese adherirse tendría toda la libertad para elegir la actividad a ejercer dentro del Instituto, ya como terapeuta, ya trabajando en el sostenimiento del propio Instituto.
La idea era que cada cual pudiese ejercitar su habilidad específica, al mismo tiempo que ayudaría al Instituto a sostenerse.
Yo me sentía tan confiada, tan llena de energía y de entusiasmo, que me adherí sin titubear.
Trabajaría aplicando Reiki, que había elegido ya hacía mucho tiempo como la terapia que me hacía encontrarme más a gusto, por ser la menos invasiva y la menos complicada.
El grupo de aspirantes a terapeutas de que formaba parte, estaba viviendo un momento de gran efervescencia interior, que no era otra cosa sino el reflejo de la efervescencia que L., nuestro coordinador, estaba imprimiendo a todos sus proyectos. Nada parecía cansarnos o constituir una barrera: todas las propuestas eran abrazadas con entusiasmo.
Nos reuníamos en torno a L., tras las acostumbradas meditaciones, para discutir largamente todos los detalles del nuevo proyecto, que se llamaría “Escuela de meditación”. Había en torno a L. un aura tan brillante, una luz tan intensa, que era imposible no querer seguirlo.
Fue en ese exacto momento cuando él tuvo la idea de formar un nuevo grupo, que pasaría por los mismos pasos por los cuales nosotros, los del primer grupo, habíamos pasado una vez por mes, tan sólo que ahora sería un grupo residencial que permanecería quince días concentrado en un lugar especial, viejo conocido nuestro, alejado de Sao Paulo.
Fui invitada a formar parte del grupo, como asistente, pero tuve que desistir porque acababa de participar en trabajos particularmente fatigosos, y me pareció que físicamente no conseguiría soportar el esfuerzo.
Una semana después del inicio de ese grupo intensivo, aún fui invitada para participar en la segunda parte, si todavía lo desease.
Una vez más, sentí que debía rehusar.
Me parece que mis protectores han querido ahorrarme una experiencia que ciertamente hubiera sido muy traumática.
Cierta mañana fui despertada por el teléfono, de donde oí salir una voz que dejaba el siguiente mensaje: “Angela, Angela... L. ha dejado el cuerpo. Por la tarde será velado en el Instituto.”
Una vez más el teléfono me transmitía una información imposible de registrar a primera vista, tan devastador habría de ser su efecto en mi vida.