Amar: compromiso con la vida
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 30/03/2012 15:18:33
por Flávio Bastos - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
El individuo que ha pasado por la experiencia de la afectividad plena en el seno de su familia, aprende a quererse a sí mismo, a querer al otro y a querer bien al mundo que le rodea.
Una vez fuera de la célula familiar que lo ha protegido en la niñez, ha desarrollado cualidades que lo estimulan a desafiar a la vida sin miedos exagerados ni bloqueos psíquicos que impidan su progreso personal y consciencial.
Con la percepción de un individuo sano en simbiosis con su psique, siente la libertad como una herramienta que abre caminos iluminados por el fanal de su propia lucidez y capacidad de discernimiento.
Desprendido y, al mismo tiempo, apegado a la Madre-Tierra, tiene conciencia de que es cuerpo físico en un planeta que lo ha recibido para una nueva jornada de aprendizaje y evolución.
Entre lo concreto de la materia y lo sutil de su inmaterialidad, visualiza la tenue frontera que separa los campos invisibles sin “los ojos de ver” de su naturaleza interdimensional.
Pese a todo, según su punto de vista, él no privilegia una potencialidad en relación a otra. Por el contrario, percibe que su interdimensionalidad en equilibrio de energías es sinónimo de salud integral, o sea, que los deseos del cuerpo físico deben estar en consonancia con las necesidades del espíritu, estableciendo, así, el equilibrio vital o “camino de en medio” budista.
Por tanto, en la célula familiar es donde la energía del amor despierta para la vida de relaciones. Por medio de la célula familiar el amor tiende a ser expansivo, envolvente y liberador de conciencias. En el despertar de las relaciones afectivas entre espíritus conocidos y comprometidos en nueva propuesta de convivencia y crecimiento, es donde el individuo aprende a amar la vida, a partir del amor que lo vincula a la familia terrena.
Entretanto, independientemente de la experiencia familiar de cada cual, el ejercicio frecuente de la meditación o de la elevación del pensamiento por medio de la plegaria espontánea, se convierten en excelentes mecanismos de unión equilibrada entre cuerpo, mente y espíritu. El ejercicio del autoconocimiento, cuando va asociado a la naturaleza interdimensional del hombre, abre la puerta de la percepción suprasensorial que se hallaba bloqueada por los condicionamientos de la cultura materialista.
Durante el proceso vital, cuando está debidamente apropiado del conocimiento de sí mismo y de los significados de la vida, el individuo da inicio a su pacificación interior, que representa, a largo plazo, la sanación de los males que afectan a cuerpo y alma.
Siendo seres lúcidos, debemos amar a la Madre-Tierra como amamos a nuestra familia, a nuestros semejantes y a la vida en todo el universo. Pero ha de ser una relación de amor consciente, sin desatender jamás la firmeza de actitudes cuando sea necesario frente a las injusticias o mentiras que emanan de un conjunto de cosas que constituyen intereses inconfesables asociados al poder de los hombres.
Del amor, que sutilmente nos liga a la Tierra-Madre, de vez en cuando nos desprendemos del cuerpo físico por medio del sueño y volitamos en espíritu entre idas y venidas por la frontera de nuestra interdimensionalidad.
Del amor dedicado a la Tierra-Madre, percibimos más allá de la capacidad sensorial común. Percepción que debe ser usada para el bien de todos los seres vivos del planeta, pura energía que pulsa en la dinámica de la vida universal.
Amar a la Tierra, que es la extensión de nuestra familia, donde aprendimos a ser felices mediante el ejercicio del afecto, es la orientación para el hombre en este amanecer de tercer milenio, pues, desear el bien al otro como a uno mismo, es factor de expansión de la energía amorosa mucho más allá de las fronteras de un planeta donde la vida resplandece.
