Amar sin frescuras
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 24/08/2015 09:43:04
por Leandro José Severgnini - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Una de las cosas más difíciles de explicar es el amor. Hay quien encuentra un sentido a la vida por el amor; hay quien ama durante algunos minutos y enseguida deja de amar motivado por los celos; hay asimismo quien comete locuras en nombre del amor. En fin, cada cual ama a su manera y en la medida en que le es posible amar. No estoy aquí para juzgar la forma de amar de quienquiera que fuese, todo lo contrario, trato de motivarlos para expandir nuestra forma de amor.
Sinceramente, no sé si existe un límite máximo o un ápice de todo el amor posible. Creo, no obstante, que el amor es uno de esos misterios divinos que parecen ocultar su origen, su esencia y su ápice. ¿Dónde empezó el amor? ¡No podemos responder! ¿Cuál es la forma máxima de amor? ¡Intentar poner una línea limítrofe al amor es una locura! Me parece que la única cosa de que podemos estar seguros es que si más nos dejamos envolver por el amor, aprendemos que es posible amar cada vez más.
Obsérvese que no me reporto al amor de novelas, películas o libros de romance. ¡No! Yo hablo de un amor real, tan real que casi se hace tangible, un amor que da frutos y que se multiplica a medida que lo compartimos – hablo del amor puro, natural e incondicional. A veces tengo la impresión de que no se puede aprender a amar. ¡Lo digo en serio! ¡No hay cómo aprender a amar a alguien! En ese caso, sería un amor forzado, y eso no es bello. Creo que lo que podemos hacer es eliminar las barreras de nuestro ego que nos impiden absorber el amor que ya existe en todo y en todos. Así, veremos que el amor es como la propia Divinidad: eterno, omnipotente, omnisciente y omnipresente. Quizá el amor y la Divinidad se confundan y sean uno solo.
Por eso vuelvo a insistir: no hay cómo aprender a amar a alguien. Siempre que “aprendemos” a amar a alguien, ese amor se vuelve egoísta y manipulador, pues no es un amor natural. El amor a que me refiero es algo que brota espontáneamente de las profundidades de nuestro ser cuando encaramos al otro como una creación divina, como una extensión de nosotros mismos. Ante ese amor el ego no resiste; el ego tiene miedo a esa forma de amar, pues esa forma de amar aniquila cualquier pretensión o necesidad de ser retribuido. Ese tipo de amor no exige comprensión, él sólo comprende; no exige cambios, sino que él mismo está cambiando constantemente; en suma, él no pide nada, ¡pero lo ofrece todo! Sin embargo, ese amor tiene una cualidad muy diferente de aquel amor que observamos a nuestro alrededor. Tampoco podría ser de otra forma, a fin de cuentas estamos todo el tiempo imponiendo barreras y escudos que nos sitúan alejados del amor natural. Pero el camino es el inverso, es preciso eliminar todas las formas de egoísmo que alimentamos durante nuestra vida.
Comprende que nadie – aparte de tú mismo – puede traer ese amor a tu vida. No es una tarea para parejas, ni para familias o grupos de amigos; ese es un trabajo individual. ¡Vamos allá! Vamos a abandonar todas las frescuras que hasta entonces hemos rotulado como amor y vamos a abrirnos al amor verdadero, aquel que existe desde la eternidad como producto natural de la Creación y que sólo está esperando el permiso para manifestarse en nuestras vidas.