Bajo la mirada de los demás
por Bel Cesar em STUM WORLDAtualizado em 27/09/2008 10:28:13
Traducción de Teresa - [email protected]
¿Cómo sería mirarnos a nosotros mismos con los ojos de los demás? ¿Qué ven ellos que no deseamos ver? ¿Qué evitamos admitir?
Cuando la crítica ajena nos agrede, tenemos la oportunidad de reconocer nuestros puntos sensibles. Tan sensibles y frágiles que a toda costa evitamos tocarlos. Esos puntos son lugares oscuros dentro de nosotros, en los cuales recelamos entrar y perdernos: emociones semejantes a laberintos que nos confunden cada vez más, siempre que penetramos en ellos. Por eso solemos simplemente decir: “Él no podía haber dicho eso... no soporto ser vista así.”
En tales momentos, la mirada del que nos agrede llega hasta nosotros con un peso capaz de hundirnos. O sea, no soportamos la crítica ajena porque ella nos hunde en la medida en que perdemos la capacidad de auto-sostenernos.
Cuando una crítica nos deja indignados, tenemos la oportunidad de saber un poco más sobre nosotros mismos. En este sentido, la desagradable e irritante crítica ajena puede convertirse en una brecha para que encaremos de frente aspectos que antes desatendíamos.
Por eso, cuando el golpe nos hiere es hora de cesar en la lucha: dejar partir al otro como vencedor, para cuidar urgentemente de nosotros mismos.
Abandonar la lucha significa decidir abandonar ciertas emociones y priorizar otras. Es como dejar la ira en favor de la clareza interior. Mientras permanecemos presos por los ganchos de la indignación, estamos atados a la mirada ajena como fuente de orientación. Es preciso dejar al otro, para recuperarse a si mismo.
Cuando nos liberamos de la carga extra, tocamos lo esencial. Cuando dejamos de esforzarnos excesivamente, tocamos la energía básica que nos sostiene naturalmente.
Las emociones desconcertantes son como aguas turbulentas: si las tragamos, podríamos morir ahogados. El secreto es boyar para no hundirnos: entregar el cuerpo y la mente a las aguas turbias de la emoción. Cuando boyamos, reconocemos que nuestra fragilidad ya no supone una amenaza, sino un paso inicial para entrar en nosotros mismos. Al fin y al cabo, sólo podemos superar nuestros bloqueos si podemos aprender a reconocerlos como limitaciones que es posible transformar. El mero acto de percibir con más clareza nuestra real condición ya da inicio a una posible transformación.
Chögyam Trungpa nos advierte, en su libro “Mucho más allá del diván occidental” (Ed. Cultrix): “El problema surge cuando nos volvemos demasiado ambiciosos al lidiar con nuestras emociones – especialmente si estamos metidos en la práctica espiritual. Se nos dice que hemos de ser personas buenas, gentiles, afables. Son ideas convencionales de espiritualidad. Cuando empezamos a percibir cualidades desagradables en nosotros mismos, las encaramos como anti-espirituales e intentamos expulsarlas. Es el mayor error posible cuando trabajamos con nuestros patrones psicológicos básicos. Cada vez que intentemos expulsar los problemas mayores y buscar una cura radical para ellos, seremos rechazados y derrotados. La idea no es inducirnos a crear una espiritualidad utópica, sino intentar observar los detalles de las emociones más intensas, las cualidades dramáticas de las emociones. No es preciso esperar por situaciones que consideremos importantes y significativas para nosotros, debemos aprovechar incluso las menores situaciones en que ocurren las emociones. Debemos trabajar con las irritaciones menores o menos importantes y sus cualidades emocionales específicas. No se trata de suprimir o despreciar las irritaciones, sino de pasar a formar parte de ellas, percibir sus cualidades abstractas. Con ello las irritaciones no tendrán a nadie para irritar. Pueden desaparecer o transformarse en energía creativa. Cuando somos capaces de trabajar, ladrillo por ladrillo, esas emociones menores y aparentemente insignificantes, en algún momento constatamos que, moviendo los ladrillos uno a uno, acabamos por mover el muro entero.”