Casos y enigmas de la espiritualidad
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 16/12/2009 10:17:19
por Wilson Francisco - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Una internauta me cuenta que su marido, de un tiempo a esta parte, viene presentando un comportamiento extraño, no sabe cómo llamarle, pero es como si hubiese entidades junto a él. “Él es evangélico, yo respeto su creencia, pero deseo ayudar, hago oraciones en mi cuarto. Si él se acerca a mí en ese momento, cae como si tuviese convulsiones”.
Lo que sé sobre convulsiones, epilepsia, es que en ese proceso el Espíritu sale del cuerpo, como si huyese de algo. En ese caso, el marido, en Espíritu, seguramente desea escabullirse a los rezos de la mujer.
Rubens Policastro Meira es un estudioso de la mediumnidad, que reside actualmente en Cuiabá, Mato Grosso. Él me contó que en una sesión de materialización, un Espíritu del Bien, pero muy juguetón, se metía con las personas, haciendo acrobacias y deleitándolas, y ellas, sonriendo, olvidaban los dolores que atormentaban sus almas. Mientras ellos jugaban, otros Espíritus iban actuando sobre el psiquismo y el cuerpo de los asistentes para cirugías y reajustes energéticos, en un proceso semejante a la terapia de la risa, aplicada hoy día en los hospitales, por artistas voluntarios.
En Belo Horizonte, me contó un amigo, él participaba en una sesión de materialización, durante el día. El salón estaba todo cerrado, sin entrada de luz, debido al carácter del trabajo. En determinado instante, alguien abrió la puerta y entró, dejando pasar un haz de luz del Sol. El médium estaba en trance y el haz de luz le alcanzó en parte de su pierna. Ésta desapareció, como en un pase de magia. El dirigente, seguro y consciente, convocó a todos para un proceso de energía intenso, durante algunos minutos. Todos se concentraron y dirigían sus pensamientos y energías hacia el médium. Una gran luz blanquecina se formó junto al cuerpo del médium y fue bajando, formando nuevamente la pierna. Él salió de la sesión con la pierna intacta, no obstante, hasta el fin de su vida, conservó una señal en la pierna, como si hubiese tenido un gran corte que la rodeaba entera.
Allan, uno de mis nietos, con siete años, empezó a tener miedo de dormir solo con sus hermanos, Ícaro y Luccas. Decía que escuchaba llorar y hablar a un crío. Unos días más tarde, le pedí permiso a mi hija y me fui al cuarto de los niños, los tres conmigo. Expliqué en un lenguaje sencillo que los niños cuando mueren se quedan con Jesús, en otro lugar, al que damos el nombre de mundo espiritual. Y que aquel niño no quería quedarse allí con Jesús, porque echaba de menos su casa, sus compañeros del colegio. Y que, cierto día, se encontró en la calle con Allan, le gustó y lo acompañó hasta su casa. Encontró allí a otros críos, juguetes, y se encontró feliz. El niño sentía añoranza de su casa y de sus juguetes, se había perdido y no sabía donde estaba (había muerto y no tenía conciencia de ello), por eso vagaba por las calles.
Lo comprendieron. Les dije que el crío era del Bien. Entonces pregunté si ellos querían ayudarme a charlar con el pequeño, para que volviese con Jesús. Los tres estuvieron de acuerdo prontamente. Hice una oración en voz alta, ellos me acompañaron y después yo iba diciendo y ellos repetían palabras de cariño, informando al niño de que aquella no era su casa, en otro lugar tenía otra casa, con los juguetes que eran suyos.
Estuvimos algunos minutos en silencio, ellos atentos. Percibí que el proceso se había verificado; los Maestros lograron llevársela. Entonces, avisé: niños, el crío ya se ya ido con Jesús. Una sonrisa buena se estampó en el rostro de los tres. Hicimos una oración de agradecimiento a Jesús por habernos permitido ayudar a aquella alma infantil y di por terminado el proceso. Ellos nunca más oyeron ni vieron al niño. El miedo se acabó.
Conocí a Reginaldo en la primera visita que realicé a un Hospital para Enfermos de Hansen. Fue en torno a 1975, en Pirapitingui, en las proximidades de Itu. Eximio pianista, muy inteligente y dotado de una mediumnidad muy diferente, incluso irreverente.
Cuando estaba al piano, el aura energética que lo envolvía era magnífica; sentíamos vibraciones de altas esferas al son de las músicas que él ejecutaba, en casa del Tío Jacob.
Sin embargo, había un episodio extraño, diferente, en su vida de interno en el Sanatorio. De cuando en cuando, Régis era dominado por fuerzas extrañas que alteraban totalmente sus impulsos, sus palabras y sus expresiones. Y en ese cuadro sicótico, él era llevado, por enfermeros, al pabellón psiquiátrico. Pasaba allí uno o dos días, para retornar completamente curado, dueño de sus facultades.
Estos hechos se repetían y lo dejaban deprimido. Nos quedábamos sin saber qué decir. Un día, Divaldo Franco (médium bahiano) fue hasta el Sanatorio a dar una charla y Régis quiso saber de él la causa de lo que le sucedía.
Divaldo lo observó atentamente e informó que él debería resignarse y guardar gratitud a Dios por aquella misión. La respuesta fue tan inusitada e incomprensible que Reginaldo se quedó cabizbajo, reflexionando. El médium entonces la completó, diciendo que el ambiente del sector de psiquiatría era demasiado conturbado, las asistencias de los médicos, e incluso de los religiosos que iban allí, eran insuficientes en aquel lugar, y entonces él, Reginaldo, había sido elegido para hacer en aquel lugar un punto de luz.
Ciertamente es así. Régis, con su mediumnidad y su disponibilidad, era el canal de que se servían los Espíritus para hacer las catarsis en los enfermos y la captación de los Espíritus que los subyugaban. Esta era su misión.
Régis sonrió, con aquella manera suya peculiar de expresar sentimientos y emociones. Y agradeció la orientación. Hoy, Reginaldo está en otra dimensión, ya dejó el cuerpo, pero este hecho de su loca mediumnidad permanece en nuestro recuerdo.