Cómo separarnos de aquellos que amamos
por Bel Cesar em STUM WORLDAtualizado em 11/11/2007 17:09:55
Traducción de Teresa - [email protected]
Cuando aquellos que se están muriendo son nuestros seres más queridos, el dolor de la separación es intenso.
Cierta vez oí decir a Sogyal Rinpoche: “Solamente aceptamos desapegarnos de alguien, cuando sentimos haber recibido todo lo que nos gustaría por medio de esa persona.” O sea, sólo nos desapegamos de aquello de lo que estamos plenamente satisfechos.
Es más fácil separarnos de aquellos a quienes sentimos amar y por quienes nos sentimos amados, pues, de esta forma, colmados de amor en nuestro interior, no vivenciamos la separación como una pérdida de nuestra capacidad de amar. Desapego, en este sentido, significa estar satisfechos, nutridos de amor espiritual.
Sin embargo, en general, tenemos dificultad para entrar en contacto con esta forma de satisfacción, porque nos concentramos más en lo que aún nos gustaría recibir, que en el reconocimiento del placer ya recibido. Por ello, pese a que la satisfacción no surge mediante el análisis racional de un hecho, sino de la experiencia genuina de un sentimiento, muchas veces tenemos que recurrir al análisis mental para despertar la fuerza curativa del sentimiento en nuestra psiquis.
Cuando somos tocados por esa forma elevada de amor, deseamos que la persona amada sea realmente feliz: con o sin nuestra presencia.
No obstante, en general, nuestro amor es más emocional que espiritual: amamos en la carencia, es decir, nos alimentamos del sentimiento de que amar es sentir necesidad del otro. Es frecuente pensar que el otro reconocerá que nos ama tan sólo si nos alejamos y le hacemos sentir nuestra falta, o sea, que sólo seremos valorados en la ausencia. Sin embargo, contrariamente a lo que se piensa: ¡amar no es sentir falta!
Cuanto más sepamos reconocer nuestra capacidad de amar, menos dependientes seremos de la presencia física de la persona amada. La prueba de que esta premisa es verdadera está en el hecho de que continuamos amando a alguien, incluso después de su muerte.
La dinámica del amor continúa en nuestro interior: continuamos dedicándonos a la persona amada incluso después de que ya se ha ido. Rezamos por ella, y muchas veces pasamos a dedicarnos a terminar sus proyectos y a realizar sus deseos.
Mientras escribía parte de este texto, acompañé los cuatro últimos días de vida de Adriana, amiga de muchos amigos, una psicoanalista práctica y serena al mismo tiempo. Su aceptación frente a lo terminal ha sido ejemplar. Nos dejó muchas veces sorprendidos y al mismo tiempo confiados en que, pese al fuerte dolor físico, se encontraba con la mente preparada para fallecer. El amor de todos por Adriana era evidente: cada cual, a su modo, demostró estar dispuesto a hacer lo que fuese necesario para contribuir a su bienestar.
En los días que sucedieron a su muerte, Márcia, su gran amiga con quien compartía el apartamento, me dijo: “La mejor experiencia que he tenido tras su muerte, ha sido al arreglar su cuarto, retirando todo el material del home care, haciendo la cama, colocando incienso, haciendo sonar los mantras en el equipo de música... allí he tenido por primera vez una sensación de paz, por continuar cuidando de Adriana. Cuidar de la energía de su cuarto me ha dado el consuelo necesario para poder acoger su muerte.”
Tal como explica Robert Sardello en su libro Liberte sua Alma do Medo (Libera tu Alma del Miedo) (Ed. Fissus): “En el amor espiritual, el bien de la otra persona vive dentro de cada pensamiento que me viene, bien ese pensamiento tenga que ver con ella, o no. El término espiritual para esa cualidad es intento, que comporta un significado mucho más sutil que cuando decimos que tenemos la intención de hacer algo. Intento comporta el sentido de que alguna cosa mantenida en el pensamiento se ha vuelto tan real como si estuviese literalmente presente – no presente delante de mí, sino en todos los lugares dentro de mí. En el amor espiritual, eso que se vuelve tan absolutamente real es la cualidad espiritual de la otra persona, sentida en el intento de ser orientada únicamente para el bien de la otra persona. En la vida diaria, el perfeccionamiento del amor espiritual se concentra en los pensamientos que albergamos en relación a la otra persona. Esos pensamientos no son iguales a aquellos que surgen por la saudade de alguien, del recuerdo de algo que han hecho juntos en el pasado o de pensar en qué pueda estar tal persona haciendo en ese momento. En el amor espiritual, no necesariamente pensamos en la otra persona, al contrario, la otra persona, como espíritu, se ha entrelazado completamente con mi existencia de modo que, aun sin darme cuenta, ella está conmigo en cada momento, de una manera que acentúa mi propia libertad individual, en vez de impedirla.”
Texto extraído del libro Mania de Sofrer (Manía de Sufrir) de Bel Cesar (Ed. Gaia).