COMPASIÓN, SIN PASIÓN
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 05/10/2015 10:12:40
por Maísa Intelisano - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Tener compasión es compadecerse. Y compadecerse es ser sensible y querer reducir el sufrimiento del otro, no importa cuál sea.
Tener compasión es estar disponible para aquel que sufre sin cuestionar sus motivos, sin juzgar sus actitudes, sin medir ni comparar sus dolores.
Tener compasión es acordarse de que el dolor es del prójimo y que no se puede evaluar el estrago que le está causando.
Tener compasión es ser capaz de percibir la oportunidad de ayudar y prestar servicio y hacerlo sin salirse del propio camino o interferir en el del otro.
Compasión implica respeto y a nadie otorga el derecho de querer quitar a alguien, por muy querido que sea, el fardo que ha de llevar a cuestas.
Compasión es ejercicio de comprensión, pues el que sufre puede no tener el mismo entendimiento de aquel que se compadece.
Compasión es actuar sin pasión, es saber controlarse para poder ayudar de hecho a aquel que se siente desorientado.
Compasión es mantenerse equilibrado ante el sufrimiento, llevando compañía, apoyo, orientación o consuelo a donde fuese necesario.
Compasión es educación para la verdadera piedad, es test de fuerza espiritual, es entrenamiento para la humildad.
Compasión es fiel confianza en la capacidad del prójimo para resolver sus propios problemas y firme esperanza en la asistencia de Dios, que a nadie desampara.
Compasión es prueba de valor y discernimiento, pues la línea que separa la pena humillante de la piedad fraterna es muy tenue e incierta.
La compasión es discreta y silenciosa, jamás habla de sí misma y no suele estar aparente ni siquiera para quien recibe su aporte amigo.
Decimos “tener” compasión cuando lo cierto sería quizá “sentir” compasión, ya que para tenerla es preciso primero sentirla.
La compasión es el muelle fuerte que nos impulsa a ir junto a quienes sufren a nuestro alrededor, para poder verificar nuestra propia confianza en la sabiduría divina.
Cuando nos compadecemos de alguien que ya cree en Dios estamos reforzando sus esperanzas y su confianza en sí propio y en la providencia divina. Pero cuando nuestra compasión se dirige a aquellos que todavía no conocen a Dios, llevamos hasta ellos nuestra propia fe, para que por ella puedan aprender a buscarlo y encontrarlo por sí mismos.