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Compulsión Alimentaria y Fibromialgia - Una trayectoria de vida - Parte I

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 08/04/2020 11:34:13


por Andre Lima - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Este artículo fue escrito por mi amiga Gui, terapeuta de EFT, y cuenta una historia fascinante: su andadura hacia la curación de la compulsión alimentaria y de la fibromialgia.

André Lima


"Yo optaría por escribir este artículo de forma impersonal, abordando el asunto en cuestión sin implicación personal, pero me he dado cuenta de que sería imposible. La compulsión alimentaria me acompañó desde la edad de 13 años y quizá la fibromialgia también. El problema es que en aquella época esas enfermedades de fondo emocional todavía no eran detectadas y tratadas como lo son hoy. He de decir que tengo 51 años y que en esta trayectoria de vida, en la constante compañía de esas dolencias, he tenido la oportunidad de acumular conocimientos en el área de la ciencia, de las terapias alternativas, y asimismo de espiritualizarme de forma no premeditada, pero muy bienvenida, por medio de la Federación Espírita del Estado de São Paulo. En busca de mejoría fui aprendiendo, madurando y aprovechando un poco de esto y un poquito de aquello para aliviar los síntomas, pero solamente con la EFT - Emotional Freedom Techniques - Técnicas de Liberación Emocional - la solución fue y está siendo tangible.

La compulsión por la comida es un trastorno alimentario directamente ligado a la bulimia nerviosa. Yo comía desesperadamente y sentía la culpa allá en el fondo de mi alma. Solo quien ha pasado o pasa por ese problema puede evaluar la sensación de impotencia, el sentimiento de culpa y la falta de amor propio que acompañan a una crisis de compulsión. Yo luchaba con toda mi fuerza de voluntad contra ella, pero ella siempre vencía. Era la urgencia de comer, como si fuese un caso de vida o muerte. ¡Quizá lo fuese! Delante de la gente yo comía normalmente y, después, comía a escondidas de forma voraz. Era un dragón dentro de mí, un volcán en erupción que me ahogaba, consumía mis energías, mi amor propio y mi dignidad.

En la época de la adolescencia me serví de "armas" que conocía para controlar el peso frente a la voracidad de comer. Nunca fui obesa, pero tenía oscilaciones de peso entre 5 y 10 kilos por encima de mi peso ideal. Hacía dietas y más dietas, probando varios planes de alimentación, y en cierta forma, el peso siempre estaba casi dentro de la normalidad, pero dentro de mí el dragón, el volcán, continuaba gritando y exigiendo cada vez más.

Frecuenté spas a menudo porque necesitaba perder solamente 5 kg. Recuerdo que era ridiculizada y me enfrentaba a comentarios como: "¿Qué estás haciendo aquí con ese cuerpo perfecto? ¡Tú no tienes nada que perder! Nosotros sí, estamos gordos. ¿Tú te has mirado al espejo?" Sí, yo me miraba al espejo y por aquel entonces ya tenía "cabeza de gorda" y era así como me veía. Yo estaba en el spa clamando por socorro para matar el dragón y hacer cesar las lavas del volcán que me quemaban por dentro, pero nadie lo comprendía.

A mediados de los años 80 hice psicoterapia con una especialista en trastornos alimentarios que atendía en el área de los Jardines en São Paulo. Gasté una fortuna y no me curé. Ella decía que yo debía comer lo que quisiera y siempre que tuviese hambre. Al comienzo el peso aumentó, pero la parte positiva fue que aprendí algunas técnicas que me ayudaron a distinguir entre el hambre del estómago y el deseo de comer. Con eso, poco a poco el peso volvió a lo normal. Pero ¿y el dragón y el volcán? Ellos seguían atormentándome el alma.

A finales de los 80, ya con algunos síntomas fuertes de fibromialgia y con la compulsión más acentuada, decidí profundizar en el estudio de la fisioterapia, pues ya era profesora de Educación Física y consideraba que eso podría ayudarme. También busqué conocimientos por medio de algunas terapias alternativas. Hice cursos de Shiatsu, Florales, Aromaterapia y Cromoterapia, en los diversos lugares donde busqué ayuda. Hice tratamiento con Cromoterapia en la Casa Espírita 3 de Outubro en la calle Clélia y también obtuve cierta mejoría. Llegué a trabajar con algunas de esas terapias en un Instituto de Shiatsu en la Avenida Pamplona, en los Jardines. Durante algún tiempo la mejoría fue grande, pero después el fuego de la compulsión volvió a arder y los dolores de la fibromialgia fueron acentuándose.

A comienzos de los años 90 busqué ayuda en el Hospital das Clínicas de São Paulo. Ellos tienen un ambulatorio dentro del sector de Psiquiatría (Ambulin) que trata los trastornos alimentarios. Recibí una estupenda atención médica y psicológica. Fue mi primer contacto con un anti-depresivo. Mi estómago protestó y no lo aceptó. Tuve terapia individual y en grupo y también hice cursos de nutrición. La mejoría no duró casi nada, pero la parte positiva fue que pude agregar una pizca más de conocimientos de psicología y nutrición a mi currículo.

Una de mis últimas embestidas en busca de la muerte del dragón y de la extinción del volcán fue participar en las reuniones de los comedores compulsivos anónimos. Me pareció muy interesante el abordaje de los 12 pasos y empecé a utilizar bastante la maravillosa oración de la serenidad. El problema era la energía de aquel lugar. Eran reuniones de desahogo donde al menos el 80% de los participantes exhalaban energía negativa por todos los poros. Y siguiendo lo que dice la ley de la atracción, "tú eres aquello sobre lo que hablas más". Traté de desligarme del grupo rápidamente.

A finales del los años 90 la fibromialgia estaba en su auge y tuve que someterme a dos operaciones quirúrgicas en la columna para no perder los movimientos del brazo derecho y de la pierna izquierda.

En la operación de cervicales recibí dos discos de acrílico y en la operación de la columna lumbar recibí un disco de cerámica, dos barras de metal y cuatro tornillos. En aquel entonces yo ya le daba la bienvenida a la muerte. Me parecía el camino de menor sufrimiento. Pero tras las operaciones y con la reducción de los dolores, retorné a mi vibración positiva y volví a ser la misma batalladora que siempre he sido. Algo me decía que un día habría de encontrar el "eslabón perdido" que reuniría todo mi conocimiento y me ayudaría a encontrar mi dignidad y mi amor propio.

Continuará.


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