Cuando el dolor ajeno puede enseñarnos a vivir mejor
por Bel Cesar em STUM WORLDAtualizado em 19/02/2006 00:04:42
Traducido por Melissa Park - [email protected]
Este texto se dirige principalmente para aquellos que están atravesando el proceso de estar al lado de una persona que está muriendo.
Estar cerca de aquellos que están gravemente enfermos nos deja muy sensibles. En tanto, es interesante percibir como podemos aún así ser vulnerables y fuertes al mismo tiempo!
Por ejemplo, cuando nos sentimos frágiles debido a la sensibilidad exaltada, no soportamos más ciertas actividades cotidianas. Cada uno se torna menos tolerante en algún sector de su vida. Personalmente, cuando estoy envuelta por el ambiente de un paciente que está falleciendo, tengo menos tolerancia a la música alta, estar entre muchas personas o hasta perder tiempo con conversas fútiles.
Testimoniar el dolor físico y emocional del proceso de muerte cataliza el deseo de lapidar nuestra mente. Al final, lo que es de hecho importante, se torna más evidente. En este sentido, la muerte coloca a la vida en perspectiva.
Cuanto más nos aproximamos del dolor ajeno, más sensibles nos tornamos a nuestro propio dolor. El estado silencioso e introspectivo de aquellos que están muriendo nos lleva a escuchar mejor nuestra propia voz interior. Una vez que estamos menos activos físicamente, nos tornamos más receptivos a nuestras propias emociones.
Al paso que sumergirnos en un proceso introspectivo, surge en nosotros una nueva sensación de coraje: un deseo auténtico de abrirnos para un mundo desconocido, que probablemente antes nos parecía distante o amenazador.
Así como en el proceso de la muerte, a medida que la mente se desconecta del mundo externo, la conciencia de los estados internos aumenta. Además, esta es la tarea más importante de aquellos que están falleciendo: conectarse con ellos mismos. Al final, cuando estamos muriendo no podemos contar más con el apoyo de nuestro propio cuerpo.
Mientras estamos saludables y llenos de vida, aún podemos explorar el mundo externo para conocer el mundo interno, pero cuando no podemos movernos más, tenemos que aprender a contar apenas con nuestro mundo interno. Por eso, estar al lado de una persona en esas condiciones nos lleva a valorizar nuestras propias condiciones físicas y mentales.
Los maestros budistas nos estimulan a comprender que lo que estamos buscando fuera de nosotros está en nuestro interior. En este sentido, buscar la paz fuera de nosotros sólo puede llevarnos más lejos de ella. Es como si nos desesperásemos para llegar a algún lugar, cuando no hay lugar alguno para ir. La muerte nos lleva a parar para reconocer que alcanzamos nuestro punto de llegada. Pero, cuanto menos fuimos entrenados a conmemorar nuestras conquistas, más dificultades tendremos en aceptar que estamos a la par con la vida, que cumplimos nuestra misión.
Otras veces, testimoniar la muerte nos hace sentir tan cansados que no tenemos más energía ni para reflexionar, sentir o siquiera rezar. Como un mecanismo de protección al dolor intenso, nos tornamos insensibles y apáticos. La vida se torna mecánica: actuamos sin emoción, como robots programados. En ese punto debemos cuidarnos, pues un mecanismo de defensa no puede tornarse crónico.
Tenemos, entonces, que descansar: apartarnos por un período de la situación que nos está estresando hasta recuperar la disponibilidad de permanecer al lado de la persona enferma nuevamente. Un distanciamiento saludable es necesario para mantener una relación positiva con quien está falleciendo. Muchas veces, sólo cuando nos distanciamos por un período es que recuperamos la abertura y disponibilidad interna para encarar el dolor ajeno. Además, cuando estamos sobrecargados emocionalmente, nos tornamos una carga pesada justamente para aquellos que queremos ayudar.
En esos momentos, precisamos recordar que no hay nadie completamente listo para dar todos los cuidados necesarios a aquel que está falleciendo. Cuando decidimos recuperar nuestra energía es una señal de que estamos dispuestos a cambiar. Actuando así, nos desapegamos de algo que nos impedía seguir al frente y despertamos esperanza y bien estar, tanto en nosotros como en aquellos que están cerca.