Cuando se Está Listo para Morir
por Bel Cesar em STUM WORLDAtualizado em 26/01/2005 11:42:30
Traducido por Melissa Park [email protected]
En mayo de 1997, conocí a Beto por indicación de su médico oncólogo. Beto era juez, 37 años, casado, con dos hijos pequeños, tenía una mirada gentil y generosa. Debido a un cáncer en el intestino grueso, con metástasis en los pulmones y en el hígado, hizo muchas sesiones de quimioterapia en el transcurrir de sus dos últimos años de vida que, al principio, dieron buenos resultados clínicos.
Beto vivía en una ciudad distante cuatro horas de carro de San Pablo. Comenzamos nuestras sesiones cada quince días, en mi consultorio, cuando él venía a la capital para las sesiones de quimioterapia. Los primeros meses fueron dedicados a aceptar el caos interior provocado por la dolencia, así como el reconocer las diversas situaciones no resueltas en su vida afectiva. Conforme Beto conseguía expresar sus transformaciones internas en su medio familiar, se sentía aliviado. Confiado en su creciente capacidad de lidiar con su estado vulnerable de salud, se dedicaba cada vez más al desenvolvimiento de su espiritualidad.
De a poco superaba la fuerte tendencia a reprimir el dolor emocional y se mostraba más dispuesto a revelar sus sentimientos a su familia. Estaba decidido a abandonar su habitual actitud solitaria. Así, Beto pasó a compartir su dolor al mismo tiempo que aprendía a respetar sus necesidades emocionales.
Para algunas personas ese cambio de actitud era muy perturbador. Estaban acostumbrados con el silencio sumiso de Beto. Pero él no se dejó intimidar con la presión de aquellos que no aceptaban su cambio. Continuó expresándose abiertamente. La conciencia de que su futuro tenía un tiempo limitado desencadenó su determinación en ser él mismo. Ese proceso le ayudó también a liberarse de los resentimientos pasados.
Era evidente como su vida se tornaba cada vez más significativa al aceptar su muerte como un hecho próximo. Estaba decidido a vivir positivamente cualquier momento. Decía que si negase su muerte estaría distanciándose de su vida en el presente. Beto había comprendido la realidad transitoria de la naturaleza humana. Su aceptación no era racional, era auténtica, una realización interior resultado de su continuo trabajo consigo mismo.
En octubre, Beto y yo participamos de un workshop con Lama Gangchen Rimpoche en San Pablo. Él se sintió profundamente grato por la experiencia, pues ahora lo que más le interesaba era su contacto con la espiritualidad. Estar más allá de sus percepciones inmediatas para abandonar el hábito de luchar contra la idea de morir. Al final de una sesión, al salir de un relajamiento profundo, él me dijo: “Salí del absolutismo para ganar paz y espacio interior”.
Muchas personas cuentan que nunca se sintieron tan vivas como en el momento en que están muriendo, afirma el psicólogo norte-americano Stephen Levine en su libro Who Dies? (Quien muere?) Escribe: “Tal vez sea porque finalmente la indagación de lo que es real de sentido a la vida de esas personas; y cuando la vida tiene sentido, ella se torna vibrante. La búsqueda central pasa a ser ‘quién soy yo?’. La energía de la vida, entonces, no es más usada para oprimir la realidad dentro de viejos modelos (...) Se tornarán realmente vivos justamente porque no buscan más hacer que la vida sea lo que ellos quieren que sea”.
Levine, que trabaja desde los años 70 con pacientes terminales, también verificó ese cambio de actitud que noté en Beto: “Cuando estoy con estas personas veo que el trabajo de ellos y el mío son exactamente la misma cosa: abandonar el control de la autoprotección, abandonar aquel agarrarse y aquel sufrir que nos mantiene aislados; abrirse para el ahora, y, entonces, morir en el momento presente. Vivir plenamente con aquello que nos dan, de corazón abierto y con una mente que no se aferra más a los modelos”.
En noviembre de 1997, Beto decidió tomarse vacaciones: abandonó todos los tratamientos de la medicina tradicional y fue a Río de Janeiro a buscar una terapia alternativa con hierbas. Yo también tomé vacaciones y estuve fuera del Brasil hasta febrero de 1998. Cuando regresé recibí una carta suya en la que explicaba su nueva opción de tratamiento. Él reforzaba también nuestro vínculo terapéutico.
Un mes después, su médico me telefoneó diciendo que Beto estaba en el hospital en estado grave. Había desarrollado una deficiencia hépatica. El tumor comenzó a fabricar substancias tóxicas que lo dejaron muy débil, delgado y sin proteínas. Casi no tenía más masa muscular.
Cuando lo encontré, estaba muy inquieto. Me dice que no conseguía dormir, ni relajarse, aún sedado. Su preocupación inmediata era como resolver la tensión que había entre él y su madre, y entre ella y su esposa.
Su madre estaba muy ansiosa, lo que lo dejaba aún más irritado. El ritmo del hospital es agitado. Todo el tiempo las enfermeras entran y salen del cuarto. Su primer pedido fue para que lo ayudase a enfrentar todo eso con más calma.
Rocié su cuarto con un spray aromático con esencias de lavanda, manjerona (planta muy usada en culinaria) y naranja, de la cual él gustaba mucho. Comencé masajeado delicadamente sus pies hinchados, en tanto él hablaba de su cansancio y de cuanto le gustaría estar haciendo de su proceso de muerte una experiencia positiva. Con los ejercicios de relajamiento fue quedando cada vez más calmo.Continué visitándolo diariamente. Al tercer día, al entrar en su cuarto él pidió para salir de la cama y sentarse en la poltrona, pues dice que tenía algo muy bueno para contarme. Tranquilo, pero con un tono de voz fuerte y orgulloso, me habló que había conseguido decir adiós a su familia. Dice que fue reconocido por su padre como un héroe victorioso, pues supo ser perseverante en el modo como llevó su vida y ahora enfrentaba a la muerte. Me contó que hizo donaciones a instituciones y que dejó mensajes para aquellos que no estaban presentes. Después que nos miramos emocionados, nos abrazamos. Beto besó mi frente y me agradeció por toda la ayuda que le había dado. Por fin, me dijo: “Ahora debo sólo esperar”.
Conversamos, entonces, sobre como convertir esta espera en una “espera ocupada”, para generar la energía positiva necesaria para lo que estaba por venir. Concluimos que sería bueno continuar lo que ya veníamos haciendo: cantar mantras y hacer visualizaciones. Su hermano me dijo que escuchó varias veces a Beto recitar en voz baja el mantra Om Muni Muni Maha Muni Sakya Muni Soha. Ese mantra contiene la esencia energética de los métodos de auto cura transmitidos por Buddha Sakyamuni. No es siquiera necesario ser un practicante del budismo para recitar y recibir los beneficios de ese mantra. Basta recitarlo. Su vibración sonora llena nuestro mundo interno de calma.
Despedirse se convirtió en otra tarea de la “espera ocupada”. En la tarde siguiente, estaban reunidos en el cuarto varios amigos y parientes de Beto. Cuando él colocó sobre su pecho una foto suya con Gangchen Rimpoche, tomada seis meses antes durante el workshop que hicimos juntos y dijo: “Este es un gran amigo”, todos quedaron en silencio a su alrededor observándolo a él. Fue cuando Beto me dice: “Bel, vamos a ofrecer un poco de spray para todos”.
Mientras yo rociaba, todos cerraron los ojos creando una atmósfera introspectiva y calma. Aproveché la oportunidad para sugerir que nos diésemos las manos y dirigí una pequeña meditación, en la cual cada uno emanaba luz dorada para el otro. Después yo dije:
“Estos son momentos que no olvidaremos jamás en nuestra vida. Quien desee puede ofrecer, en voz alta, algunas palabras para Beto”.
Uno a uno dijo su mensaje. Muchos hicieron la promesa de continuar y llevar adelante su ejemplo. Su madre consiguió decirle que aceptaba que él partiese, porque ahora sabía que él estaba en paz. Todos agradecieron por aquel momento. Salimos del cuarto y dejamos a Beto a solas con su esposa.
Al día siguiente, entre bromas, risas y una profunda emoción, Beto se despidió de su médico. Le agradeció su amistad y dedicación. Estaba presente y guardé en la memoria las palabras de Beto: “Estoy ya curado. La enfermedad ya pasó, soy solo yo que estoy partiendo. Tomé la decisión de que en mi próxima vida ayudare a las criaturas que sufren de cáncer”.
Yo también tenía deseo de encontrar el momento para despedirme de él, pero no hubo espacio para despedidas entre nosotros. En los tres días que siguieron, Beto permaneció inconsciente hasta fallecer de madrugada.
Después de la muerte de Beto, pasé una semana muy distraída y distante de todo y de todos. No conseguía retomar mi rutina. Fue cuando me di cuenta de que estaba intentando evitar sentir el dolor del luto.
Precisaba escuchar mi sufrimiento. Sentir mi vulnerabilidad. Recordé una enseñanza budista que me ayudó a tomar una actitud. El budismo nos enseña que sólo aceptamos la partida de una persona, cuando sentimos haber recibido de ella todo lo que queríamos recibir. Percibí, entonces, cuanto sentía no haberme despedido de Beto.
Busqué un lugar donde me sintiera tranquila y segura de que no sería interrumpida. Escribí, entonces, una larga carta de despedida para Beto. En los días siguientes, de a poco retomé mis actividades. Pero la experiencia de haber acompañado a Beto parece ser inolvidable.
Extraído del libro “Morir no se improvisa" ("Morrer não se improvisa”) de Bel Cesar - Ed. Gaia