Desahogo de un crío abandonado
por Rosemeire Zago em STUM WORLDAtualizado em 11/06/2010 11:24:41
Traducción de Teresa - [email protected]
“El modo en cómo hemos sido tratados de pequeños es el modo en cómo nos trataremos durante el resto de la vida.”
Alice Miller
En este artículo pido permiso a todos los lectores que siempre acompañan mi trabajo a fin de que hoy yo pueda colocar el texto de otra persona, a quien atendí e hizo un trabajo muy profundo con su niño interior. Mi intención es mostrar que cuando hablamos de niño interior, muchas personas, por falta de conocimiento, suponen que es algo superfluo, sin importancia, y que no hay que hurgar en lo que pasó y está tranquilo. Pero se equivoca quien cree que solo porque no piensa constantemente en el pasado éste no se interfiere en el presente.
Está claro que muchos de nuestros conflictos son originados por situaciones muchas veces externas a nosotros y del momento presente, pero la mayoría de los conflictos son internos y existen porque ignoramos el niño que hemos sido un día, con nuestros deseos, sueños y un ansia enorme de amor y reconocimiento, que muchos arrastran hasta hoy, adultos.
Cuando oriento para entrar en contacto con la criatura interior, reconozco lo difícil que se hace, pues generalmente por miedo, ella está bien escondidita en nuestro inconsciente, con todos sus recuerdos y amarguras, esperando tan solo que le dejemos expresarse. Y cuando esto ocurre, está próxima nuestra curación.
El siguiente relato es de una de esas personas que no comprendía el origen de sus conflictos internos y mucho menos los relacionaba con su infancia. La queja principal cuando acudió al consultorio era vergüenza, una vergüenza exagerada que le hacía sentir que todos se reían de ella por la calle, entre otras dificultades. No fue fácil para ella lograr el contacto con su propio niño, como para todos, pero cuando ella se comprometió con ese trabajo y permitió que su crío hablase, muchas cosas se aclararon de acuerdo con su historial.
Quiero compartir con vosotros esta carta para que podáis daros cuenta de que es posible escuchar al crío que está ahí dentro de vosotros, bien escondidito, muerto de miedo de ser encontrado por alguien que lo abandone o lo maltrate nuevamente.
Vamos al desahogo de ese niño que de alguna forma explica el origen de sus conflictos que perduran desde hace años:
“Yo soy una chiquilla sin gracia. Las personas no miran para mí. Soy insignificante. Nadie me ve. No tengo atractivos. Mi madre y mi padre no me dicen que soy guapísima, que soy querida, simpática, que tengo luz, que soy especial e iluminada. Ellos ni siquiera me ven. Parece que soy transparente. Permanezco toda encogidita, intentando protegerme, parece que estoy sola en el mundo. En torno a mí todo es amenazador, como si no hubiese nadie para protegerme de cualquier peligro. Yo lo que de veras quería es que me tomasen de la mano y me hiciesen sentir su protección, su fuerza, sentir que estaban a mi lado. Ellos no me toman en brazos para que yo sienta su calor en mi pecho protegido. Siento un vacío en mi pecho, es como si yo fuese a ser agredida en el pecho, tanta es mi necesidad y siento que necesito cerrar todavía más mi pecho para protegerme. Duele mucho ese vacío. ¡Quiero regazo! Yo quiero que ellos me estrechen en sus brazos para sentir la dimensión de su amor, pero no lo hacen. Día tras día crece ese agujero. Me dan ganas de gritar para que ellos perciban mi presencia y me vean. Lloro, lloro mucho, pero ellos no comprenden lo que yo necesito, piensan que quiero comer o beber, yo solo quiero cariño, atención, regazo, amor, y ellos siguen dejándome llorar en la cuna. A decir verdad, ellos no quieren oírme llorar. Ellos no entienden nada de lo que yo siento. Son dos insensibles, como si nunca hubiesen sido niños. No sienten amor, solo cuidan de mi físico, hora de comer, hora de bañar, hora de cambiar pañal, hora de dormir. No logran comprender el tamaño de mi soledad. Ellos no juegan conmigo para que yo me sienta importante. No me incentivan, no me elogian. Yo procuro ser buenecita, y ni siquiera así me dan atención, afecto, calor. Para completar, han puesto a una “bruja” para cuidarme, que solo me lastima todavía más, me maltrata y también ignora mis necesidades. Mi madre ni siquiera ve lo que ella hace conmigo. Y cuando descubre algo, no me acoge, no ve mi dolor, no me defiende. No me ve, ni viene a curar mi dolor, que solo aumenta. Parece que nadie se da cuenta de que los críos tienen más necesidad de afecto y amor que de comida.
Y mi padre ¿dónde está? Ni siquiera viene a verme, pasa días y días sin aparecer. Y cuando aparece tampoco habla conmigo, no me hace mimos, no me da cariño. Él no siente nada por mí. ¡Noto que me estoy haciendo cada vez más transparente! ¡Duele tanto esta soledad! ¿Será que soy fea, equivocada, despreciable? ¿Tengo tan poca gracia que nadie me da atención? Ellos me torturan con esa indiferencia. ¡Como que yo sólo quería sentirme amada! Que pasasen la mano por mi cabecita, mis brazos, mi espalda, para sentir el halago y el calor de ellos. Yo quería oír que soy especial, importante, linda, despierta, meiga, dulce, que merezco ser amada y ser feliz. Pero tal como me tratan me siento cada vez más abandonada, rechazada, como si estuviese estorbando algo.
¿Cómo pedir que me den atención, que jueguen conmigo, me canten nanas, me acunen en sus regazos, me besen??? Quería pedir que besasen mi rostro, que me sujetasen la mano, que me tomasen en brazos y dijesen que me aman. Pero no puedo pedir, sé que ellos no quieren darme nada de eso, pues si quisieran ya me lo hubiesen dado y yo no tendría siquiera que pensar en pedirlo. Espero a que me saquen a pasear, para jugar con otros críos. Quiero sentirme normal, vivir en medio de otras personas, así no me asustaré cuando tenga que ir a la escuela.
Necesito confianza para salir de casa y estar segura de que no van a abandonarme, pero la verdad es que me abandonan todos los días. Por favor, dime que no necesito tener miedo de nada y de nadie. Me habéis hecho vivir aislada del mundo, escondida, como si yo fuese un pecado que ocultar. No podía siquiera convivir con personas de la familia. Tenía que ser un bicho salvaje. No podía ser presentada ni siquiera al mundo real ¿no es así, padre? ¿Qué fue lo que hice, tan equivocado?
Cuánta vergüenza me habéis hecho sentir. No sabía siquiera de qué, pero me moría de vergüenza de mí misma. ¿Quién soy yo, cómo creer y caminar con seguridad, frente a tanto desprecio e indiferencia? Ostras, ¿qué habéis hecho conmigo?”
Quizá tú te reconozcas en ese desahogo, o entonces, te decidas a escuchar lo que tu propio crío tiene para decir. No tengas miedo, ese proceso al principio puede causar dolor, pero no más que el que ya vienes sintiendo desde hace mucho tiempo, quizá desde hace años, y te lo garantizo, es liberador.Para curar tus heridas es necesario que reconozcas tu dolor. ¡No puedes curar lo que no reconoces!
Cuando experimentas el antiguo sentimiento y te pones al lado de tu niño interior, el trabajo de cura se produce naturalmente. Si lo deseas, puedes escribir. Escribe como si fueras ese crío. ¿Qué pediría él? ¿Qué diría? Escribe todo cuanto te venga a la mente, sin hacer juicios de valor. Después lee lo que te pide y procura atenderlo, sé comprensivo con él, como esperabas que hubiesen sido cuando eras un crío.
Muchos conflictos son originados por la expectativa de aprobación y reconocimiento, que se perpetúan durante años, y nos traen decepciones y dolor. Recuerda que las carencias que sientes hoy pueden ser resultado de la falta del amor y comprensión que no has recibido cuando eras pequeño. Esto no quiere decir que nuestros padres no sentían amor, sino que probablemente ellos no podían dar algo que tampoco habían recibido nunca. Y esos críos no captan solamente lo que es verbalizado, sino que es mucho más lo que sienten. Y si los padres transmiten a la criatura falta de amor, de atención, de cariño, es que, además de nunca haberlo recibido, tampoco lo sienten por sí mismos, o sea, nadie puede dar de lo que no tiene, lo cual se convierte en un círculo vicioso. Y nosotros, como adultos, debemos comprender esto, pues a partir del momento en que tomamos conciencia de lo que nos ha sucedido, el círculo se rompe.
A ti te incumbe dar a tu niño lo que no recibió, darle mucho cariño y la comprensión que necesita, en lugar de esperar que otros lo hagan por ti. Pero para darle lo que necesita es importante que lo escuches. Déjale que hable todo lo que siente. No critiques, no juzgues, solo escucha. Después de que hable todo cuanto quiera, procura comprender sus sentimientos más profundos y respetar cada uno de ellos. ¡Haciendo así descubrirás que el mayor y más profundo amor es aquel que puedes concederte a ti mismo! ¡Hazlo por tu crío, hazlo por ti!
Y si lo deseas, escríbeme después, contándome cómo te has sentido y qué has descubierto sobre ti mismo.