Dios no es bueno. ¡Es justo!
por Izabel Telles em STUM WORLDAtualizado em 29/03/2009 12:27:02
Traducción de Teresa - [email protected]
Me acuerdo como si fuese hoy.
Hace diez años, más o menos, fui a estudiar a Jerusalén con Madame Colette Alboulker, en verdad, el ser que inspiró a estudiantes para usar la imaginación como una forma de alcanzar las imágenes que la mente archiva para calificar emociones. Ella creó la técnica que después fue perfeccionada y empleada por sus alumnos.
Madame Colette era una mujer fuerte y directa, sin ademanes románticos o excesivamente femeninos. Podría incluso transmitir una primera impresión de arrogancia.
En las primeras clases que tuve con ella, confieso que tuve ganas de volver a mi tierra natal. Me obligué muchas veces a mirar más allá del gesto y encontrar en su alma una bondad y candor que tocasen el corazón.
Un día, al final de la clase, me dirigí a ella y le expuse una cuestión que me desesperaba, ya que estábamos en compañía de seres que todo el tiempo hablaban acerca de alcanzar a Dios sin conexiones. Diálogo franco y directo con el Creador.
Le pregunté, entonces, por qué Dios, que era un Ser tan bueno y abierto al diálogo con sus fieles, permitía que la guerra fuese tan cruel y violenta en aquella parte del mundo donde su hijo nació, creció y murió.
Madame Colette descruzó los brazos que oprimían su estómago y dijo en un solo aliento:
- Dios no es bueno. ¡Dios es justo!
Esta respuesta dada, así, como una ráfaga de nieve venida de los Himalayas, alcanzó de lleno los lazos de mis creencias desatando el vínculo que me ligaba a la Iglesia Católica.
Recordé el confesonario de las iglesias donde el fiel contaba todo sus pecados y, al otro lado de la frágil pared de madera, un hombre en sotanas perdonaba en nombre de Dios; prescribía algunas penitencias y despachaba al cristiano para su rosario de penas. Y se volvía a la semana siguiente con los mismos pecados que eran perdonados y así sucesivamente. ¡Qué Dios buenecito hemos aprendido a amar!
Pero en Jerusalén se me dijo así, a quemarropa que Dios – que hasta entonces todo veía y proveía – no era bueno - ¡era justo! Confieso que esto me dejó conmocionada. Fue como si un vendaval destejase mi cuero cabelludo y un huracán hiciese girar todas mis células en sentido contrario al del reloj.
Bueno, el tiempo ha pasado y empecé a pensar profundamente en la frase de Madame Colette que poco a poco he ido asimilando, encontrándole sentido, practicando y, finalmente, incorporando a mi existencia.
Hoy, en el desayuno, una amiga cuenta que su sobrino se va a casar con la novia de hace algunos años que sabemos no lo quiere demasiado.
Los dos tienen muchas dificultades económicas y este tema ha sido el engranaje que más estorba en la cadena de la relación.
Mi amiga, siguiendo con la conversación, cuenta que los dos han logrado movilizar a todos los de la familia, se hicieron con las huchas de los mayores y, por fin, ajustaron las cuentas para pagar una rumbosa fiesta para 200 personas en un bufé precisamente allí en el barrio más caro de la ciudad.
Después, con lo que obtuvieron en préstamo del banco, van a esquiar a Chile, a conocer Perú y quizás a una gira por Bolivia en un viaje tipo aventura.
Comenté con mi amiga que quizá ese no fuese el momento para tales extravagancias, ya que es preciso guardar los ahorros para lo que pueda ocurrir en los próximos meses. Una cuestión de buen sentido… pensé con mis botones.
A lo que ella respondió en un solo aliento:
- Imagina, querida, Dios todo lo provee con su infinita bondad. Nada ha de faltar a los dos. ¿Para qué pensar en el día siguiente si el futuro a Dios pertenece?
Callada, imaginé a Madame Colette contestando a esta frase.
Pero ella ya no vive en Jerusalén. Se ha mudado al cielo y espero bien que Dios esté siendo justo con ella.
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