Dudas de lo cotidiano - Parte 3
por Flávio Gikovate em STUM WORLDAtualizado em 17/07/2009 12:10:20
Traducción de Teresa - [email protected]
Vivimos en una sociedad en la cual el valor de una persona se mide por su condición financiera. Una persona se tiene por triunfadora cuando gana mucho. Solamente tiene el respeto de amigos y parientes cuando le va bien en la vida – ¡lo cual, extrañamente, significa andar bien de dinero! ¿Habrá modo de que la persona se sienta feliz, con buena autoestima y orgullosa de sí misma sin tener mucho dinero?
Respuesta: Es una triste realidad esa de que somos valorados por nuestra situación económica. ¡Más triste aún es darnos cuenta de que nosotros mismos nos juzgamos de la misma forma! O sea, cuando no andamos bien de pasta nos sentimos inferiores y deprimidos. Si tenemos una profesión liberal nuestro humor dependerá de cuántas personas nos han telefoneado solicitando nuestros servicios. Si tenemos un comercio o restaurante, nuestra disposición al final del día dependerá de la facturación diaria. Es trágico, pero es ciertamente así como hemos venido viviendo. La influencia de los valores sociales sobre nosotros es mucha más de lo que nos hubiera gustado. Para rebajar un poco esa dependencia de la opinión ajena y también de nuestra condición financiera, hemos de volvernos bastante más atentos y preocupados por construir una historia de vida propia, fundada en valores humanos más consistentes. Sí, porque muchas de las personas que han logrado una estupenda condición material no han procedido de forma ética, de modo que no deberían enorgullecerse de lo que poseen, como es lo habitual. No estoy subestimando el valor del dinero como medio de acceso a bienes materiales que pueden ser motivo de placeres interesantes. No obstante, hemos de convertirnos en personas más libres, o sea, dejar de vincular nuestra autoestima a nuestra cuenta bancaria.
La gente comenta que la pasión, aquel estado inicial del encantamiento amoroso en el cual el corazón palpita fuertemente y todo parece fascinante y asustador al mismo tiempo, corresponde al período más interesante de la relación amorosa. Después, con el paso del tiempo, todo tiende a la rutina y a cierta monotonía, ya que la intensidad del amor disminuye. ¿Es de veras así como suceden las cosas?
Respuesta: Pienso de modo diferente acerca del amor y la pasión. Considero que la pasión es una condición dolorosa, en la cual pasamos mucho miedo: miedo de perder a aquella persona que, si bien mal la conocemos, se ha convertido en esencial para nuestro bienestar y felicidad; miedo también a que la relación evolucione, condición en que compromisos más serios pueden no estar en nuestros planes para aquel momento de la vida; en fin, miedo a un gran sufrimiento, ¡ya que toda constitución de vínculo es el embrión de una posible ruptura! El amor, condición que se sigue, corresponde a una situación en la cual los miedos han disminuido mucho, tanto porque ya conocemos mejor al amado y hemos adquirido cierta seguridad en la relación, como porque ya aceptamos el comprometernos. Así, pasión es amor + miedo. Con el final de la pasión se va el miedo y el amor se mantiene igual. Con el final de la pasión, se acaba la película de suspense y empieza la película de amor, más calmo, más dulce. Amor es paz y cercanía protectora al lado de otra persona. No es monótono ni pesado, pero es tan solo eso. Me parece estupendo que sea así. Considero que tenemos que aprender a buscar nuestras emociones más fuertes en otras áreas en vez de tumultuar nuestras relaciones amorosas. Vivenciamos tensiones fuertes y gran incertidumbre en la vida práctica, en el trabajo, en los deportes, etc. En el amor, debemos buscar nuestro puerto seguro, adorable si hay compañerismo y afinidades intelectuales, además, claro está, de las deliciosas sensaciones que determinan los intercambios de caricias eróticas.
Siendo verdad que todos somos vanidosos, ¿cómo explicar la existencia de personas que, incluso estando en óptima situación económica, se visten de forma totalmente displicente, incluso desgalichada? ¿Es que esas personas han sido capaces de superar esa preocupación por llamar la atención y atraer miradas de admiración sobre sí?
Respuesta: Me gusta mucho pensar que la vanidad, ese placer erótico que sentimos al atraer miradas de admiración y deseo, corresponde a un ingrediente de nuestra sexualidad que, un día, seremos capaces de domesticar. Me parece que seríamos mucho más felices, pues nuestra competitividad – y con ella la envidia – disminuiría mucho, si es que no desaparecería.
Podríamos ser criaturas solidarias, amigas y nos preocuparíamos mucho menos con lo que las demás personas piensan respecto de nosotros. Si estuviésemos verdaderamente libres de la vanidad, nos preocuparía menos llamar la atención por cualquier característica, inclusive por nuestra aptitud intelectual. La vanidad no se manifiesta tan solo en el aspecto físico. Está presente en todos nuestros actos, incluso en aquellos que pueden querer dar la impresión de que no tenemos ningún tipo de vanidad. Quizá fuese interesante formular la siguiente frase, citando el Eclesiastés, en el Viejo Testamento: Vanidad de vanidades; todo es vanidad. Y podríamos completarla así: ¡y la renuncia total a la vanidad corresponde a la suprema vanidad! Esto implicaría un deseo de superación de nuestra condición humana, un deseo de equipararnos a los santos o a las divinidades. Siendo así, aquel que se muestra displicente y se presenta de cualquier manera, también está tratando de llamar la atención, tratando de parecer superior a nosotros al dar la impresión de que no le importa aquello que tanto nos preocupa.¿Cuál sería la mejor forma de definir a un pelmazo? ¿Cuáles son exactamente sus características? ¿Por qué procede así? ¿Tiene “cura”?
Respuesta: El tema me parece fascinante y extremadamente importante, pues se trata de un tipo de conducta en el cual la persona tiene muy poco en cuenta a sus interlocutores. Pienso que podríamos definir al pelmazo como aquel que habla de los temas que están ocupando su mente cuando está con personas que no tienen en menor interés en aquello de que se trata. Los oyentes están casi dormidos y el pelmazo sigue discurriendo sobre el mismo tema, como si no se apercibiera de la reacción de los otros. Él parte del principio, totalmente equivocado, de que aquello que es de su interés será igualmente relevante para todos los demás. ¡Es como si todos fuésemos iguales! Los pelmazos no son forzosamente egoístas y totalmente displicentes con los otros seres humanos. Parece que se entusiasman de tal forma cuando se ponen a contar una historia que se olvidan de prestar atención a quienes los rodean. Es evidente que la resolución de ese tipo de conducta inadecuada – y que a veces perjudica dramáticamente la vida social y afectiva de la persona – se basa en la toma de conciencia de que somos criaturas individuales, cada una diferente de todas las demás, y que, por tanto, lo que nos interesa y nos encanta puede muy bien aburrir a otras personas. Hemos de aprender a estar atentos a todos los gestos y expresiones faciales de aquellos con quienes dialogamos, precisamente para que podamos actualizar nuestra conversación y desviar los temas hacia aquellos sectores que sean de su agrado. Esto si queremos ser personas agradables y simpáticas.
¿De qué manera se puede estar seguro de que una muchacha, incluso aunque se sienta enamoradísima de un hombre mayor y muy admirado por ella, no está movida por intereses, aunque sea inconscientemente? ¿Cómo conseguir separar el amor del interés?
Respuesta: La verdad es que no se puede jamás separar totalmente el amor de los intereses que nos mueven. Siempre que nos encantamos con alguien es porque hemos notado en el otro la presencia de ingredientes que admiramos mucho. Así, deseamos aproximarnos a aquella criatura porque es portadora de elementos que queremos tener cerca de nosotros. El amor es fenómeno que pasa por nuestra razón, de modo que implica obligatoriamente propiedades con las cuales solemos pensar y valores que poseemos. Si admiramos mucho la belleza física, tendemos a encantarnos y a enamorarnos de alguien que consideramos portador de esa virtud. Si admiramos la inteligencia, el sentido del humor, el espíritu deportivo y la disposición física, tenderemos a querer convivir con quien posea esas propiedades. Ahora bien, lo que se suele pensar cuando se emplea la palabra “interés” es que se trata de interés económico o interés en aproximarse a alguien importante o poderoso a fin de obtener beneficios. Es probable que esas características sean las más buscadas por chicas jóvenes y que tiendan a encantarse – a veces verdaderamente – con hombres mayores; es un hecho también que éstos suelen ser triunfadores. No conozco muchas historias de chicas encantadas con señores de pocos recursos o desprovistos de posición social. Por otra parte, cuando un hombre, de cualquier edad, se aproxima a muchachas bellas y que despiertan deseo, el suyo y también el de los demás hombres, están movidos por los mismos intereses de destacarse a través de sus parejas. Claro que eso no implica forzosamente que se trate del único factor de encantamiento. O sea, que además de ese juego de intereses más superficial e inmediato, hay asimismo otros valores más sólidos, que generan admiración y amor. Estos últimos serán los que habrán de garantizar larga vida a la relación.