El amor no es algo que se siente. ¡Es algo que se hace!
por Rosana Braga em STUM WORLDAtualizado em 05/03/2011 09:34:20
Traducción de Teresa - [email protected]
No es ninguna novedad afirmar que uno de los problemas más graves y recurrentes en cualquier relación es el de la comunicación. Empezando por el significado de la dinámica (¡sí, porque comunicarse es como un tango, delicado y profundo al mismo tiempo!). Muchas parejas ni siquiera saben de qué está hecha la auténtica y eficiente comunicación.
Comunicarse con la persona amada no incluye solamente hablar, ya sea sobre lo que se piensa, siente o desea, como cree la mayoría. Incluye especialmente, y sobre todo, oír. Pero no oír solo con los oídos, solo las palabras que se están diciendo, solo lo que es conveniente.
Para que una conversación realmente termine bien, o sea, sirva para resolver pendencias, atenuar crisis y solidificar el amor, los interlocutores deben oír con todo su ser, incluyendo la sensibilidad, la intuición y la firme decisión de – por más difícil que sea – ¡comprender lo que el otro piensa, siente y quiere!
Pero ¿por qué esto parece de veras tan difícil? ¡Simplemente porque hemos aprendido que las conversaciones entre parejas que discuten alguna divergencia tienen que convertirse en una disputa, en la cual cada uno debe intentar hablar más fuerte que el otro y demostrar, a toda costa, que lleva razón! ¡Desgraciadamente hemos aprendido que las conversaciones son como partidos que sirven para poner de manifiesto quién es el vencedor y quién es el perdedor! No obstante, definitivamente, esto nunca ha funcionado ¡y nunca funcionará!
Simplemente porque en una relación, al nivel que sea, no hay uno acertado y otro equivocado, sino dos puntos de vista, dos ruegos, dos sentimientos, dos interpretaciones, dos universos que, en última instancia – y esto puedo afirmarlo con toda la seguridad del mundo – ¡solo desean ser aceptados, amados y felices!
Pero mientras que uno y otro hablen como si disparasen flechas al blanco, mientras intenten imponer sus deseos y repitan frases hechas del tipo de “contigo no se puede hablar”, “tú nunca me escuchas”, “tú eres un egoísta cabeza dura”, nunca llegarán a un consenso, mucho menos a la paz que tanto desean (pero no saben cómo alcanzar).
Parece incluso paradójico ese deseo de vivir un gran amor, lleno de alegrías y con aquella armonía de cuando estaban completamente enamorados y, al mismo tiempo, esa extraña y angustiosa avidez de discusión, desentendimiento y embate por los motivos más bobos, por las razones más infantiles, por cuestiones que, en el fondo, la mayoría de las veces, no tienen ni la mitad de la importancia que se les da durante una disputa.
La impresión que permanece es que, en algún momento de la historia, se ha solidificado la idea – completamente equivocada e ineficaz – de que el amor es eso: una caída de brazos, un interminable vaivén de destilar la propia ira a costa del otro para, seguidamente, arrepentirse y hacer las paces. Pero ocurre que esto solo sirve para desgastar la relación, acumular resentimientos y amontonar frustraciones.
¿Qué es lo que resta? Cada cual en su frontera, la sensación de que ya no vale la pena. Listo: ¡este es el principio del fin! Un fin mediocre, sin una razón que realmente lo valga, pero – al mismo tiempo – con todas las razones que han sido – irresponsablemente y por ambos – ¡ahondadas, acumuladas y amontonadas día tras día!
Quizá digas: “¡yo bien trato de dialogar, pero el otro no tiene condición para ello!” Vale, pero tú lo intentas ¿cuánto? ¿Hasta que el otro dé la primera contestación retorcida y grosera y pienses: “ah, pero es que voy a quedarme aquí oyendo esto”, y entonces subes el tono de voz al máximo posible para dejar bien claro que tú lo has intentado, pero que con él es imposible? ¿O bien, quizá, simplemente renuncias al diálogo y sales, alegando tu superioridad?
¡Así, ten por seguro que no va a funcionar! Si tú realmente deseas entenderte con la persona que amas, ¡intenta más! Intenta hasta el final. No subas el tono de voz, habla con calma y repite, cuantas veces fuesen necesarias, que deseas comprenderlo. Para ello, haz preguntas, pide que te explique cómo se siente, por qué ha reaccionado de tal forma, en fin, desmenuza detalles, interésate de verdad por el dolor del otro ¡y ten la seguridad de que eso, sí, es amor!
Más que declarar lo que sientes ¡demuéstralo! Al final, puedes apostarlo: El amor no es algo que se siente. ¡Es algo que se hace!