El Futuro del Matrimonio
por Flávio Gikovate em STUM WORLDAtualizado em 08/07/2009 11:39:10
Traducción de Teresa - [email protected]
En los últimos tiempos he oído con frecuencia a mucha gente declarar que ya no tiene el menor interés por el matrimonio. No se trata de una frase provocada por alguna desilusión amorosa, o dicha en un momento de desesperación. Tal afirmación parte de personas objetivas y serenas, que se encuentran en una fase estable de la vida y consideran que el matrimonio es algo superado, una mala solución para una época en que las mujeres se están volviendo cada vez más independientes económicamente.
Ese pesimismo alcanza a todas las edades. Piensan así personas jóvenes, maduras y también mayores. En este último grupo, se destacan principalmente las mujeres.
Muchos ya se han casado y han vivido las dificultades propias del matrimonio. Otros han observado las experiencias de padres y amigos, y desconfían de la rutina conyugal. Prefieren enamorarse, tener compromisos fijos, pero evitan vínculos más estrechos. La idea de que cada cual viva en su casa, tenga su privacidad, su dinero y sus amigos aparece como opción más atrayente que la vida en común, donde todo es compartido.
A la vista de la situación, cabe la pregunta: el matrimonio, como institución, ¿no tendrá sus días contados? No creo que se pueda dar una respuesta sencilla y rápida a una cuestión tan compleja. La gran verdad es que, en los últimos tiempos, muchas relaciones conyugales vienen siendo frustrantes e insatisfactorias. Y las personas están decepcionadas. Antiguamente, la mayoría de los matrimonios se pactaban en concertaciones familiares y poco se esperaba de ellos. Hoy los jóvenes se casan por amor y sufren porque, muchas veces, sus sueños y expectativas naufragan.
Cuando la decepción es grande, el mejor remedio es buscar nuevas soluciones, más gratificantes y ricas. La idea de que el matrimonio limita la independencia y ahoga la individualidad se considera cada día más verdadera en los tiempos actuales, pues la sociedad conyugal permanece sujeta a las cláusulas de un viejo contrato. La movilidad de las personas ha crecido mucho, pero aquéllas siguen exigiendo, como prueba de amor, que los esposos pasen juntos el tiempo libre. Por lo tanto, en muchos casos se produce un desfase entre la institución y los deseos de cada cual, lo cual justifica la crisis en que vivimos.
Podríamos incluso sacar la conclusión de que el matrimonio solo sobrevivirá cuando sean enormes los intereses que lo favorezcan. El deseo de tener hijos, por ejemplo, estimularía las uniones estables. Las personas mayores continuarían juntas para que una pueda cuidar a la otra. Sin embargo, no buscamos compañía tan solo por razones prácticas y lógicas. Aunque nuestra época esté marcada por el individualismo, aún sabemos apreciar la protección que confiere el “ensamblaje” amoroso.
Esa sensación también puede existir cuando los integrantes de la pareja viven en casas separadas. No hay duda, en cambio, de que es más completa cuando somos capaces de compartir más íntimamente nuestras vidas.
Vale un pronóstico. Pienso que en el futuro las personas más individualistas evitarán vivir bajo el mismo techo. Las uniones llenas de roces y disputas desaparecerán. Pero los buenos matrimonios continuarán existiendo. Por cierto, en el mundo de hoy, solo un tipo de matrimonio puede salir bien. Es aquel en que los esposos son extremadamente parecidos en todos los sentidos: gustos, objetivos y temperamento. En ese caso vivir juntos no implica concesiones, pues se produce la síntesis de dos tendencias: preservación de la identidad – personas idénticas viven juntas, sin tener que modificar su rutina – y aprovechamiento de la cercanía romántica. No hace falta optar. Se puede tener las dos cosas.