El peor de los pecados
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 31/01/2017 09:52:44
Autor Tom Coelho - [email protected]
“La conducta es un espejo donde todos exhibem su imagen”.
(Goethe)
Traducción de Teresa
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Un renombrado conferencista es contratado para hacer una presentación en un evento de una multinacional. Sin embargo, sólo una hora antes del inicio programado, él todavía está en el cuarto del hotel. El motivo: en vez de un lujoso vehículo importado, enviaron “sólo” una inaceptable furgoneta completamente equipada, inclusive con asientos de cuero, para recogerlo. Los llamados “pecados capitales” acometen a cada uno de nosotros. No son admirables, pues si lo fuesen, serían llamados “virtudes capitales”. Derivados del latín caput, nacen y son alimentados por nosotros, en nuestras cabezas. Somos los líderes y los jefes de nuestros vicios y caprichos.
Gula, avaricia, envidia, ira, lujuria, pereza y soberbia. Cada uno de esos pecados conlleva otros comportamientos asociados. Por poner ejemplos, la avaricia trae consigo la codicia, el engaño, el fraude y la traición. En cambio la ira va acompañada de la cólera, el odio y la venganza. La pereza, a su vez, alimenta el desánimo, la indolencia, la negligencia y la procrastinación. La lujuria nos remite al libertinaje, a la lascivia y a la corrupción. Y la soberbia, a la vanagloria, o sea, a la gloria vana, al orgullo y a la vanidad.
Santo Tomás de Aquino puntualizó, a mediados del siglo XIII, que la soberbia es un pecado de tal magnitud que puede ser considerado como un “megacapital”. Ese concepto fue muy bien ilustrado en la película “El abogado del diablo”, cuando el personaje de Al Pacino sentencia: “La vanidad es mi pecado predilecto”.
El poder y el dinero son materias primas absolutamente generosas para con la vanidad.
Observa lo que sucede con la mayoría de las perseonas cuando reciben un ascenso o un premio por el cumplimiento de metas, suplantando a otros colegas de trabajo. Hay también quien gane títulos, ya sea por conclusión de un curso de especialización, ya por otorgamiento espontáneo. En cualquiera de los casos, subir en la jerarquía generalmente hace subirse el poder a la cabeza…
Con el dinero las consecuencias son todavía peores, porque él no cambia a las personas, sólo las desenmascara. Las conquistas materiales alteran sobremanera el comportamiento de las personas. Los coches en que circulan se muestran deseables, las ropas que visten presentan tejidos y cortes espléndidos, los vinos que degustan pasan a costar lo que otrora fue el presupuesto de todo un mes. Cambian las costumbres, las compañías, la postura y la expresión de la mirada.
La vanidad es indudablemente el peor de los pecados. Donde no hay vanidad, no hay gula, porque el alimento es mirado como sustento, y no como objeto inanimado de los deseos. Sin vanidad, la avaricia pierde su razón de ser, llevándose consigo a la envidia, pues no hay por qué malograr la felicidad ajena.
A la ausencia de la vanidad sigue la de la ira, porque los juicios se vuelven lúcidos, las imperfecciones del otro, similares a las nuestras, puesto que inherentes al ser. Cuando la vanidad no lozanea, la lujuria se descubre superflua e innecesaria. Sin vanidad no hay pereza, pues no existe orgullo en no hacer nada para ganarse la vida. Por donde la vanidad transita, la humildad, la modestia y la serenidad se despiden. Perdemos nuestra identidad, olvidamos a propósito quienes somos y de donde venimos. Ignoramos nuestros propios orígenes e incluso pasamos a encubrirlos, desgraciadamente avergonzados como nos sentimos.
Por tanto, cuida de que la arrogancia no sea estampada en tu andadura, que el engreimiento no quede registrado en tus palabras y, fundamentalmente, que la incoherencia entre lo que piensas, dices y haces, no se convierta en tu reputación y tu carácter.
* Tom Coelho es educador, conferencista en gestión de personas y negocios, escritor con artículos publicados en 17 países y autor de nueve libros. E-mail: [email protected]. Visite: link y link