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INMADUREZ - CAUSA DE MUCHOS FRACASOS

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 22/01/2012 10:54:32


por Helena Gerenstadt - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

El liderazgo es un hecho natural y existe inevitablemente en todas partes. Cualquier bandada de pájaros tiene un líder. Monos, hormigas, abejas, todos los animales sociales tienen sus líderes.

Liderar significa dar un rumbo. Y no hay ser humano que no sea líder en algún momento o situación. Cada gesto nuestro – si alguien lo mira como ejemplo a seguir – es un acto de liderazgo. Liderar es influir sobre el rumbo de los pensamientos y sentimientos de otros, y lo estamos haciendo todo el tiempo. Todo interactúa con todo en el universo. Hay un liderazgo recíproco entre todas las cosas y todos los seres.
La vida humana es un proceso social. Vivimos en grupos familiares, tenemos grupos de amigos, trabajamos en equipo. Incluso en el interior de cada uno de nosotros hay un grupo, porque allí están las presencias sutiles de todas las personas que han marcado profundamente nuestra vida; y consciente o inconscientemente, las escuchamos, hablamos con ellas, y ellas ejercen una serie de influencias vivas sobre nosotros.

Este campo de inter-relaciones abarca mucho más que el reino humano. Cuando voy caminando a solas por algún lugar en la naturaleza, estoy en cierto modo formando un grupo con las hierbas, los árboles, el suelo, los pájaros y las nubes, porque la presencia de cada uno de ellos es significativa y me dice algo. Y además – tal como un animal o una brizna de hierba – estoy en contacto también con los seres del mundo celeste. Soy liderado por las estrellas y los planetas lejanos. Junto con mis hermanos, los sapos y los pájaros, recibo la influencia de la Luna y obedezco al ritmo del movimiento de la Tierra alrededor del Sol. El pensador Terencio dijo, en el siglo II antes de Cristo: “Todo lo humano me concierne”. Me gustaría ampliar esta frase, diciendo: “Todo lo humano, animal, vegetal, mineral o divino, me concierne, influye sobre mí y, en cierto modo, yo influyo sobre él”.

Sin duda, actuamos permanentemente sobre la vida de los demás seres, de modo claro o sutil. Pero ante todo, actuamos sobre nuestra propia vida. Ser un líder de sí mismo no siempre es fácil, pero es inevitable. Soy mi propio padre/madre, maestro y dueño de mis actos, aunque a veces lo olvide. Yo soy quien decide si determinado obstáculo es, para mí, estimulante o desalentador; si mi potencial es grande o pequeño; y si la búsqueda de la sabiduría interior es algo fundamental o secundario en mi vida.

Nos gusta pensar que lo que nos limita son las circunstancias. Tenemos la costumbre de atribuir nuestros fracasos a causas externas. Pero lo cierto es que lo que nos dificulta la vida es nuestra propia ceguera y nuestra falta de fuerza de voluntad y determinación. Si asumiésemos la plena responsabilidad por nuestras vidas, seríamos totalmente líderes de nosotros mismos y esto nos daría una base firme para influir de modo positivo sobre los seres a nuestro alrededor.

Nuestra voluntad de liderar, controlar y dirigir la vida en torno a nosotros viene, literalmente, de la cuna: el bebé que grita por el biberón en la madrugada está liderando a padre y madre y ejerciendo su influencia sobre todos los que lo escuchan. El mismo bebé, cuando juega feliz, llena de alegría a las personas de su entorno. Sin embargo, a medida que crecemos, el proceso de determinar el rumbo de los acontecimientos se hace más complejo y ya no basta con gritar. Cuando tenemos fuerza interior evitamos exigir demasiado a los otros. El líder que grita mucho o da órdenes en exceso muestra de ese modo su debilidad. El papel del líder de un grupo – familiar, profesional o cualquier otro – es mantener siempre clara la meta común y estimular el trabajo cooperativo en función del objetivo de todos. Pero el líder que pretende controlar y manipular la vida de los demás tropezará tarde o temprano en la frustración, y verá que ese método no es bueno.

Para algunos, la manipulación y la búsqueda del poder o de la fama funcionan como vía de escape del hecho central – para ellos aterrador – de que no se conocen o no se aceptan a sí mismos. Con todo, nadie consigue ser feliz manipulando a los demás. Por eso la sabiduría antigua dice que el primer paso para liderar verdaderamente a sí mismo o a otros es sumergirse en el silencio interior y practicar el “ayuno mental”.

Ese liderazgo espiritual directo, libre de las palabras y los mecanismos de control y manipulación, está presente en diversas tradiciones además del taoísmo.

El budismo zen considera que la transmisión de la sabiduría se verifica en silencio, sin palabras. Confucio dijo, según los Analectos: “Si tú eres personalmente correcto, las cosas se harán sin que se den órdenes. Si tú no eres personalmente correcto, nadie obedecerá, aunque des órdenes”.

San Francisco de Asís explicó: “Algunos hombres que no saben nadar entran en el agua para ayudar a los que se ahogan, y entonces se ahogan con ellos. Si no sabes ayudarte a ti mismo, ¿cómo podrías ayudar al prójimo?” Si no identificas bien tus ilusiones, ¿cómo podrías “despertar” a otros?

En la Nueva Era que empieza, los procesos de liderazgo y relaciones humanas superan el exhibicionismo individualista, porque la eficiencia se pone por encima de las ilusiones de grandeza personal. El nuevo líder ya no se embriaga con sus propias palabras. Renuncia a los malabarismos verbales, y prefiere estimular y admirar el crecimiento verdadero de cada miembro del grupo que lidera. El aplauso que los nuevos líderes buscan no viene de fuera, sino de dentro de su propia conciencia.
Estamos comprendiendo al fin algo importante: los juegos y manipulaciones que giran en torno a la vanidad solo llevan a la frustración. Y ya vivimos el nacimiento de un nuevo liderazgo espiritual que servirá de base para la construcción de una civilización correcta y duradera a partir de las primeras décadas del siglo XXI.


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