La iniciación - Capítulo 7
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 15/11/2010 19:02:28
por Márcio Lupion - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Transcurridos casi cuatro años desde aquel final de tarde junto al carrocero y a aquellos animales sagrados, con aquella sensación de vacío inconmensurable, de estar en el espíritu, de estar pleno. Transcurridos esos cuatro años, estaba entrando en la sala de iniciación de un gurú, un maestro de verdad. Era una sala frente a la cual pasábamos de tarde en tarde; situada entre nuestro vestuario y la sala de meditación, tenía una puerta. Rarísimas veces la había visto abierta, ni siquiera sabía qué había allí dentro. Al entrar por ella, había una alfombra en el suelo, una mesa de apoyo con flores, y un panel de 1,50m de largo por 0,90 de alto, que me impresionó mucho por la calidad de la pintura y por su belleza; aquel cuadro representaba el jardín del Edén, era un bosque, no identificado, no sabía si era en Brasil o en cualquier otro sitio; había tigres sentados en la hierba, pájaros de todas las especies volando. Pero lo que más impresionaba era que alrededor de todos los animales (había más de veinte especies distintas en aquella pintura), se veía un aura de luz blanca, iridiscente, llena de esplendor; esa luz también brotaba de los ojos de esos seres, y era exactamente la misma luz. Y en el momento en que me fijé en esa pintura, fue cuando mi memoria volvió al día del carrocero, porque la luz que yo había visto en torno de él y de las otras personas, de los animales, incluso de las hormigas, minúsculas y pequeñas criaturas, era exactamente aquella misma luz, una luz cercana al cuerpo, azulada; y cuanto más se alejaba del cuerpo, más luminosa se hacía, y era prácticamente humo líquido blanco y estaba allí, ante mí, como si de repente, solo una persona, nuestro gurú, hubiese visto lo mismo que yo vi, o sea, que todo el mundo, todos los animales, todas las plantas, todo lo que es vida, tiene la misma vitalidad, la misma luminosidad.
Permanecí sentado esperando; había un aroma a lirios, era un sitio silencioso, fresco y agradable; estaba sentado sobre una mantita de bebé, de lana gruesa, doblada en cuatro, mantita esa que ya me había acompañado durante más de un año de clases, todas las semanas. Vestía mi ropa blanca de meditación, un pantalón de abrigo y una camiseta de algodón blancos, todo ello ancho, cómodo. Estuve algunos minutos sentado, miré el panel y no logré contener las lágrimas, cerré los ojos y bajé la cabeza. Fue cuando oí el ruido de la puerta al abrirse; mi maestro entró con una túnica blanca, como si fuese una falda, tal como visten los monjes; cubriendo el cuerpo tenía otro manto, que dejaba el lado derecho del cuerpo al descubierto; y aquello se me hacía familiar porque en los libros de Ramana Maharishi, éste decía que nuestra vida no habitaba en el cerebro, ni en el corazón físico que está en el lado izquierdo del cuerpo, sino en nuestra esencia. La vida que da vida a ese cuerpo habitaba un corazón espiritual y, si prestásemos más atención percibiríamos que él pulsa todo el tiempo, pero pulsa en el lado derecho. Sería necesario permanecer en silencio absoluto, sumergirnos en nuestra propia conciencia y en un determinado momento llegaríamos a sentir el espíritu y su corazón en el lado derecho. Ramana bromeaba con que ese era el único lugar seguro en el universo, y a ese lugar lo llamaba la "cueva corazón", en sánscrito purushan, que significa esencia plena, consciente, verdad notable, cientos de adjetivos para un sentimiento que solo expresa paz inconmensurable y tranquilidad inmensa.
No había emoción alguna en el aire, solamente silencio, no se oía siquiera el ruido de la respiración. El maestro se sentó al frente con una mirada absolutamente compasiva, me pidió que cerrase los ojos, pero antes de eso me miró profundamente y habló así: "hijo, hoy es el día de tu iniciación. Iniciación significa muerte, significa que Márcio va a morir y su conciencia va pasar al lado de allá; el lado de allá es la vida de verdad, la vida tal como es, la vida sin mente, sin mentiras.
Y yo tengo algo que decirte antes del ejercicio: el hombre puede controlar el cuerpo, como un Yoghi puede controlar la mente, la respiración, y producir en cada estado de la respiración una lectura diferente de la realidad. Se pueden adquirir poderes, que en la India se denominan Sidhis; con esas prácticas, basta enfocar, como se hace con una lente bajo el sol; por ella pasan millones de rayos de sol y juntos en un pequeño espacio, aquel foco produce un rayo condensado y origina el fuego según donde toque.
Nuestra mente puede hacer el mismo ejercicio, el mismo proceso. Ella puede devolvernos lo que enfocamos, durante algún tiempo, o poco tiempo. Pero puedo decirte, de veras, en nombre de todos nuestros maestros, en nombre de Dios, que la voluntad de Dios es soberana y que aunque tú conquistes fortuna material y poderes espirituales, si no hay amor, que es nuestra real naturaleza, la vida en la Tierra es inútil, solamente en el amor la vida en la Tierra tiene sentido; Dios nos percibe y nuestra conciencia despierta para el paraíso, donde siempre ha habitado, tan solo en ese estado, y podemos recibir la gracia de la iniciación, un renacimiento, una inmersión en el silencio".
Y el maestro continuó recordando a nuestro espíritu que cuando oramos decimos: "Dios, estoy hablando", pero cuando meditamos, nos ponemos en silencio para oír... y en el silencio de la meditación Dios habla. Y así completó... pidiéndome la única cosa que Dios no tiene de ningún hombre, mi voluntad. Pidió que entregase mi voluntad a Dios para que, a partir de aquel día, las palabras y los gestos de ese cuerpo manifestasen solamente las acciones de la voluntad suprema. En ese momento, comprendí el significado del "hágase tu voluntad", del Padre Nuestro.
A partir de esto, después de la iniciación, comienza la comprensión de qué es vivir como un siervo de Dios.