¡Lo que un día fue, un día será!
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 09/01/2010 10:32:24
por Flávio Bastos - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
"En la vida, simplemente ama... y deja suceder”.
Somos seres espirituales de un mismo origen, pero de trayectorias distintas. Habitantes del planeta Tierra, aprendemos a medir el tiempo y las distancias conforme perfeccionamos nuestro conocimiento. Sin embargo, al establecer una medida para el tiempo: días, meses, años... originamos una angustia que nos acompaña a partir de la madurez: la angustia del envejecimiento.
Cuando experimentamos el dolor de la pérdida de un ser querido, la sensación de separación igualmente nos provoca angustia o desesperación. Somos seres movidos por sentimientos considerados buenos o malos que se encuentran íntimamente relacionados a ciertos momentos de nuestra vida, o sea, al tiempo.
Con todo, sabemos por medio del conocimiento espiritualista – Budismo y Espiritismo – que la referencia de tiempo a la que estamos asociados es una mera ilusión, porque en la dimensión espiritual lo que importa son nuestros sentimientos que son independientes de la acción del tiempo, que es el resultado de aprendizajes conforme a nuestras experiencias encarnativas.
Lo práctico de lo cotidiano en la vida moderna nos obliga a convertirnos en prisioneros del tiempo y dependientes de una ilusión, no percibimos que la sensación de pérdida afectiva no se encuentra asociada, exclusivamente a la dimensión física, sino además a la dimensión espiritual cuya naturaleza es extra-física, por tanto no palpable, no mensurable... pero real.
Portadores de una visión de vida relacionada a la percepción de los cinco sentidos, tampoco percibimos que el amor es una energía que no depende del tiempo, puesto que es una llama que jamás se extingue... y una sintonía que vuelve a establecerse cuando se reencuentran dos o más individuos que siempre se han amado...
El inmediatismo de la realidad física, basada en el cultivo de valores excesivamente materialistas, es el responsable de la ceguera que experimentamos cuando estamos encarnados... la cual impide el acceso a niveles más altos de consciencia. Cuando esto ocurre, a través de los mecanismos de la espiritualización, partimos al encuentro de nuestra naturaleza humana y espiritual, donde son esclarecidas muchas dudas respecto del significado de la vida y del amor en su forma más pura.
En síntesis, podemos afirmar que, en la percepción física, la sensación de pérdida afectiva es la siguiente:
desconocimiento + inmediatismo = angustia = desesperación. Mientras que en la percepción de naturaleza espiritual: conocimiento + mediatismo = confort = certidumbre del reencuentro.
Certidumbre que nos lleva a la comprensión de que el amor es como una flor en primavera que necesita de luz solar, agua y nutrientes del suelo para mantenerse viva e irradiar belleza y alegría en torno a sí. Y que, independientemente de la acción del tiempo, el amor se hace consciente cuando renovamos actitudes en relación a él. Empezando por actitudes de compromiso con el ser amado, que necesita ser regado de afecto, atención y cariño para que el amor en forma de flor se mantenga bello, intenso y eterno...
Los aprendizajes del amor se producen cuando nos volvemos receptivos en relación a lo que necesitamos conocer. Y como aprendices de jardinero, comprenderemos que los cuidados necesarios con la tierra y la planta, nos llevan a la certeza de que tendremos un jardín repleto de flores no solo en la primavera, sino durante la eternidad, pues lo que un día fue, otro día será...
Somos aprendices en el laberinto de la vida... y el amor es la luz propia que guía el camino. Camino que debe ser compartido con aquellos a quienes queremos bien... ahora y siempre.
Psicoterapeuta Interdimensional.
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