Madre - Humana o Divina
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 10/05/2015 08:56:46
por Nathalie Favaron - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Este domingo millones de personas estarán celebrando el Día de las Madres.
Se habla mucho sobre la bondad y belleza de esa entidad endiosada y sus cualidades, pero pocos reconocen su humanidad y sus carencias.
No todas las que leen este artículo son madres, sin embargo, el 100% de los lectores tienen madre. Todos nosotros hemos sido engendrados en el vientre materno. Hemos sido nutridos, envueltos por una capa protectora de líquidos y membranas, crecimos en aquel lugar sagrado y en poco tiempo fuimos invitados a habitar un mundo casi hostil.
Algunos fueron amamantados, arrullados, y crecieron en el seno de una familia.
Otros, ya desde el comienzo de su andadura, se han enfrentado a retos diferentes.
Pese a ello, también han sobrevivido y se han convertido en adultos como yo.
Otros muchos arrastran asimismo dolores, quejas y tristezas sobre cómo les gustaría haber sido cuidados, cobijados y alentados. En situaciones todavía más delicadas, algunos fueron abandonados por sus madres, física o emocionalmente.
Observa que no quiero en este texto juzgar o condenar ninguna vivencia, por difícil que haya sido.
Pero siento un gran deseo de resaltar que podemos elegir una nueva versión para nuestra historia. Pasamos años recordando una y otra vez los dramas y traumas que hemos sufrido, a menudo precisamente al lado de nuestras queridas madres. Muchos sufren hasta hoy en relaciones plagadas de riñas y críticas.
Pese a todo, si pudiésemos, por algunos instantes, vestir sus ropas, calzar sus zapatos y entrar en su piel, quizá apareciesen otras percepciones.
Quizá percibiésemos, al comienzo, los miedos inherentes a cualquier embarazo, planificado o no, que rondaban la cabeza de aquella mujer que descubrió albergar dentro de su cuerpo otro ser vivo.
O quizá estuviesen ellas soportando un matrimonio, en caso de que lo hubiese, conturbado, tenso o incluso violento.
Otras se descubrieron madres tan jóvenes que no sabían siquiera por dónde empezar.
Para las más actuales, surgen las crisis de identidad, al optar por la maternidad al mismo tiempo que su carrera profesional.
Están también aquellas que, por cuestiones religiosas, están rodeadas de criaturas recién-nacidas, a cada año; los pañales y los biberones multiplicándose por todas partes.
Y hasta hoy, pasmaos, no existe ningún curso, formación, licenciatura o máster que nos enseñe cómo ser MADRE.
Aprendemos a la fuerza.
Por error y acierto. Corrigiendo, probando, arriesgando a perder el amor de aquel ser que se originó dentro de nuestras entrañas.
Viviendo la más pura aventura como ser humano, con la exigencia e idealización de ser la que todo lo sabe, la que todo lo cura.
Lloramos de miedo, enojo, dolor por nuestros hijos, y principalmente por nuestros propios errores.
Si abrazamos demasiado a nuestras criaturas, las estamos malcriando, si las dejamos aprender con la vida las estamos abandonando a su propia suerte.
Si trabajamos fuera, dejamos su educación en manos de la escuela, o de los más diferentes ayudantes.
Si permanecemos en casa cuidando exclusivamente de la prole, nos falta alimento para el alma y los sueños se encierran en un cajón, aguardando a tiempos más propicios.
Esto por no mencionar las jornadas dobles y triples a que se enfrenta una mujer todavía en los días actuales.
Todo eso para, al fin, dejar que se marche el objeto central de toda esa epopeya, ¡pues criamos nuestros hijos para el mundo!
¿Eres capaz de percibir todas las facetas e implicaciones inherentes a la maternidad?
¿Es posible tener una perspectiva diferente sobre su complejidad y las miríadas de emociones y sentimientos que invaden el alma, provocando un alud de comportamientos incongruentes relativos a la naturaleza humana?
Siendo hombre o mujer ¿eres capaz de tener una mirada de compasión y gratitud hacia esa persona, al menos un día en el año?
¿Estás dispuesta(o) tan sólo este domingo, estando tu madre a tu lado o lejana, en esta dimensión o en otra, a mirarla directamente con los ojos del corazón, al fondo de sus ojos, y decir únicamente una palabra: ¡Gracias!
Sólo eso: ¡Gracias!
Ese es el primer paso y quizá el más difícil de todos, pues duele en la carne, en las entrañas que hemos compartido con ella.
Abrimos manos de querer más o algo diferente. De juzgar y condenar.
Únicamente la aceptamos como es.
Humana, lo mismo que tú.
Sólo humana.
Invito a todos a asistir a un vídeo más de la serie sobre Constelaciones Familiares.
¡A solas o con sus madres!
¡Buen domingo!