¿Para qué sirven las discusiones?
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 27/10/2015 09:43:24
por Bernardino Nilton Nascimento
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Traducción de Teresa
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Se suele afirmar que de la discusión nace la luz. Pero ¿será realmente así?
De hecho, la discusión ofrece la luz, pero también puede traer gravísimos peligros, sobre todo entre personas con temperamento irascible o de reducida educación cívica. Sólo personas inteligentes y equilibradas están en condiciones de discutir, con elevado grado de búsqueda para llegar al buen sentido en que surgen soluciones que satisfacen a todos, en busca de una constante evolución, tanto en lo familiar como en lo profesional, entre amigos, en política, deporte o religión.
Para construir la evolución se hace necesario tener el dominio absoluto de la voluntad, para discutir con inalterable serenidad. En la mayoría de los casos la discusión pronto resbala hacia un plano y una disputa personales, convirtiéndose en el lamentable habla tú que yo hablaré que precede siempre a sacar los trapos sucios.
Luego viene el descontrol, el disgusto y las intrigas, se descubren las verdades. Por lo regular, eso es lo que sucede. No son las verdades puras lo que sale en las discusiones, sino las verdades inferiores y las miserias de la vida lo que sale por supuración, en una situación vergonzosa. "No toda verdad debe decirse, y si se dice, hemos de saber el momento oportuno", pero ¿por qué no deben decirse? Porque muchas de ellas son secretos, y como tal deben ser guardadas como tesoros, "detrás de un secreto existe una promesa de fidelidad".
Ninguno de los participantes quiere darse por vencido, las alusiones personales llenas de rencor, y a veces incluso las particularidades íntimas de cada uno pueden salir a relucir, cuando los argumentos empiezan a faltar, surgen las calumnias inmorales, los equívocos venenosos. Si en un principio hubo ideas razonables, éstas pasan a ser elemento secundario. De las condiciones doctrinarias se pasa al momento miserable del insulto. En estos casos, en vez de traer luz, evolución, perfeccionamiento y enseñanzas, nos llevan al terreno de las tinieblas, confundiendo aún más el espíritu.
Cuando la discusión es serena, de ella puede resultar, evidentemente, un gran aprendizaje para las partes implicadas.
Aquel que provoca disputa, poniendo sistemáticamente en duda ideas u opiniones de otras personas, no siempre es el más culto o el más instruido. Por lo regular, quien así procede quiere en realidad atraer hacia sí las atenciones de quienes están a su alrededor.
Las personas más pacíficas no van en sus discusiones más allá de ofrecer o recibir conocimientos, y consideran que en una discusión muy acalorada ninguna de las partes sale ganando; sabe también que cuando la otra persona o personas insisten en llevar la discusión al terreno de lo agresivo, el mejor camino será mantener cada vez más la calma; satisfacer a todas las partes es el objetivo, y para eso sólo un camino se ha de seguir, el de la serenidad y el equilibrio constantes.
La mayoría de las discusiones no son alimentadas por la inteligencia; no es el pensamiento puro lo que les da fuerza y vida, sino el amor propio. Las razones, los argumentos y las demostraciones son instrumentos al servicio del terrible amor propio, que distorsiona el raciocinio, desvirtúa la verdad y enceguece la razón.
El ser humano que tiene su corazón abierto es hospitalario y sabe escuchar, no eleva su tono de voz. Todo cuanto ignora le interesa; lo que le enseña despierta su atención. Sabe ser fuerte en su especialidad, y confiesa ser flaco en lo demás; consulta a cada uno acerca de sus artes, no contradice a aquellos que hablan de sus propias especialidades.
Pero ¿no debemos combatir lo que nos parece equivocado? Claro que sí. Guardar silencio en contra de nuestra claridad de conocimiento sería un crimen o una cobardía. Sin embargo, exponer nuestro conocimiento y la verdad de los hechos, no necesariamente obliga a mantener largas e irritantes polémicas que terminan las más de las veces en conflictos personales, cortes de relaciones e incluso agresiones.
La discusión exaspera, irrita y enfada, perjudica la inteligencia e impide el trabajo útil; la discusión, cuando sea imprescindible, debe consistir en un sereno intercambio de impresiones acerca de la verdad. Si bien para que esa discusión nunca sirva a vanidades y caprichos, debe pactarse que se lleve a cabo en privado.
Si es cierto que se vive el amor, es preferible el silencio al escándalo inútil. Aquel que pretenda servir a la inteligencia tendrá que ser honesto y sincero. Sólo así logrará elevarse y no perder el tiempo en discusiones inútiles e histéricas.
La firmeza de los conocimientos e ideas no es obstinación ni terquedad. Quien pretenda servir a la inteligencia habrá de ser honesto y sincero consigo mismo y con el prójimo.
Manda el buen sentido que se reserven las energías para la elevación del espíritu y para lo que fuese realmente necesario, en vez de desperdiciarlas, estúpidamente, en disputas mezquinas e irrisorias que a nadie aprovechan, porque no son las palabras lo que cambia los valores de las cosas o del ser humano, "a fin de cuentas, el amor será siempre el amor y la educación será siempre el placer de vivir con las diferencias sin agredirlas".
BNN