¡Para quedarme a la sombra, me hubiese quedado en casa!
por Rosana Braga em STUM WORLDAtualizado em 05/05/2008 14:48:52
Traducción de Teresa - [email protected]
Hace algunos meses estuve en la playa de Ipanema, en la linda Río de Janeiro. Verano intenso, mucha gente divirtiéndose y, sentadas en la arena, un poco más adelante de mí, tres personas conversaban animadamente.
Una de ellas era un muchacho que, a causa de un detalle, desentonaba de la gran mayoría a su alrededor: aunque era sobre el mediodía y el calor fuese abrasador, él no se protegía del sol.
A cierta altura, se acercó el chico que alquilaba ese tipo de accesorios y ofreció:
- ¿Quieres que te traiga un parasol?
Y él, muy a gusto en la situación en que estaba, respondió casi con indignación:
- ¡Querido amigo, para quedarme a la sombra, me hubiese quedado en casa!
En un primer momento, tanto el tono de su voz como la convicción de su decisión de permanecer bajo el sol me sonaron casi a chiste. Pero ahora, después de pasado todo ese tiempo, empecé a darme cuenta de cuántos distintos significados aquella frase ha ido adquiriendo.
He pasado, repetidas veces, no sólo a recordarla, sino además a crear metáforas para tal aserto. “Quedarse a la sombra” es, en el lenguaje de la psicología, mantenerse en la inconsciencia; es como aquella parte del iceberg que permanece bajo el agua, invisible para los navíos, pudiendo provocar graves accidentes.
“Quedarse a la sombra” también quiere decir no exponerse, no enfrentarse a determinada condición tal como es. Y, en caso de echar mano de un accesorio para protegerse o esconderse, es además una estrategia para no tener que lidiar con algo que puede estar incomodando, y más todavía si su intensidad es grande.
Claro que, en el caso real es indiscutible que el uso de protector solar y de parasol están extremadamente indicados y son beneficiosos para la salud; pero mi propósito no es juzgar la elección del muchacho sino reflexionar acerca del impacto que me causó esa afirmación tan convicta por su parte. Me ha hecho pensar cuántas veces preferimos permanecer sumergidos en la sombra a salir de casa e ir a la lucha, o “dar la cara a los golpes” como dice el dicho popular.
Cuántas veces preferimos una falsa seguridad – aunque oscura y nebulosa – al riesgo, a la posibilidad de intentar. Y - ¡peor! – cuántas veces salimos de casa y, al sentir el calor del sol, o sea, la posibilidad de vivir plena e intensamente una oportunidad que la vida nos presenta, corremos en busca de una sombra, asustados, inseguros.
Preferimos omitirnos antes que expresar lo que pensamos, lo que sentimos, lo que queremos. Y así, de sombra en sombra, intentando esquivarnos de la condición real, vamos perdiendo ocasiones increíbles de realizar un sueño, de ocupar un cargo desde hace tiempo deseado, de experimentar un amor, de desbravar lo desconocido y, en fin, de transformarnos en una persona mejor…
Tal vez se encuentre ahí la respuesta para tantas atrocidades que se cometen, para tamaño malestar que ha venido rondando al planeta de un modo general: mucha sombra impuesta sobre lugares, personas y situaciones donde podría estar brillando el sol. Mucha oscuridad donde podría estar inundado de luz. Mucha inconsciencia donde bastaría un poco más de coraje, un poco más de disponibilidad o simplemente el ejercicio de nuestra verdadera humanidad.
Por tanto, la conclusión a que llego cuando me acuerdo de aquella intrigante frase del chaval de la playa de Ipanema – “¡Para quedarme a la sombra, me hubiese quedado en casa!” – es la siguiente: que cerremos nuestros parasoles, que cesemos de inventar tanta sombra para protegernos o escondernos de lo que está ahí para ser vivido… ¡y que seamos, de este modo, mucho más audaces cuando la invitación sea a la vida, al bien y al amor!