Permiso para sentir
por Bel Cesar em STUM WORLDAtualizado em 25/05/2009 11:42:02
Traducción de Teresa - [email protected]
¿Cómo estás sintiéndote ahora? No siempre contestamos correctamente a esta pregunta… Por ejemplo, en una evaluación inmediata, podemos decir que estamos bien, pero si nos detenemos a observarnos mejor veremos que estamos ansiosos o deprimidos. Otras veces, ocurre justamente lo contrario: respondemos – casi por costumbre – que estamos más o menos, cuando, en realidad, ya nos sentimos bastante mejor que en otros momentos.
Sin hablar de cuando los demás comentan que estamos irritados y solo nosotros no nos damos cuenta de ello… en general, nos sentimos incomodados con la observación ajena y reaccionamos de forma exagerada, diciendo que está todo bien… Nuestra reacción solo evidencia lo que la otra persona había dicho: no estábamos al tanto de nuestro estado emocional.
Muchas veces, cuando me paro a sentirme, descubro que estoy desactualizada en cuanto a mis propios sentimientos. Lo explico mejor: si me parece que no aprecio a alguien, cada vez que veo a esta persona ya tengo una mirada preconcebida sobre ella. Pero si estoy abierta para admitir que esta es una actitud tendenciosa que contamina mi percepción, puedo sorprenderme y puede gustarme encontrarla una siguiente vez.
Por lo tanto, pese a que parece natural saber evaluar nuestras sensaciones y sentimientos, no es exactamente así como sucede. Para ello es preciso, en primer lugar, saber sentir nuestro propio cuerpo. Esto es una función de la sensación: una habilidad de la mente para conectarnos con la realidad, pues por medio de ella percibimos lo que está ocurriendo en este exacto momento tanto en nuestro cuerpo-mente como en el medioambiente.
Percibimos de modo superficial lo que ocurre en nuestro interior porque estamos viciados en prestar a tención a aquello que pasa fuera de nosotros. Cabe poner de relieve que la función de la auto-observación es generar un mayor conocimiento y auto-responsabilidad ante nuestra reacción frente a las presiones del mundo externo. ¡Por tanto, esta no es una actitud egocentrada ni está basada en la práctica de la autocrítica!
Por lo regular, asociamos la libertad de sentir a nuestra posibilidad de expresión. Cuando alguien me incentiva a expresar mi rabia, la suelto con mucha más facilidad.
El hecho de no estar familiarizados con nuestro mundo interior y de mantener nuestro enfoque en el mundo exterior, hace que tengamos poca libertad para permitirnos sentir o no nuestros sentimientos. En otras palabras, cuando el mundo externo no permite que nos expresemos, acabamos por bloquearnos internamente también. Como dice la expresión, tragar sapos.
El punto es que negar lo que sentimos no hace que pasen los sentimientos, porque la carga emocional aún tiene que ser liberada por nuestro cerebro.
Cuanto menos nos permitimos sentir nuestras emociones, más vulnerables estamos ante las dolencias psicosomáticas.
Por tanto, si no podemos expresarnos externamente, debemos crear un ambiente interno para acogernos. Permitirnos sentir y permitirnos ser.
Cuando nos apropiamos de nuestras sensaciones, pensamientos y sentimientos, ya sean agradables o no, podemos encaminarlos.
El permiso para sentir es la base para el camino de la responsabilidad personal. Cuando me permito sentir irritación, por ejemplo, puedo resolverla como un asunto privado. De esa manera, dejo de necesitar del otro para liberar mi malestar. Al despegarme del otro, adquiero libertad para resolver mi malestar sin depender de nadie.
Esto no quiere decir que basta resolver el asunto internamente o que no es preciso comunicarnos con los demás. No… pues sabemos que vivimos mejor cuando compartimos emociones con transparencia. Lo que estamos poniendo de relieve aquí es que cuanto más resueltos emocionalmente estemos con nosotros mismos, menos sobrecarga y expectativa tendremos sobre los demás. ¡Por ejemplo, cuando acojo mi mal humor, no necesito del otro para liberarme de mi irritación!
De esta forma, me hago cada vez menos rehén de la disponibilidad ajena.
Esta libertad no es fácil de conquistar, pues estamos muy acostumbrados a contar con la idea de que el otro, si quisiera, podría comprendernos. Cuanto más íntimos son los vínculos afectivos, mayor es la expectativa de empatía, es decir, de que el otro podría colocarse en nuestro lugar y naturalmente comprender nuestra necesidad de expresión. No obstante, no siempre ocurre esto… Por tanto, el consejo aquí es: ¡antes de ponerlo en limpio con el otro, haz tu propia limpieza interna! ¿Cómo?
Empezando por observar tu cuerpo. El cuerpo no miente: se contrae ante el dolor. Respira algunas veces profundamente soltando el aire por la boca. Después, deja que la respiración siga su flujo y concéntrate en la imagen o en el pensamiento del asunto que te está incomodando, y percibe dónde se ha contraído tu cuerpo. A medida que masajeas y relajas este lugar, vas a sentir ceder gradualmente el malestar emocional.
Si negamos nuestras sensaciones, nos distanciaremos de nosotros mismos. Puede no gustarnos lo que estamos sintiendo, pero la libertad de sentir es nuestra puerta de entrada para regresar a nuestro eje interior.
No sentir el cuerpo es como querer volar sin que sea preciso volver a la pista de aterrizaje para recargarse. En cualquier momento nuestra gasolina se acaba… ¡pero el cuerpo está allí para recibirnos!
Al cuidar del cuerpo, estamos celando por nuestra base interna para poder así relajarnos en la confianza de aterrizar con seguridad en nuestro mundo interior.