¿Por qué poner límites a los hijos?
por Silvia Malamud em STUM WORLDAtualizado em 21/08/2016 09:04:02
Traducción de Teresa - [email protected]
¿Quién no habrá oído decir, frente a la autoridad del padre (o cualquier figura que represente dicha autoridad): ¡Ah! ¡Otra vez nada más!, ¡Sólo otro poquito! o el famoso Dame permiso, venga?
Apuesto a que todos nosotros, en nuestro currículo de vida, hemos tenido situaciones como esas. Y, en algún momento, si no hemos pasado ya por esas cuestiones, es cierto que pasaremos.
En esas ocasiones es cuando muchas madres, poseídas por el principio protector contra todas las dificultades que el mundo pueda ofrecer a sus hijos, impensada, desesperadamente y a toda costa, intentan excluirlos de cualesquiera desventuras que puedan ponerlos en algún peligro, disgusto o frustración. Una actitud extremadamente poderosa, que viene con fuerza suficiente hasta el punto de ejercer toda la protección que algunas madres entienden que los hijos necesitan tener.
No obstante, los hijos, aparte de protección, también necesitan pasar por sus propias experiencias de enfrentarse al mundo, para que, al final, puedan desarrollar sus propias alas, haciendo sus vuelos en sus singularidades.
Los perjuicios provenientes del exceso de protección, donde se supone que aquello que los hijos desean ha de serles forzosamente proporcionado, o incluso de la negligencia al eximirse del trabajo de imponer límites coherentes, pueden ser devastadores, tanto para la familia como un todo, cuanto individualmente o para la sociedad.
Algunos posibles resultados del patrón educativo pautado en la ausencia de autoridad y de límites claros quedan evidenciados en las innumerables conductas de muchos jóvenes, quienes al presentarse en sociedad consideran que todo les está permitido y que cualquiera que no sea ellos mismos queda en la categoría de cosas de las que se puede pasar. En el fondo, esos mismos jóvenes tienen severas dificultades para lidiar con la vida y sus vicisitudes. Una de las principales muletillas que emplean para driblar sus amplios y oscuros recelos consiste en el uso abusivo del alcohol y de otras sustancias. Tentativa ciega de promover alivio inmediato de este frágil y ansioso lugar, funcionando como una especie de sedativo emocional.
Un artificio para no rozar siquiera el miedo y la frustración de tener que quizá lidiar con un no en alguna acometida afectiva. Un adictivo para ensancharse más aún en sus delirios de grandeza. En sus castillos construidos en pleno aire. Y, al borde de sus precipicios interiores, durante algunas horas consiguen cierto planeo por esas situaciones que en aquel momento sienten que son mejores; y prefieren pagar con la salud poniendo en graves riesgos su propia sanidad mental que osar fortalecerse pasando por las experiencias. Otros muchos acaban dedicándose a luchas, artes marciales o lo que sea, con tal de que un diálogo no entrenado y que exigiría cierta articulación y reflexión, pueda sustituirse por la reacción agresiva y la imposición de cuerpos.
Adviértase que todo lo expuesto incluso puede formar parte del universo juvenil en busca de identidad, como en algunos aspectos ha ocurrido tiempo atrás; sin embargo, hoy existe un hiato, una diferencia brutal, cuando los chavales acaban drásticamente perdiendo la noción de lo que está bien y lo que está mal, provocando no pocas veces toda suerte de desastres, no sólo para ellos mismos como también para otros de su entorno.
Sé de casos de hijos que literalmente ponen a ambos padres como rehenes de sus más peregrinos deseos. Y ay de esos padres si osan soltar un no al adolescente que ya tiene altura y cuerpo para incluso darles una paliza.
Observad que el título, tema de este artículo, es la importancia de los límites en la trama familiar; pienso que ya podemos meditar cuál sea esa importancia, ¿no es cierto? Sí. ¡La imposición de los famosos límites!
La función arquetípica de la figura paterna, por tanto, es la de ofrecer a los hijos el principio de la realidad, o sea, los límites.
Saber decir no a un hijo y sostener este no puede ser un divisor de aguas en la sanidad mental de quien está en franco desarrollo. Sé cuánto te gustaría, pero no es posible, lo siento mucho, pero no puedes ir a tal lugar o hacer determinada cosa. Es el camino para que una reflexión reparadora se instale dentro del psiquismo de estos jóvenes. Imponer límites de tiempo para determinadas tareas, soportar los posibles berrinches de los hijos o incluso sus ataques histéricos cuando no consiguen lo que quieren, incluyendo las posibles manipulaciones repletas de dosis de mal humor de los hijos cuando se ven obligados a respetar los límites, forma parte del juego del ambiente educacional saludable de la familia. Una madre suficientemente buena debería comprender que, para proteger a sus hijos y también para que puedan salir de casa fortalecidos, deben pasar por frustraciones a fin de hacerse fuertes frente a las posibles situaciones de la vida.
Eso no es, ni de lejos, una castración abusiva, sino la imposición de límites saludables que pueden frustrar, pero que también fortalecen el yo, el sentimiento de compasión y la percepción de que el otro existe. La conciencia moral de que existen leyes en el mundo y de que éstas han de ser debidamente respetadas forma parte de lo que se llama salud emocional.
Claro que no todas las madres estarán configuradas en este patrón de funcionamiento y no todos los padres estarán expuestos del modo como se ha descrito. En muchos casos tales aspectos de funcionamiento estarán cambiados y en otras situaciones pueden estar ausentes o incluso presentarse mediante exceso de límites, lo cual tampoco se muestra adecuado.
Incumbe al padre, en su importancia suprema, honrar con consciencia lo sagrado que implica efectivamente ser padre. Su participación es de extrema relevancia en el desarrollo de la salud psíquica de los hijos. La madre, a su vez, en su sagrada conexión con los hijos, activa el vínculo y la primera certeza de que el deseo de vivir vale la pena.
Ambos padres, o las personas encargadas de criar niños y atender a su desarrollo, deberían ser conscientes de la importancia que tienen y de lo que representan en el proceso evolutivo de seres que son la continuación de sí mismos, aunque con sus propios coloridos.
En muchas parejas del mismo sexo o incluso en familias monoparentales, esas funciones también pueden ser divinamente ejercidas. Basta ser conscientes y tener amor para ofrecer.
No depende, por tanto, de quién cría, sino de la calidad de cómo se cría.
¡Cuanto más despiertos, mejor!