Procesos terapéuticos
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 24/08/2014 09:39:47
por Adriana Garibaldi - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Hay días en que uno despierta mal con la vida, peleando con Dios y con el mundo y sólo somos capaces de atraer a aquellos que también están en sus respectivos momentos de guerra.
Ya de entrada nos molesta el calor, o el frío, o el perro que le dio por hacer pis justamente donde no podía, y hasta con la pasta de dientes, que se atascó en la punta del tubo… y ahí va.
El coche insistió en no arrancar el viernes… ¿me habré olvidado llenar el depósito?
Fui andando hasta la gasolinera a comprar el combustible. Pero antes tuve que pasar por el banco para pagar una factura que, como había vencido el día anterior, no pude pagar.
Pasé por el mercado a comprar algunos productos de limpieza llegando al cajero al mismo tiempo que un grupo de personas.
¿Quién había llegado primero? ¿Ellos o yo?
Me quedé parada en el sitio, yo llevaba tan sólo dos cosas y a fin de cuentas había llegado un segundo antes que ellos.
La cola se movió y traté de acomodarme para pasar. Entonces oí gritar a uno desaforado, que recién había llegado:
¡Tú te estás colando!!! Además de otros muchos improperios innecesarios.
Una palabrería tremenda para resolver quién había llegado antes, y acabé dejando los productos en el carrito, y éste atrancado en medio del pasillo, sólo para no enfadarme todavía más.
¡Sólo por Dios!!! Debí haberme quedado en cama.
No sirve de nada, pensé, los males siempre vienen con su séquito de acompañantes indeseables, que parecen empeñarse en atormentarnos.
Pero, desgraciadamente o por fortuna, acabamos comprendiendo que atraemos aquello que vibramos, porque basta una única contrariedad para cargar nuestras armas y ponernos en posición de defensa, guerreando con la vida y con todo lo que aparece por delante, ya sea el perro que sólo quería llamar nuestra atención o el tubo de la pasta de dientes.
Uno se da cuenta, en ese momento, de que ni siquiera somos capaces de mirarnos, de vernos a nosotros mismos con bondad, o con benevolencia, y menos aún mirar a los otros.
Nos molestamos con todo y con todos, hasta con nuestro psicólogo, porque al fin y al cabo es el responsable de que miremos las partes de nosotros mismos que han de ser observadas, pero no queremos, porque eso nos duele. ¡Pobrecito profesional!!, tan sólo está tratando de hacer su trabajo. Parecería que no está haciendo nada cuando, con voz amable y algunos toques bien dados, derriba nuestras defensas y pone el dedo en nuestras heridas más sufridas, y lo peor es que sentimos que él tan sólo nos empuja hacia dentro del proceso, siendo nosotros mismos quienes acabamos poniendo, no solamente el dedo sino toda la mano, y si nos descuidamos, incluso el brazo. Entonces nos enojamos, hasta por la carita inocente con que nos mira, desmelenándonos por habernos desnudado ante el otro, sin percibir dónde hemos iniciado ese lance de quitarnos las máscaras que tenían la capacidad de escondernos de nosotros mismos.
Hay profesionales realmente hábiles, naturalmente intuitivos, que provocan en nosotros un sinnúmero de emociones desconocidas, complicadas de lidiar, obligándonos a ir al fondo de los principios, en busca de la punta del hilo enmarañado limitándonos. Lo peor es que él está en lo cierto, porque llega la hora de empezar el camino de desenmarañarnos, de limpiar los cacharros sucios que hemos dejado apilados sobre el fregadero, y tirar los restos acumulados a la basura. Pero eso duele. ¡Y cómo duele!!!
Entonces nos enfadamos, incluso para obligarle a expulsarnos del consultorio y a no querer atendernos nunca más, al mismo tiempo en que nos da miedo que lo haga de veras, porque al final nos damos cuenta de que todo empieza a ir mejor.
Un proceso prolongado que vale la pena… como él dice.
Pero uno a veces no quiere esperar, queremos acelerar las cosas, para liberarnos del sufrimiento lo más pronto posible, porque se asemeja no a una cirugía donde se nos pone a dormir mientras el médico hace su parte, sino a una acción lenta, sin anestesia, donde quitamos uno a uno los espinos clavados que han puesto en nosotros, o mejor dicho, que nosotros mismos nos hemos ido poniendo durante años y años, incluso décadas.
¡Y eso hace daño!!
Por momentos entonces pensamos en desistir, nos parece que está siendo demasiado para nosotros, pero pese a todo, vemos que ya hemos recorrido un largo camino dentro de esa historia y, si lo dejamos ahora, sería como firmar una confesión de incapacidad, de flaqueza, y no queremos sentirnos derrotados, vencidos de nuevo, dando la batalla ganada a nuestros enemigos internos.
Y sin embargo estamos irritados con todo y con todos y como las energías iguales se atraen, atraemos toda clase de problemas, los más de ellos pequeños e insignificantes pero que en conjunto se convierten en una montaña de contrariedades con las cuales no sabemos lidiar.
Sopesamos la posibilidad de atravesar la vida como si fuese un mar de rosas, sin percibir que esto no es posible, que justamente los sinsabores y los dolores son fundamentales y promueven nuestro crecimiento.
Se dijo que cuando el discípulo está listo el maestro aparece. A veces lo idealizamos frente a nosotros vestido con túnica blanca, barba poblada y un pesado báculo. Casi al estilo MOISÉS, capaz de abrir el mar para que podamos atravesarlo hasta la otra orilla.
Pero no… Nuestro maestro puede venir en la figura de un psicólogo, de un amigo, de alguien que se cruza en nuestro camino y va con nosotros unos pocos pasos, diciéndonos la palabra exacta, la frase pertinente, en la hora apropiada.
Sin duda todos somos discípulos y maestros unos de otros y, en la escuela del mundo, a veces encarnamos un personaje y a veces otro, según el momento. Llevando la vida o dejándonos conducir por ella hasta que nuestro sótano de memorias y dolores quede limpio de una vez.
Lo importante es no seguir arrastrando la suciedad para debajo de la alfombra, sino continuar con fe, aceptando los procesos terapéuticos de crecimiento, a veces en el dolor, otras en la alegría de encontrarnos a nosotros mismos.