Quiero siempre lo mejor
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 07/07/2009 11:16:56
por Maria Silvia Orlovas - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Aparentemente ¿qué hay de equivocado en este pensamiento que está vibrando en la mente de muchas personas?
La respuesta más directa sería que no hay nada equivocado en intentar hacer siempre lo mejor, siempre que eso no se transforme en una obsesión. Porque intentar hacer siempre lo mejor puede convertirse en un peso, un desafío e incluso afectar a la salud, como le ha ocurrido a Flávia, que acudió a mí al sentirse muy perdida. Médica, muy comprometida con su trabajo y con sus dos hijos, estaba tan estresada que se le caían los cabellos al peinarse.
Debido a eso, notando que el estrés ya escapaba a su control y consciente de que necesitaba tratamiento, acudió a mí intentando comprender mejor qué le estaba sucediendo, ya que se creía una persona dentro de la realidad psicológica saludable.
Trabajando bastante, pero haciendo algo que no le gustaba, no se sentía exactamente infeliz con su profesión. Consideraba que necesitaba ganar más, pero, siempre que fuese posible, no tenía planes para cambiar de carrera.
Criada en una familia humilde, se enorgullecía al pensar en su logro profesional, ya que no había tenido apoyo por parte de su padre para seguir ese camino que exige tanto en el largo período de formación y especialización. Separada, con dos hijos, tampoco se sentía infeliz con su momento, ya que su marido se había vuelto un peso cuando en la relación él se comportaba como un hijo más, una persona más a cargo de ella. Y cuando todo terminó en el momento en que ella descubrió una traición, ni la infidelidad la perturbó. A decir verdad, incluso se sintió aliviada porque no le fue preciso buscar justificación para la actitud racional que empezaba a adoptar.
Flávia era el tipo de persona que tenía explicación para todo, que lo comprendía todo, pero con algunos kilos menos y esa caída de cabellos, no alcanzaba a saber qué hacer para que eso cambiase.
Las vidas pasadas pusieron de manifiesto una chiquilla abandonada por los padres en una situación de guerra, alguien que luchó para sobrevivir y aprendió a vivir sola sin depender de nadie. En otra vida la escena se detuvo en un suburbio londinense en plena revolución industrial. Un ambiente sombrío, sin esperanza. Ciertamente son escenas que persiguen el subconsciente de mucha gente que encara la vida como un grande y constante esfuerzo. Las personas que vibran en este patrón, incluso cuando tienen cosas buenas no se encuentran cómodas ni felices con sus conquistas. Por mucho que tengan amor, o aunque se sientan rodeadas de sus cosas buenas y conquistas personales, continúan sintiéndose pobres y teniendo que hacer esfuerzos para relajarse. Naturalmente para ese tipo de desasosiego siempre indico la práctica de la meditación, pero no creas, amigo lector, que solamente hay una única meditación. Por el contrario, a lo largo de mi experiencia puedo afirmar que incluso el hecho de meditar en la cama, acostado, antes de levantarse agradeciendo a Dios por un día más de luz, de posibilidades y experiencias, puede ser una cura.
Amigo lector, tú mismo puedes tener un día, o incluso un tiempo, de sentirte infeliz sin causa aparente, como fue el caso de Flávia; y para compensar su constante insatisfacción, ella intentaba durante todo el tiempo hacer lo mejor que podía. Se impuso un ritmo de vida que la estaba agobiando. Lo mejor para los hijos era una escuela bilingüe muy cara, lo mejor para vivir era un apartamento financiado en un barrio noble de São Paulo, más allá de sus posibilidades, y por ahí seguía su patrón de exigencias personales; todo esto sin mencionar las obligaciones de trabajo, que cada vez se hacían más pesadas. Intentando compensar, ella esperaba desesperadamente las vacaciones, cuando se iría a Disneylandia con los hijos… ¿Y descansar? ¿Y respirar aire puro? ¿Y estar sin hacer nada, observando la vida, las personas, un día perezoso al sol?
“María Silvia, no consigo parar. Parece que cuando paro estoy haciendo algo equivocado. Creo que tengo una compulsión por ser útil”. Lo dijo riendo de sí misma ya en la segunda sesión. Lo cual ha sido un gran avance.
Mi trabajo con ella fue exponerle cosas básicas, recordarle cosas que ella ya sabía, pero que no se concedía el derecho de hacer. Le hablé que pasear en un parque, ir a la feria con los críos y dejarles elegir frutas o verduras puede ser un momento ligero, incluso de esparcimiento. Intenté hacerle ver cómo cosas sencillas pueden ser relajantes si se toman con tranquilidad. No todo tiene que ser útil, necesario. No siempre la súper escuela podrá rellenar el vacío de su ausencia, trabajando locamente para mantener el status…
Al decirle todo esto ella volvió a llorar, diciendo que hacía todo aquello por sus hijos, ya que su padre no lo había hecho por ella…
Estuvo bien verla desahogarse, hablar de lo que sentía, porque era precisamente eso lo que abriría un espacio dentro de ella para aceptar otra visión de las necesidades de la vida. Le expliqué que la carencia estaba en su vida personal con la ausencia del padre, pero también vibrando en su inconsciente, en sus vidas pasadas llenas de restricciones, y que por eso en esta vida nuevamente ella se enfrenta al mismo patrón; que para rellenar esa laguna era preciso entrar en sí misma. Amarse, cuidarse, tener paciencia consigo misma y aprender a valorar el tiempo sin hacer nada. La vida es saber vivir cada momento como importante, aunque ese día te apetezca estar en cama hasta tarde, o caminar por las calles de tu barrio y desayunar en la cafetería. Creo que está bien pensar en el valor que damos a las cosas de nuestra vida. ¿No es cierto?