Reflexiones sobre `Lo Femenino´- Parte 2
por Flávio Gikovate em STUM WORLDAtualizado em 06/07/2008 00:25:23
Traducción de Teresa - [email protected]
Consideraciones acerca del origen de la guerra entre los sexos
El tema es excitante y fundamental, y sobre él vengo publicando desde 1979. Confieso que sólo con el paso de los años me he dado cuenta de la importancia de algunas de las consideraciones que hice en aquella época. Y a título de autocrítica, debo decir que he sido un tanto ingenuo por no haber percibido la relevancia de mis observaciones. Lo que disminuye un poco la sensación desagradable que esa constatación me produce es que no he sido el único en tener dificultades para lidiar con la cuestión de las diferencias entre los sexos y principalmente para extraer de ellas todas sus consecuencias. El propio Freud señaló el aspecto más importante relativo a las diferencias entre lo masculino y lo femenino - como pueda ser el de la existencia de un deseo visual masculino inexistente en la mujer - en una nota de pie de página de su obra El malestar en la civilización, escrita en 1930. ¡Jamás volvió a la cuestión! Una importante diferencia entre los sexos consiste en la ausencia de período refractario tras el orgasmo en las mujeres, diferentemente de lo que sucede con los hombres, y quien primero lo ha registrado ha sido Masters y Johnson; estos autores tampoco han conseguido extraer todos los desdoblamientos que tan importante diferencia impone. ¡Es indiscutible la dificultad que tenemos en estudiarnos a nosotros mismos!
Intentaré penetrar en el círculo vicioso que determina la hostilidad recíproca entre hombres y mujeres a través del punto que considero como inicial: aquel que define las primeras sensaciones de los hombres frente a la diferencia entre los sexos, que surgen juntamente con la sexualidad adulta.
Registré, hace casi 20 años, que la llegada de los primeros impulsos eróticos más intensos que, en los chicos, sucede en torno a los 13 años - juntamente con la aparición de los caracteres sexuales típicos de la virilidad - viene acompañada de algunas sensaciones íntimas negativas y totalmente inesperadas. Los niños crecen con la idea de que son privilegiados, toda vez que les han enseñado que el mundo es de los hombres. Lo contrario pasa con las niñas, de suerte que muchas de ellas crecen sublevadas y envidiosas de la condición privilegiada que suelen disfrutar los niños en sociedades como la nuestra.
Con la llegada de la pubertad, los muchachos pasan a sentir enorme deseo sexual por un sinnúmero de chicas, deseo este que pide aproximación y rozar el cuerpo de ellas. La grande e inesperada sorpresa es que tal deseo no es correspondido. ¡Esa no la esperaban! A partir de entonces, desarrollan una sensación de inferioridad, frustrándose por la ausencia de reciprocidad. Desear sin ser igualmente deseado genera una enorme frustración en prácticamente todos los muchachos. Tal sentimiento muy comúnmente acompaña a los hombres a lo largo de toda su vida.
En general, los muchachos atribuyen, hasta hoy, ese hecho de no ser objeto de deseo visual, a su "precaria" apariencia física. Por tanto, el que es bajo, gordo, narigudo, entre tantos defectos que ven los adolescentes en sí mismos, se siente no atractivo debido a esas desventajas relativas a su imagen. Entienden la cuestión como algo particular, condición en que se vuelven muy deprimidos y resentidos. Para ellos, otros chicos provocan el deseo que en verdad ellos mismos gustarían de causar, pudiendo desarrollar gran hostilidad envidiosa hacia los más guapos y llenos de encanto. Seguramente, la belleza masculina es un elemento capaz de despertar el interés de las mujeres, pero es un hecho también que existe una gran diferencia entre despertar el interés y desear. No sabemos cómo reaccionarán los muchachos cuando puedan crecer y llegar a la adolescencia ya en posesión de esos datos relativos a nuestra sexualidad que solamente ahora empezamos a tener más claros.
La diferencia, ciertamente, es de naturaleza biológica y es independiente de la apariencia física de los chavales. Corresponde, como ha señalado Freud, a la transferencia hacia la zona de la vista de aquello que, en las otras especies de mamíferos, es propio de la olfacción. El deseo es propiedad masculina, define un papel activo para el macho en lo atinente al abordaje sexual. En los mamíferos, en general, tal característica no define cualquier diferencia jerárquica: es tan sólo una diferencia. En nuestra especie, existe la diferencia y lo que las mentes de los hombres y, claro, de las mujeres piensan sobre ella. No hay, para nosotros, hechos desacompañados de las reflexiones y ponderaciones que hacemos respecto de ellos. En general, los hombres se sienten perjudicados por la constatación; registran la diferencia en la naturaleza del deseo como una gran desventaja, lo cual determina la aparición de una enorme hostilidad de naturaleza envidiosa. En 1979 señalé y enfaticé que la primera manifestación envidiosa adulta era la del hombre en relación a la mujer, y no lo contrario, que es voz corriente en psicología.
La constatación de que el deseo visual es unilateral despierta en el hombre la conciencia de que hay una ventaja femenina en ese punto de vista, toda vez que ella tendrá que dar su conformidad a la aproximación física de él - cuando menos en el mundo civilizado, donde no se acepta la violencia física para imponer la intimidad sexual; se entiende también por esta vía el origen del estupro: una rebelión, llevada hasta las últimas consecuencias, contra la diferencia sexual. El consentimiento de la mujer se dará como resultado de otros factores que no el deseo visual, pues éste no existe en ella de la misma forma que en los hombres. El hecho de que un hombre ya desee a una mujer y tenga que esperar por el veredicto de ella para saber si podrá o no aproximársele, determina en él, como he dicho, un fuerte sentimiento de inferioridad acompañado de una profunda envidia, o sea, de enorme hostilidad sutil, la cual intentará ejercer de forma un tanto disimulada.
¿Qué han hecho los hombres? Se han beneficiado de su superioridad muscular y, cuando tal propiedad era básica para el ejercicio de las actividades fuera de casa - lo que se suele llamar "espacio público" - han tratado de apropiarse de los poderes que se derivan de ser los detentadores de los frutos del trabajo, lo cual, más o menos rápidamente, ha pasado a corresponder a alguna forma de dinero. Como no podría dejar de ser, teniendo en cuenta la envidia masculina y la necesidad de mejorar su posición ante las mujeres, han cerrado las puertas del mundo del trabajo, de modo que a ellas quedaba reservado apenas el "espacio privado".
Estaban condenadas a reproducir y a cuidar de la casa, de los hijos y de sus esposos, de los que se tornaban totalmente dependientes para los fines de la supervivencia material.
La descripción que hago es superficial y un tanto esquemática, pero sirve para demostrar que los hombres han tratado de revertir su sensación de inferioridad y de imponer su fuerza sobre las mujeres. La fuerza efectiva era la física, pero ellos se han ido volviendo, poco a poco, muy competentes incluso en aquellas actividades que no dependían de la supremacía física. Creo firmemente que si ellos han sido más eficientes que las mujeres en las actividades intelectuales, esto ha sucedido tan sólo porque ellos se han adjudicado a si mismos tales tareas - de las que ellas han sido activamente alejadas - y no por fuerza de alguna inferioridad femenina.
No obstante, no fue exactamente así como se expuso la cuestión: han pasado a considerar a las mujeres como intelectualmente inferiores; ese se ha convertido en el discurso oficial de sucesivas generaciones de hombres. Les gustaba afirmar la supuesta inferioridad femenina y se deleitaban en la búsqueda de argumentos a favor de esa tesis; por consiguiente, el machismo se caracterizaba esencialmente por la explícita actuación encaminada a afirmar la supremacía masculina en todos los campos - a excepción del más importante, que, para los hombres, continuó siendo el sexual.
Me gustaría enfatizar que la envidia de los hombres respecto de las mujeres siempre ha estado asociada a la frustración que ellos sienten por el hecho de no sentirse deseados sexualmente. No todas las diferencias entre los sexos provocan la envidia, sólo las que se perciben como ventaja para el otro, como la superioridad. No creo, pues, que sea motivo de envidia el que la mujer pueda gestar y tener hijos; para los hombres, eso es desventaja y no privilegio; por cierto, son muchas las que también sienten como desventaja el tener que soportar la gravidez y ver su cuerpo deformado durante tantos meses. Igualmente, los hombres no envidian la menstruación ni las mujeres envidian el tener que afeitarse diariamente. Envidia no sobreentiende diferencia sino diferencia interpretada como favorable al otro.
Las mujeres, al verse alejadas del espacio público, y percibir los enormes avances que los hombres eran capaces de hacer al dedicarse a las actividades relacionadas con el trabajo fuera de casa, han pasado a sentir fuerte envidia del éxito que tantos de ellos han obtenido como resultado de la competencia que demostraron en ese sector de la vida. En la práctica, surgía una condición favorable a la inversión de poderes, toda vez que ahora eran las mujeres las que pasaban a querer aproximarse a aquellos hombres más exitosos, del mismo modo que éstos siempre habían deseado la intimidad con las mujeres más atrayentes. Lo que ha acabado por suceder ha sido un equilibrio entre los poderes masculinos - adquiridos, fruto de la buena utilización de su superioridad física y del alejamiento intencionado de las mujeres de sus áreas de actuación privilegiada - y los femeninos - innatos, principalmente relacionados con la apariencia física y la capacidad de despertar el deseo sexual.
He ahí el ingrediente esencial para el establecimiento y la perpetuación de la guerra entre los sexos: la envidia recíproca. Ésta contiene un elemento agresivo que debe manifestarse de forma sutil y disimulada; los hombres que resienten mucho a las mujeres podrán posicionarse como si hubiesen sido encantados por ellas - lo cual, de resto, es verdad. La envidia corresponde a la aparición de reacciones agresivas en relación a alguien a quien admiramos mucho, precisamente por ser portadora de características que nos gustaría tener también. Así, nuestro sentimiento por esa persona será siempre ambivalente. En la práctica, tal mezcla puede determinar una conducta masculina muy típica del conquistador: el hombre se muestra, sin mucha dificultad, encantado por determinada mujer; hace de todo por seducirla dándole demostraciones de enorme interés humano, cuando, en verdad, el real interés es esencialmente sexual; consigue inducirla a la intimidad física y después desaparece de su vida, haciéndola sufrir mucho; este último proceder resulta del ingrediente agresivo, vengativo incluso. Es como si aquella mujer estuviese pagando por todas las otras que le han despertado el deseo. Desaparecer después de seducirla es humillarla, hacer que ella sienta dolores similares a los que él ha sentido cuando las mujeres en general lo rechazaron, especialmente durante los años de la pubertad. Muchos son los que gastan buena parte de su energía, a lo largo de toda su vida adulta, en ese tipo de actividades, en que no buscan apenas placeres eróticos intensos, sino que también intentan rescatar la autoestima que han perdido durante los años de la adolescencia.
Es muy peculiar a nuestra inteligencia la búsqueda de comportamientos capaces de conciliar emociones antagónicas, como el que se acaba de exponer como ejemplo. No debemos apresurarnos al interpretar conductas humanas, pues éstas pueden estar a servicio de varios propósitos simultáneamente. Es el caso de la reacción de las mujeres respecto de los comportamientos masculinos que caracterizan el machismo. Al percibir que los hombres se sienten disminuidos por desear y no ser correspondidos de la misma manera, ellas se empeñan todavía más en volverse sumamente atrayentes. ¿Lo hacen con el propósito de llamarles la atención y agradarles? Ese ingrediente también está presente, parte del erotismo típico de la vanidad; cuando imaginan el deseo que van a despertar, podrán deleitarse anticipadamente e incluso excitarse sexualmente con ello. Tales ingredientes no excluyen el de naturaleza agresiva derivado de la envidia que ellas también tienen de los hombres - tanto la envidia derivada del período infantil, cuando, de hecho a muchas niñas les gustaría haber nacido niño, como la derivada del mayor éxito social y profesional que habitualmente obtienen aquellos hombres tenidos como los más interesantes; despertarles el deseo sin permitir cualquier aproximación es lo mismo que llevar a un niño pobre a mirar, a través de la ventana, una heladería. Hay clara maldad en la postura de las mujeres que se empeñan en tornarse enormemente atrayentes, sobre todo cuando su objetivo es tan sólo provocar el deseo masculino para que ellos se sientan humillados por un eventual rechazo.
Las chicas perciben que disponen de un importante poder de atracción sobre los hombres ya en los primeros años de la pubertad y la adolescencia. Con el aumento de los senos y el redondear de las caderas, pasan a llamar la atención y a atraer determinado tipo de mirada diferente a las que tenían por costumbre recibir durante los años de la infancia. Se trata de un descubrimiento complejo, que puede ser entendido como lo que determina la pérdida de la ingenuidad.
La ingenuidad no se pierde, según creo, cuando un niño o niña descubren cómo nos reproducimos, sino cuando perciben - y las niñas parece que van por delante en ese aspecto - que existe un complejo juego de poder entre los sexos y que la vida sexual no puede ser practicada con la sencillez con que los críos "juegan a los médicos". El descubrimiento del poder sensual por parte de las chicas conduce a muchas de ellas a un estado de timidez, de retraimiento, siendo que algunas incluso entran en pánico. Ellas perciben que atraen a los hombres y eso las excita mucho. Las que sientan miedo de su propia excitación, muy intensa y un tanto inesperada, se volverán totalmente inhibidas en aquellas situaciones propicias para provocarlos. ¿Qué harán? Intentarán minimizar sus poderes a través del uso de ropas extremadamente recatadas, ganando peso, haciéndose particularmente retraídas, etc. En realidad, no han aprendido ni a "domesticar" sus impulsos sexuales ni tampoco a instrumentalizarlos. Pasan a sentirse a merced de ellos, son rehenes de su propia excitación, lo cual determina un estado de confusión psíquica capaz de generar síntomas como los que se han descrito arriba, entre otros.
Continuará