Relájate: ¡no hay felicidad sin tristeza!
por Rosana Braga em STUM WORLDAtualizado em 31/10/2013 11:02:13
Traducción de Teresa - [email protected]
Parece obvio lo que canta Lulú Santos: “No existiría sonido si no hubiese el silencio. No habría luz si no fuese la oscuridad. La vida es ciertamente así, día y noche, no y sí…”. Mejor dicho, es más que obvio. ¡Es un hecho! Nada existiría sin su opuesto, porque la existencia sucede a partir del contraste, de la referencia, del punto de vista.
Pero aun así, insistimos en desear la felicidad plena. Queremos sólo alegría, sólo satisfacción. Y querer ni siquiera es el problema. A fin de cuentas, desear todo lo bueno de la vida tiene ciertamente su mérito. El verdadero problema surge cuando uno se rebela con lo que no es así tan bueno. Con lo que no agrada sentir.
Sí, hay mucha gente que se hunde en lamentaciones y protestas, por tiempo indeterminado y sin búsqueda alguna de consciencia, cuando se depara con la frustración, la pérdida, la tristeza, el miedo, la soledad. No consigue comprender que todo eso forma parte. ¡No percibe el encaje de los engranajes que hacen rodar y madurar la vida!
No se trata de huir del sufrimiento. Ni de adueñarse de él sin que quede espacio para cualquier transformación. No se trata de restar ni de multiplicar sentimientos. Se trata de que duela de modo tan auténtico e intenso como cuando nos disponemos a alegrarnos. Se trata de sentir, simplemente. Lo que haya para ser sentido. Ahora, en este momento. ¡Se trata de vivir lo que hay para hoy! Sin volver estático o definitivo lo que quiera que fuese.
Sé que a menudo no es fácil soportar dolores que parecen más fuertes que nosotros mismos. Pero la sensación de que vamos a ser engullidos por el dolor también forma parte. Y se va haciendo menor y menor y menor. Y nos va enseñando más y más y más. Hasta que las heridas cicatricen, las gruesas postillas ya no sirvan, y uno se rehaga. Pero lo nuevo sólo es posible cuando aprendemos a legitimar todo lo que sentimos.
Deseo que tú respetes tu dolor tanto cuanto te permitas respetar tu felicidad. Y que no quieras abreviarlo para parecer fuerte. Ni prolongarlo para parecer mártir. Que únicamente aprendas con él. Que, sobre todo, te des cuenta de tu inmensa fragilidad tanto como de tu maravillosa capacidad de superación. Y que, así, repleto de humanidad, puedas apoderarte de todo lo que llena el universo. Porque todo – sonido y silencio, luz y oscuridad, día y noche, no y sí - ¡es sagrado!