Rescatando la libertad de ser quienes somos
por Sergio Scabia em STUM WORLDAtualizado em 08/04/2020 11:34:55
Traducción de Teresa - [email protected]
La educación que hemos recibido de nuestros padres, el ejemplo que nos han dado, ellos y todas las personas relevantes, durante los años de nuestra formación, ciertamente han marcado profundamente nuestra manera de ser y de actuar incluso hasta hoy. Eran otros tiempos, claro, pero los valores vigentes hablaban de honradez, respeto, buen proceder, compasión hacia los menos favorecidos y otros muchos aspectos que nos han llevado a ser lo que somos.
Recuerdo claramente que no se compraba nada a crédito. Un sobre colocado bien a la vista sobre el frigorífico recibía cada mes una cantidad de dinero que, una vez completada, servía para comprar una TV nueva, los muebles de la sala, o pagar unas cortas vacaciones en la playa. Aparte quedaba una reserva, que siempre era suficiente para llamar en una emergencia al médico-ángel que atendía a domicilio o para enfrentar fuera de casa al dentista-verdugo que cuidaba de nuestra boca.
No soy de los que creen que todo tiempo pasado fue mejor, y he de confesar que hacían falta profundos cambios, en muchas cosas, en el estilo de vida de aquella época, en la cual imperaban la escasez y la obediencia absoluta a reglas nunca cuestionadas.
Casi todo el mundo estudiaba principalmente para garantizar una carrera segura, que permitiese una vida digna, proyectando desde ya una jubilación sagrada, aunque fuese en el servicio público, en las fuerzas armadas o en el clero. Sí, la presencia de la religión dominante era fortísima y yo mismo he sufrido presión para que me hiciese cura.
La religión, que en todo estaba activamente presente, se convertía en algo automático, que repetía hasta la saciedad refranes de culpa y pecado, un recorrido casi sin salida que empezaba en el bautismo (sin nuestra autorización, obviamente) y seguía por los demás sacramentos, destacando la misa dominical, con relativa confesión (¡qué apuro!) y comunión, a la espera de la temida y fatídica extremaunción, el mutis por el foro de una única vida que, según la enseñanza que se nos transmitía, debía ser de obediencia, disciplina, penitencia y sufrimiento.
Poco se comprendía, nada se percibía realmente sobre Dios, entidad severa y distante que gobernaba a todos a través de sus diez mandamientos. Recuerdo que lo aceptaba y solo me sentía motivado con el "ama a tu prójimo como a ti mismo", cuestión que hacía a los otros nueve totalmente superfluos, quizá porque venían cargados de una energía imperativa, distante, ríspida y vengativa. Y además cuyo juicio final era definitivo, inapelable, sin perdón. ¡Pero qué infierno!
Personalmente, no me gustaban todos esos ni otros conceptos, que considero un gran error, una aberración, un formateado peligroso de nuestro futuro, de nuestro inmenso potencial creativo; y creo que ha sido por querer liberarme de esa triste realidad por lo que he elegido Brasil para vivir y trabajar. Mi hermano menor acabó recorriendo ese mismo camino y estuvo muchos años aquí. Los otros dos hermanos acabaron jubilándose por allá.
Bueno, en realidad, el episodio que ha inspirado este boletín fue un acontecimiento doloroso de mi vida, que el tiempo todavía no ha borrado de mis memorias.
Cuando mi hermano "brasiliano" y yo estábamos estabilizados, nos cansamos de invitar a nuestros padres para que viniesen a visitarnos aquí, al fin y al cabo les pagaríamos el pasaje y el alojamiento sería en casa de uno de nosotros.
Es bien sabido que convencer a un progenitor para que haga algo puede ser tarea complicada y, siempre que entrábamos en el 'tema viaje', mi padre decía que, por gustarle tanto Brasil aun sin haber estado nunca aquí, quería permanecer bastante más tiempo que unas cortas vacaciones a fin de conocerlo a fondo y, como la jubilación estaba próxima, nada como tener un poco de paciencia y aplazar la gira unos meses más.
Así, diez meses antes de lograr al fin jubilarse, tras más de 40 años de trabajo, en vez de venir a conocer este lindo País, eligió el día 2 de noviembre para retornar a la Casa del Padre.
Al recordar esto, todavía noto algo así como un guantazo, un gran nudo en la garganta, incluso por no haber conseguido despedirme de él en aquel momento complicado de mi vida, con un hijo de pocos meses y la joven esposa que aún no sabía moverse bien por São Paulo.
Perder a un padre es algo que hace mucho daño, más todavía cuando estamos distantes; con todo, las directrices recibidas y la orientación para la vida práctica, su ejemplo honrado y sus enseñanzas, continúan vivos en mí.
Pero la rueda de la vida gira sin parar y la familia unida de allende el mar se divide, se multiplica, y ahora es la nuestra la que tenemos que cuidar. Ahora debemos asumir el papel real de padres, la responsabilidad para con nuestros retoños, mirándonos en el espejo de los conceptos adquiridos, pero procurando filtrar, descubrir y añadir todo aquello que de bueno, verdadero y sagrado nos han aportado las preciosas experiencias de esta existencia.
Es la evolución del ser humano, el descubrimiento de nuestra misión, libres de condicionamientos, de dogmas y presiones externas; el encuentro con otros hijos y hermanos que están en sintonía vibracional con nosotros, que forman un grupo de obreros, de servidores y buscadores de la Luz. Seres a veces un poco retraídos, introvertidos, que poco se dejan ver, pero que con su energía cristalina sumada a la de tantos otros compañeros, sostienen de hecho a la Verdad, manteniendo vivos los valores universales y eternos: una red de personas dedicadas y conscientes de su papel, que viven de forma serena, lúcida, armoniosa y amorosa.
Se trata de un grupo especial que es la evolución del núcleo familiar y social y que también se extiende más allá de los innumerables grupos ligados entre sí por lazos de origen, raza, color, principios varios, religiones y creencias diversas, muy por encima de todo cuanto divide o separa; seres que viven en el amor, diseminando por su entorno un halo de energía benéfica, de bienaventuranza, de paz y transformación.
Tenemos, sí, mucho que reconocer y que agradecer a nuestros antepasados, por hacer todo cuanto estuvo a su alcance, preparando el camino de nuestra jornada, conscientes ahora de que estamos, a nuestra vez, siendo ejemplo para nuestros hijos en la misión de vida, estimulándolos a ir mucho más allá de nuestro legado, a buscar solo dentro de sí mismos la Verdad que liberta, como seres libres, conscientes de su valor, poder personal y divinidad.
Doy las gracias aquí a los queridos y pacientes Guías y además a toda la pandilla que permite que este Sitio exista: Rodolfo, Sandra, Teresa, Marcos, Anderson, Ian, Lidiane... ¡ y Tú! Somos uno!