Solo podemos alterar o evitar que algo ocurra si conocemos su proceso, o su forma de actuación. Lo mismo podemos decir con relación a las enfermedades. Conociendo el proceso de enfermar podemos prevenirnos o al menos entender qué es lo que ocurre en nuestra mente y cuerpo, y principalmente comprender su mensaje.
El estrés, nuestro compañero diario, realmente es una profunda señal de alerta del organismo. La expresión corporal constituye el primero y más primitivo medio de comunicación y defensa de que dispone el ser humano, principalmente en los momentos en que sus defensas están bloqueadas. La vinculación entre estado psicológico y descenso de las defensas en el organismo se basa en las alteraciones orgánicas producidas por las situaciones de estrés: la mayor producción de cortisona (hormona segregada por las suprarrenales), que tiene lugar en estas situaciones, llevaría a una mayor destrucción de las células de defensa del organismo. Es muy frecuente pillar una gripe, un herpes, o contraer algún otro virus, cuando estamos frágiles emocionalmente, pues el sistema inmunológico se ve directamente afectado. La relación entre el estado psicológico y las enfermedades no se verifica únicamente en situaciones de estrés, como también de tristeza, sufrimiento intenso, angustia, frustración y pérdidas, principalmente cuando ocurren repetidas veces; o sea, toda sobrecarga que origine tensión emocional puede ser la causa de una enfermedad.
También hay que considerar algunos factores determinantes de una dolencia:
- Factores de predisposición: de naturaleza genética o adquirida;
- Factores desencadenantes: relacionados con el estilo de vida (hábitos alimentarios, consumo de alcohol/tabaco/drogas, tipo y duración del trabajo, actividad física o sedentarismo, vida sexual, ocio, relación familiar y afectiva, religiosidad, escolaridad, posición social) y con las condiciones del medioambiente (alteraciones climáticas, condiciones sanitarias, contaminación, etc.).
Cuando se dan estos factores habrá un desequilibrio interno que dará origen a todas las fases del enfermar.
El proceso de enfermar es lento y gradual, pasando por cuatro fases, a saber:
- Primera fase: tensión emocional;
- Segunda fase: trastorno funcional;
- Tercera fase: alteraciones celulares, comprobables en laboratorio;
- Cuarta fase: destrucción celular, en la cual se produce la lesión celular, o enfermedad propiamente dicha.
O sea, la tensión (primera fase), dependiendo de la intensidad, repetición o duración del conflicto, ya sea con uno mismo o con alguna situación, es suficiente para originar trastornos funcionales (segunda fase); y éstos, si repetidos y persistentes, alteran la vida celular (tercera fase), en la cual los resultados de los exámenes revelan alteraciones; y éstas acarrean la lesión orgánica, que es la cuarta fase, o enfermedad en sí. Es preciso resaltar que el proceso de enfermar empieza mucho antes de que pueda diagnosticarse mediante exámenes, ya que esto solo ocurre en la tercera fase, por eso es tan frecuente descubrir una dolencia ya en estado avanzado, sin que anteriormente se pudiese constatar en ningún examen. Todo este proceso es inconsciente, pudiendo durar semanas o años.
Pero ¿cómo evitar una dolencia si cuando llega a diagnosticarse a través de exámenes puede ser tarde? Cuidando de nuestras emociones. El trabajo de prevención consiste en actuar antes de que el proceso llegue a la cuarta fase. Y cada uno de nosotros puede evitar que haya una sobrecarga de tensión emocional, identificando las situaciones que causan conflicto tan pronto como se producen. Por eso es tan importante la expresión de las emociones. ¿Cuántas veces nos ocurre sentir algo y pasarlo por alto, bloquearlo, negarlo?
Hoy ya no tenemos forma de evitar el estrés o la ansiedad, pero podemos advertir inmediatamente el momento en que nos sentimos sobrecargados y permitirnos parar un poco para respirar. ¿En cuántas situaciones pasamos por alto nuestro cansancio y continuamos sin tiempo siquiera para respirar? Continuamos sobrecargándonos sin darnos cuenta de las consecuencias, sin tener en cuenta las señales que recibimos. Pensamos mucho más en el momento presente olvidándonos de que todo lo que hacemos y principalmente, todo lo que sentimos, tiene consecuencias que no siempre es posible revertir. El ser humano corre tanto, y ¿para qué? ¿Qué sentido tiene eso? Por lo general, para acumular bienes materiales, buscar el poder, tener éxito, lo cual a menudo únicamente encubre la necesidad de reconocimiento, de sentirse persona de valor. Sí, todo eso es muy gratificante, pero en determinados casos ¿a qué precio? ¿Pagar con la vida o la salud? El único objetivo es hacer que cada cual reflexione sobre su propia vida, sin que haga falta estar ingresado en un hospital o inconsciente en una UCI, donde frecuentemente encontramos personas desesperadas no por el último contrato que no han logrado cerrar, sino por el más íntimo deseo de estar cerca de aquellos que aman. Entonces surge el miedo a la muerte, y quien no está preparado para morir, muy posiblemente tampoco lo está para vivir.
Cuando estamos enfermos tememos no poder llegar a realizar lo que aún teníamos pensado hacer. Es el miedo de la despedida, de la finitud, pues nosotros, los seres humanos, tendemos a dejar las cosas más importantes para mañana. Y a quien es joven le encanta hacer así y jugar con la vida y con los propios sentimientos, pero no es lo avanzado de la edad lo que nos hace enfermar, sino una acumulación de amarguras, resentimientos, conflictos. Por eso hay cada vez más jóvenes con enfermedades muy serias y con ellas están aprendiendo a reevaluar sus valores, su modo de ser, su manera de vivir. Mientras no tomemos conciencia de que paz, armonía, alegría, no se compran con dinero o poder, la enfermedad continuará afectándonos, a fin de que empecemos a valorar más aquello que realmente da sentido a la vida: ¡el amor! Sin él no somos nada, pero desgraciadamente, muchos solo se dan cuenta de ello cuando se ven en un lecho de hospital. Entonces tendrán la oportunidad de pararse a pensar, sin prisas; y percibir que la enfermedad, por peor que sea, siempre nos trae un mensaje que nos dice: piensa, reevalúa, cambia lo que haya que cambiar, ¡pero sé feliz!
Rosemeire Zago é psicóloga clínica CRP 06/36.933-0, com abordagem junguiana e especialização em Psicossomática. Estudiosa de Alice Miller e Jung, aprofundou-se no ensaio: `A Psicologia do Arquétipo da Criança Interior´ - 1940.
A base de seu trabalho no atendimento individual de adultos é o resgate da autoestima e amor-próprio, com experiência no processo de reencontrar e cuidar da criança que foi vítima de abuso físico, psicológico e/ou sexual, e ainda hoje contamina a vida do adulto com suas dores. Visite seu Site e minha Fan page no Facebook. Email: [email protected] Visite o Site do Autor