Mientras yo meditaba, él surgió ante mí de aquella manera silenciosa. Sus ojos color miel emanaban la serenidad del amor incondicional. Él no dijo nada y yo me desnudé espiritualmente: el corazón abierto y la conciencia en la sintonía de aquello que él inspirase. Sin embargo, sus ojos solo me decían: "Trabaja con amor. Piensa en las muchas moradas del Padre Celestial. Medita en el amor que sostiene los orbes y las estrellas en la inmensidad. Percibe la alegría de ser útil a tus hermanos. El Padre habita en todos los seres y su música fecunda las dimensiones de la vida."
Permanecí quietecito y tímido ante su mirada amorosa. Era mucho amor comunicado en el silencio. Él absorbe los sufrimientos de los hombres y los transforma en pura paz. Él toma el dolor que vive en lo íntimo de los corazones y devuelve solo amor. Él nada juzga, solo ofrece las suaves armonías de la serenidad. Él sabe de todo lo que pasa dentro de cada uno y lo comprende.
¿Cómo describir para otros la sabiduría de esa mirada silenciosa? ¿Cómo imprimir en estas líneas tanto amor? ¿Cómo soportar esas ondas serenas que viajan por mi corazón y hacen que mis ojos se conviertan en dos pequeños soles?
¿Cómo hablarles de esas lágrimas tibias que vierten mis ojos lavando viejos dolores y cerrando las heridas de la saudade y del amor?
Rabí, amigo de todos los hombres, conviértenos a todos nosotros en instrumentos de tu paz. Sea en la luz fuerte del hermano sol o en los brillos plácidos de la hermana luna, que todos nosotros podamos vivir inspirados por el amor incondicional. ¡Que tu mirada sea nuestra mirada!
Inmerso en esa atmósfera de ternura, pienso en el Bien de todos los seres. ¡Que ocurra lo mejor para la evolución de cada uno!
Percibo en el ambiente la presencia del espíritu André Luiz, que yo no veía desde hacía mucho tiempo. Él sonríe y por las vías telepáticas me dice lo siguiente:
"El amor nada espera, por eso no exige crecimiento, solo ama.
El dolor invisible que molesta los corazones es la falta de percepción de ese amor. La agonía de los hombres es la saudade de ese amor, que ellos suponen estar en un Cielo distante, pero que habita dentro de ellos mismos. Buscan en la inmensidad lo que está tan cerca en el corazón.
Servir a la LUZ no es tarea fácil. A la par con el servicio estará la incomprensión ajena y, a menudo, el precio será la soledad de la responsabilidad por la tarea abrazada. Con todo, el espíritu diligente perseverará, pues los ojos del amor acompañan su lid y le proveerán de suaves armonías en las labores de esclarecimiento ennoblecedor".
Percibo que el propio André Luiz también está en la sintonía de la mirada amorosa. Veo su expresión de contentamiento y sé que hay otros seres invisibles en varias dimensiones ligados a esa atmósfera. Es magnífico ver la expresión lúcida de ese amigo espiritual de tantas jornadas espirituales de años atrás. Él está en éxtasis y habla con alguien a quien no percibo. Ya no parece aquel médico espiritual serio que conozco desde antes de reencarnar aquí en el Brasil. Más parece un niño desbordado de alegría en aquella mirada.
Vuelvo nuevamente la atención hacia los ojos color miel, y el ambiente del cuarto se parece más a un pedacito de los niveles extra-físicos superiores. En el silencio, ellos me dicen:
"El amor es la nutrición del Eterno en cada ser. Es el guía de todos los trabajos inspirados. Es la florescencia de lo infinito habitando las estrellas y los hombres en la misma armonía. Es el toque del Padre Celestial en cada hijo. Es Su regalo, es Su alegría, es Su dádiva de vida y de inmortalidad. Es Su música tocando a las estrellas y a los hombres.
Que todos los hombres y estrellas sean conscientes de la serenidad del amor."
Son las 19:37 horas y he de salir para llevar a cabo la charla de todos los viernes en el IPPB. Ojalá sea capaz de trasladar allí la atmósfera de esos ojos amorosos y de compartirla con aquellas personas.
Rabí, amigo de todos los hombres, que tus ojos estén en estos escritos y en nuestros corazones.
Muchas gracias por todo, querido.
Paz y luz.
-Wagner D. Borges -
São Paulo, 11 de mayo de 2001