Desgraciadamente el año ha comenzado con muchas tragedias, y cada día tenemos conocimiento de otra y otra más, que llegan a nuestros corazones a través de los noticiarios y de las vivencias de muchos. ¿Es un momento de dolor, de impotencia? ¿O es el resultado de la falta de actitud de una mayoría para con nuestra gran Madre Tierra? Ciertamente, es un momento de reflexión para muchos de nosotros, ya que, aunque no hayamos sido alcanzados directamente por semejante violencia, todos estamos sujetos a sus consecuencias. ¿No estará la Tierra lanzando un sonoro grito de socorro?
En este momento de reflexión, pienso en el sufrimiento no solo de las personas alcanzadas por todo lo que está sucediendo, sino además de aquellas que aun no siendo víctimas de tales tragedias, viven intensos sufrimientos dentro de sus propios hogares, dentro de sus propios corazones.
Me pregunto el motivo que lleva a la gente, aún estando distante de toda esa destrucción desproporcionada, a traer para dentro de su casa esa misma destrucción en sus relaciones, en forma de palabras, actitudes, gestos, los cuales, en verdad, muchas veces reflejan su propio mundo interior. Muchas de esas personas son las que dicen que es preciso tener paz, que condenan la guerra, la violencia, pero no perciben que viven una guerra diaria consigo mismas y con aquellos con quienes conviven.
¿Será que no basta todo cuanto pasamos en este mundo enfermo? ¿O será que el mundo está enfermo como reflejo de unas personas igualmente enfermas pero que ni siquiera se dan cuenta de eso? ¿Será que cada uno de los que piden paz está en armonía con su familia y principalmente consigo mismo? Como oí decir cierta vez: si todos los días llevo una sopapo de mi padre, ¿qué problema hay en que yo haga lo mismo con otra persona?
La violencia es generada por muchos motivos: búsqueda de poder, dinero, intereses políticos, personales, en fin, los intereses son muchos, pero generalmente es una tentativa de liberar un dolor, vengarse, o incluso defenderse, si bien por medios nada convincentes. Cuando se agrede a alguien, es una forma primitiva, pero real, de decir: he sido agredido y por eso también me veo con derecho a hacer lo mismo.
Ese proceso puede suceder sin que la persona sea consciente de ello y también como respuesta a algo que sucedió hace mucho tiempo. La agresividad es un gesto desesperado para expresar dolor o angustia o preocupación con situaciones para las cuales no se ve salida. Pero y nosotros, que siquiera participamos o estamos de acuerdo con semejantes atrocidades, ¿qué podemos hacer?
A fin de cuentas ¿por que se produce la violencia? La historia de muchos comienza en el inicio de la vida, con los propios padres, que mirados como ejemplo de lo que es correcto, muchas veces imponen respeto a sus hijos usando de todos los medios, pegan, son agresivos, violentos, agreden con palabras, actitudes, y además, quedan impunes. Y así, la violencia muchas veces comienza en la infancia, dentro de casa, y se va intensificando con el paso de los años, con los juguetes y los juegos comprados por los propios padres.
El acto de pegar, de agredir a alguien, para muchos acaba siendo demostración de poder, de superioridad, de independencia, de control, aunque totalmente equivocada, pero quizá es la manera que ha aprendido. Como contrapartida, muchos también agreden en respuesta, como forma de defensa, por sentirse agredidos en alguna época de su vida, aunque ya muy distante.
La violencia, por tanto, caracteriza una insatisfacción consigo mismo tan profunda que hace que mucha gente agreda a los demás, en una tentativa insana de aliviar el propio dolor sentido, quién sabe hace muchos años, que se perpetúa. Hay tantas formas de comunicarse con el otro, ¿por qué la necesidad de herir tan profundamente a alguien? ¿Será una demostración fiel de cómo se ha sentido tratado durante la vida? ¿O de cómo en verdad aún lo tratan? La agresividad contra los demás ¿no sería tan solo un reflejo de cierta agresividad contra sí mismo? Pueden ser algunas de las respuestas.
Lo que sabemos es que no hay disculpa ni justificativa para la agresividad cometida en cualquiera de las formas, sea por gestos, palabras, o incluso por la indiferencia. Proceder de modo instintivo, tal como hacen los animales, pero por su propia naturaleza, nos hace semejantes a ellos y no diferentes, y esto es, cuando menos, lamentable.
Siendo así, el Hombre, poco a poco, está perdiendo por sí mismo su derecho a ser llamado ser humano, pues, ¿cuántos animales no son mucho más humanos? ¿O quién sabe más sensibles y capaces de ofrecer amor cuando el propio ser humano se muestra incapaz?
Al reprimir tantas injusticias, decepciones, y todo lo demás que sentimos, acabamos teniendo como reflejo una sociedad con agresividad exacerbada, y lo peor, inconsciente de su propia enfermedad, lo cual hace más difícil la búsqueda de la curación.
Hablamos de paz sin promoverla dentro de nosotros mismos, y eso vuelve improductiva cualquier acción. Así, nos convertimos en víctimas de la violencia aun estando distantes de ella, porque en muchos casos, está bastante más cerca que las imágenes que vienen entrando en nuestras casas todos los días, pues muchas veces se produce dentro de cada cual. ¿Cuántas personas tratan no solo a los demás con agresividad, sino también a sí mismas? ¿Cuántas personas hay que son sus peores enemigos? ¿Siempre maltratándose, criticándose, desconsiderándose, porque no creen en su real valía? ¡Desgraciadamente son muchas! Todo cuanto está sucediendo en este momento puede ser como una alerta para que algunas personas sean un poco más conscientes de su propio comportamiento y se den cuenta de que es posible vivir en paz si se permiten sentir esa paz dentro de sí mismas. Cuando las personas sean capaces de sentir su dolor, conscientes de su sentimiento, sin negarlo, se encontrarán más aliviadas y serán menos violentas o agresivas. Esa transformación es lenta y ha de tener como base el amor para crear la verdadera paz. Pero esa armonía debe comenzar primeramente dentro de cada familia, de cada ser humano, para después, sí, reflejarse en el mundo, pues solo cuando el Hombre sea capaz de enfrentarse a sí mismo y sentir paz dentro de su propio corazón, el mundo tendrá paz. Aunque cada uno de nosotros no seamos más que uno en este Universo repleto de violencia y maldad, donde imperan el poder y los más fuertes, busquemos la paz aunque solo sea dentro de nuestro pequeño corazón, entre las personas que amamos, con la esperanza de que esa energía se haga fuerte y crezca, contagiando a todos aquellos que están de una u otra manera distantes de la luz y de la paz tan anhelada, pues al fin y al cabo Somos Todos Uno.
Rosemeire Zago é psicóloga clínica CRP 06/36.933-0, com abordagem junguiana e especialização em Psicossomática. Estudiosa de Alice Miller e Jung, aprofundou-se no ensaio: `A Psicologia do Arquétipo da Criança Interior´ - 1940.
A base de seu trabalho no atendimento individual de adultos é o resgate da autoestima e amor-próprio, com experiência no processo de reencontrar e cuidar da criança que foi vítima de abuso físico, psicológico e/ou sexual, e ainda hoje contamina a vida do adulto com suas dores. Visite seu Site e minha Fan page no Facebook. Email: [email protected] Visite o Site do Autor