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¿Eres responsable?

por WebMaster

Autor Flávia Esper de Andrade
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Traducción de Teresa
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¿Te consideras una persona responsable? Ser responsable no es llevar las cargas de otros y estar siempre serios, estresados y compenetrados. A decir verdad, ser responsable es asumir la responsabilidad por lo que se habla o se hace. Es cumplir lo que se dice, asumir las consecuencias de los propios actos y cargar con ellas. Es comprender que elegimos, diariamente, quienes somos y cómo procedemos. Y que esto puede ser maravilloso.

Ser adultos nos da la increíble libertad de actuar más fuertemente sobre nuestro destino, de responsabilizarnos más claramente por él. Tomamos decisiones a cada instante, actuamos incluso cuando decidimos no actuar. Pero esa libertad viene acompañada de responsabilidad, como ya nos advertían nuestros abuelos.

La cuestión es que la palabra “responsabilidad” suele venir, en nuestra cultura, arrastrando un fardo que no es suyo: el de la culpa. A veces, también, decimos que alguien no es una persona responsable cuando rehúsa asumir sus errores. Y aún hay momentos en que suponemos que persona responsable es aquella que lleva el mundo a cuestas, resuelve todo a todos, está siempre compenetrada y preocupada.

Culpa x Responsabilidad

A lo largo de los siglos han intentado hacernos creer que somos culpables por nuestros actos, y no sólo responsables de ellos. La culpa es un peso enorme, desproporcionado e innecesario, porque nos paraliza, impidiéndonos crecer. Quien se culpa queda detenido en determinada situación, castigándose eternamente por alguna actitud o decisión pasada.

Cuando rescatamos el equilibrio original y abrimos mano de la culpa a cambio de la responsabilidad por las consecuencias, los pesos se equilibran. Por ejemplo, si alguien elige alimentarse mal durante años y se pone enfermo, puede asumir la responsabilidad por las consecuencias, buscar tratamientos y extraer la lección de querer o no querer volver a repetir la experiencia de descuidar la alimentación.

En cambio si esa misma persona se culpa por haberse puesto enferma, puede permanecer lamentándose, en lugar de lidiar con las consecuencias. Puede incluso que la culpa le haga creer que merecería estar todavía más enferma, que merece el sufrimiento, además de la enfermedad en sí. Y quizá se sienta paralizada en esa situación, sin atender adecuadamente a las consecuencias ni aprender con la experiencia.

¿Depende mi educación de la tuya?

Elegir es inherente al ser. Las consecuencias de cada elección también. Como decía Sartre, “vivir es eso: el equilibrio de todo el tiempo entre elecciones y consecuencias”. Muchas personas, sin embargo, huyen de las consecuencias de sus actitudes, intentando esquivar la responsabilidad por los propios actos. Echan la culpa al otro, a las circunstancias, a la sociedad, a la enfermedad, al gobierno, al jefe, al compañero.

Claro que hay muchos datos que pesan a la hora de tomar una decisión, por mínima que sea. No obstante, es preciso recordar que siempre la elección es nuestra, y en último análisis, nosotros elegimos y somos responsables por nuestras acciones y reacciones.

Es corriente oír frases como “mi educación depende de la tuya”, y a primera vista eso parece bastante lógico. Pese a todo, si nos paramos a leerlo mejor, lo que estamos diciendo es que estamos en manos del otro, que nuestra reacción o actitud e incluso nuestra paz dependen de la de él. Nos convertimos en marionetas, reaccionando sólo cuando alguien nos tira de las cuerdas.
Cuando nos situamos en ese lugar o en el lugar de víctima, damos poder al otro sobre nuestra vida. Y la vida no anda, la persona no se realiza, no crece.

Responsabilidad y alegría

Pese a todo, asumir la responsabilidad por lo que se hace no es únicamente asumir los errores. Es asumir, también, la responsabilidad por todo lo bueno que hemos elegido y aceptado vivir. Cuando comprendemos que somos responsables por nuestras decisiones y que según sean ellas así tendremos las cosechas, también comprendemos que recibiremos los buenos frutos de haber elegido bien. Y que éstos son, sí, mérito nuestro.

De esa forma podremos vivir la responsabilidad con alegría y levedad, y no como un fardo. Ser responsables nos abre a la posibilidad de ser lo que queramos, de elegir cómo actuamos ante las situaciones, de crear. Lidiar con las consecuencias de los propios actos es el precio de ser libres, adultos, y de poder conquistar todo cuanto deseemos. No es un precio demasiado alto. Es un precio justo.
Si estamos viviendo la responsabilidad como un fardo, es probable que haya algo inadecuado en nuestra forma de entender lo que es “hacerse responsable”. Acostumbro a decir que la gran medida de si estamos en el camino del alma es la alegría. Cuando no encontramos alegría en la forma en cómo estamos viviendo, eso es una señal de que hay algo incompatible con nuestra verdad más profunda, con nuestro deseo, con nuestra vocación, con la expresión más afinada del amor.

Si la responsabilidad se mira como un fardo, y no con alegría, corremos el riesgo de intentar esquivarnos de ella. Cuando nos esquivamos de ser responsables, abrimos mano de buena parte de lo que ser adultos representa, nos hacemos eternos adolescentes, con dificultades de compromiso, de realización profesional y financiera, de vivir relaciones amorosas equilibradas. Acabamos “escamoteando nuestra grandeza”, o sea, nos esquivamos de actuar en el mundo, de mostrarnos tal como somos, admitiendo quienes somos con nuestros fallos y aciertos, de traer nuestra plenitud al escenario y de dar a la vida nuestra totalidad. Si no tomamos en las manos la responsabilidad por nosotros mismos, la vida parece incompleta, trabada, insípida.

Ser adultos nos da la libertad maravillosa de elegir ser aquello en que deseamos convertirnos, y de responsabilizarnos adecuada y equilibradamente por nuestras decisiones, aprendiendo con las equivocaciones y enorgulleciéndonos de los aciertos. Si algo en la vida no está como tú deseas, sólo tú tienes el poder de cambiarlo. Sé lo que deseas ser. Sé responsable.




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