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Guía para lidiar con el suicidio y la depresión

por WebMaster

Autora Flávia Esper de Andrade
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Traducción de Teresa
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La primera vez que pensé en suicidio yo tenía unos 10 años de edad. O menos. Recuerdo permanecer sentada cerca de la lavadora, mirando para la ventana grande de la zona de servicio, que tenía sólo una tela fina como protección contra los murciélagos. Me acuerdo de, casi diariamente, quedarme allí, mirando y pensando que bastaría empujar la tela para dejar de sufrir lo que yo vivía en aquella casa. Sería fácil, pensaba yo, pero no lo era.
Sucede que, por terribles que sean los motivos que lleven a alguien a pensar en el suicidio, nunca es fácil. Y, desgraciadamente, la forma en cómo nuestra sociedad anestesiada trata las cuestiones emocionales y mentales como “tonterías” favorece, cada vez más, la soledad de quien pasa por problemas como la depresión y el deseo de matarse. Si tú te sientes en depresión o tienes deseos de matarte, no te culpes ni te pongas a intentar comprender los motivos de que sea así. Busca ayuda especializada. Evita aislarte. Pide ayuda, busca apoyo. Yo sé que puede ser difícil y va a exigir esfuerzo buscar ayuda y creer en ella, pero hay formas de ayudarte para que mejores. Si todo lo que has intentado hasta hoy no ha funcionado y te sientes desanimado, has de saber que existen otras posibilidades. Por cansado que estés de intentarlo, te aseguro que hay algo que todavía no has intentado. Aún existe una llave en el llavero que no has probado, y esa es la llave que abre tu puerta. Ella existe.

La mayoría de las personas minimizan el sufrimiento, no quieren hablar del tema. “Vamos a tomarnos unas cañas, ya verás como pasa”, “déjate de bobadas, ayer estabas bien”, “eso es falta de sexo”, “tú tienes todo para ser feliz”, “hay personas con problemas bastante más graves que los tuyos” son algunos de los comentarios más frecuentes. Y son un cállate profundo hacia quien, venciendo toda la dificultad, ha esbozado una petición de ayuda o ha intentado, de alguna forma, hablar sobre lo que estaba pasando.
No juzgo aquí a las personas que no saben cómo actuar y dicen frases vacías y superficiales. En general, están intentando ayudar. Cada cual tiene su propia dificultad para lidiar con lo que no entiende. Para el que está por fuera, puede parecer sencillo levantarse de una cama o salir de casa o hacer algo que a uno le gusta. Sin embargo, para alguien con depresión, eso parece imposible. A veces, ni siquiera aquel que está pasando por una depresión entiende la enfermedad, y se culpa por no ser capaz de hacer lo que cree debería ser fácil.

Ante un suicidio muchos sienten rabia, abandono, sienten que el otro no ha confiado en ellos lo suficiente como para pedir ayuda. Desgraciadamente, alguien que llega al punto extremo de matarse ya está en un nivel tal de sufrimiento que no consigue vislumbrar la posibilidad de ser ayudado o de vivir la vida de otra forma. Aunque los motivos sean emocionales, ciertas emociones alteran los patrones cerebrales y neuroquímicos y pueden hacer que la persona realmente no sea capaz de ver ninguna otra salida. Eso forma parte de dolencias como la depresión, por ejemplo.

CÓMO LIDIAR CON ALGUIEN EN DEPRESIÓN
Si quieres ayudar a alguien en depresión, ante todo escúchale sin juzgar. Acógelo sin la preocupación de darle consejos. Permanece en silencio, si fuese el caso quédate a su lado, de corazón abierto. Abraza, si es posible. Da consejos sólo si realmente sabes lo que estás haciendo y entiendes del asunto. Los consejos a menudo empeoran el cuadro. Ofrece ayuda, pregunta a la persona qué quiere que tú hagas. Intenta ayudar en cosas prácticas, como comida, limpieza de la casa. Sugiere distracciones sencillas, que no exijan gran esfuerzo físico o mental. No lleves las respuestas agresivas como si fuese algo personal contra ti. Trata de comprender mejor la enfermedad. Y haz lo posible para que la persona reciba ayuda especializada.
Muchos de los consejos que empeoran el estado depresivo son fruto del desconocimiento de cómo funciona esa enfermedad y de que las limitaciones que la persona dice tener son reales. Una depresión no es una simple tristeza o una forma de duelo. Es mucho más que eso. Uno de los primeros síntomas, en muchos casos, ni siquiera es la tristeza sino un cansancio profundo. Suelo decir que mandarle a alguien con depresión que simplemente ignore la enfermedad, que se levante y vaya a caminar por la playa puede ser tan cruel como mandárselo a un parapléjico. En el caso de la persona con depresión, uno no ve el impedimento, pero éste existe. Claro que la depresión puede ser tratada, pero mientras la persona está en una crisis se siente a menudo imposibilitada de levantarse. La depresión es una dolencia grave, que puede llevar a la muerte, tanto por suicidio como, en casos de depresión grave y prolongada, por el descuido para con la propia salud. También es capaz de alterar la parte hormonal, la digestiva, o la inmunidad, entre otras cuestiones corporales.

Decir a alguien con depresión, por ejemplo, que “no sales de eso porque no quieres”, puede ser tan cruel como decir a un diabético que él no produce insulina porque no quiere. No querer salir de la dolencia es un síntoma de la depresión que puede y debe ser tratado, pero nunca subestimado o negado. Está claro que la persona ha de querer ponerse a tratamiento, como en cualquier otra dolencia, pero cuando se habla de depresión, una de las dificultades es precisamente el hecho de que en determinadas fases de la dolencia la persona ya no cree ni desea siquiera intentar curarse. Y eso exige ayuda especializada y no simples consejos.

Nadie tiene la obligación de saber de antemano qué es depresión y cómo lidiar con ella. Afortunada o desgraciadamente, lo sé, porque he tenido que lidiar con ella en mí, en mi familia, en amigos y, después, con clientes. Pero hago aquí un llamamiento a que logremos ser más amorosos y respetuosos con el otro y que consigamos informarnos más sobre cómo lidiar con alguien que sufre antes de darle “consejos” que puedan empeorar las cosas. Minimizar el dolor y el sufrimiento de alguien sólo hace que esa persona se sienta peor, más culpable y aislada. Aumenta la sensación de inadecuación y de que hablar sobre el tema o buscar ayuda no sirve de nada. Y la sensación de desamparo es una de las que alimentan el suicidio. Créeme. Yo sé bien de qué estoy hablando.

Muchas personas parecen preocupadas en llenar el silencio, dar consejos, “sacar al otro de esa”. Y eso puede ser ciertamente fruto de un deseo legítimo de ayudar a alguien a quien amamos. Quien convive con alguien en depresión a menudo se siente también frustrado por no saber cómo ayudar o qué decir. Y a veces intenta decir lo que considera que habría de funcionar con él mismo si estuviese triste. Ocurre que depresión no es tristeza y ahí el tiro puede salir por la culata.
En realidad, cuando no se sabe qué decir a alguien con un sufrimiento emocional o psíquico, lo mejor que se puede hacer es escuchar y abrazar el dolor del otro. Eso no es dejarle que se haga la víctima, no es alimentar la depresión. Es simplemente escuchar su desahogo sobre algo que todavía duele hondamente. Es ayudar al otro a soportar el fardo, a que sepa que hay alguien allí, que existe algún tipo de amparo. Acoger a la persona e intentar convencerla a dar pasos pequeños, dentro de lo que le sea posible, y a recibir ayuda especializada es fundamental. Esa conexión puede tener un efecto poderoso, mucho mayor que cualquier consejo. Ese puede ser el puente que lleve a un depresivo – mínimamente – a creer y a querer buscar un tratamiento serio.
A veces, tenemos tanto miedo de entrar en contacto con nuestros propios dolores y fragilidades que preferimos poner paños calientes en los dolores del otro. O, por no saber qué decir, decimos cualquier cosa que nos parezca que puede ayudar. El problema es que frases simplistas, críticas o vacías pueden ser el estopín para alguien que ya se siente al límite, o, repito, pueden hacer que la persona se sienta aún más incomprendida y se aísle todavía más.

¿POR QUÉ ALGUIEN SE MATA?
Un suicida no suele ser alguien que desea realmente morir, al menos no como objetivo en sí mismo. La muerte, en la mayoría de los casos, es mirada como forma de intentar interrumpir un sufrimiento que se ha hecho insoportable. O de dar fin a una vida que se ha vuelto completamente vacía de sentido. Hay suicidas que piensan en matarse porque no consiguen vivir. Desean vivir, pero no lo consiguen por motivos varios, físicos, mentales, emocionales, espirituales.
Otros sufren una pérdida o un abuso que no son capaces de soportar y, por orgullo, por no creer, por depresión, vergüenza u otros sentimientos, no consiguen tampoco buscar ayuda. O la buscan, pero no la encuentran especializada. Un suicida, a menudo es alguien que ya se siente muerto por dentro, sin valor, sin sentido, sin amor, con la añadidura además de sentir dolor o frustración, o de tener que lidiar con las exigencias que se hace a sí mismo o con lo que otros le dicen o reclaman.
Muchas personas consideran que los suicidas lo son por débiles. Esto siempre me ha parecido demasiado extraño, porque quitarse la propia vida exige una fuerza inmensa. Una fuerza que va contra la naturaleza entera. Ninguna persona lo haría en vano. Asombra ver que muchos de los que juzgan débil a un suicida se anestesian diariamente en la bebida, en drogas, sexo, trabajo o con medicaciones, como vía de escape a encarar los propios fantasmas. No sé hasta que punto no es esto también una forma de suicidarse. Cada uno lidia consigo mismo como puede.

¿Y LOS JÓVENES?
Algo que llama la atención es la fragilidad, por ejemplo, de nuestros jóvenes. La adolescencia siempre ha sido una fase de intensidades emocionales, hormonales, de actitud… Pero estamos en una desconexión tan grande en relación a la vida y al sentido de la existencia, hay una tan grande falta de vínculos profundos y verdaderos, que el suicidio ha estado surgiendo de forma amplia, inclusive en juegos de desafíos.
Jugar con la vida y la muerte no es novedad, sino que la cantidad e intensidad de bromas, juegos y páginas adolescentes sobre esto indica una fragilidad.
Estamos en un momento en que es fácil conseguir sexo mediante una simple aplicación. A cualquier hora del día o de la noche es posible entrar en una sala de chat o en un grupo y charlar con alguien. Es fácil salir y “quedar” con otra persona. Pese a ello, la presencia, los vínculos, el envolvimiento emocional y el cuidado para con uno mismo y para con el otro parecen hacerse cada vez más raros. La soledad y la liquidez de todo son cada vez más profundas. Somos, quizá, la sociedad más carente en lo afectivo que haya existido jamás.

Hemos perdido el contacto profundo con nosotros mismos, con las bases, con la familia, con la tribu, con la naturaleza, con lo trascendente, con la vida y con el otro. Esto aumenta la falta de sentido y la soledad. Se nos ha prohibido sentir. Para todo hay un medicamento: para despertar, para dormir, para respirar mejor, para ir al baño a horas regulares, para no sentir dolor, no caer enfermos de gripe y perder un día de trabajo. Sentir es pérdida de tiempo y “tiempo”, como sabéis, “es dinero”.
Las personas más sensibles, especialmente adolescentes, pueden sentirse extremadamente inadecuados y desamparados ante esta sociedad. No en vano la depresión, la ansiedad, el síndrome del pánico y el suicidio asumen proporciones alarmantes. Es preciso rescatar lo humano, los vínculos, el contacto con el propio sufrimiento, el escuchar, el compartir las emociones, el abrazar de verdad. Hay movimientos en ese sentido, pero aún hacen falta más.

¿TIENE CURA?
Son muchas las causas para el sufrimiento humano: emocionales, bioquímicas, espirituales, mentales… Y cada caso puede ser tratado y acogido de diferentes maneras y, preferentemente, de modo multidisciplinario. En buena parte de los casos, los pensamientos suicidas sí se van, con el tratamiento adecuado. En algunos casos no desaparecen, pero se hace posible lidiar con sus causas, reducirlas al mínimo, estar atento a sus desencadenantes e ir en busca de la vida. Esto quiere decir que se hace posible darse cuenta, con apoyo, soporte, recursos internos y afecto. Pasa a ser posible fortalecerse y elegir vivir de verdad.
Hay depresiones y depresiones, así como hay persona y personas. Hay los que se curan completamente y hay los que siempre tendrán cierta tendencia a la depresión, como quien tiene tendencia a engordar y aprende a criar estrategias para percatarse y organizarse diariamente. La depresión puede hablar de aspectos neuroquímicos, de intolerancias alimentarias, de la forma de experimentar y lidiar con traumas y violencias, de cuestiones espirituales. Ella nos habla de una cierta forma de estar en el mundo y de reaccionar frente a las situaciones. Esto puede ser trabajado y utilizado en su aspecto positivo.
Hay heridas que se curan y otras que pueden ser reducidas en gran medida, aunque no completamente sanadas. La forma en cómo vivimos nuestras heridas nos ha hecho lo que somos hoy, inclusive en nuestras cualidades. Ciertas faltas estarán siempre ahí, pero aprendemos otras maneras de lidiar con ellas, a convivir con ellas de otra forma, a darles sentido, para que formen parte y hagan lo mejor por nosotros. Y eso reduce el dolor. Llena de dentro a fuera. Y libera la vida, el placer de estar en el mundo y la alegría.

CÓMO DARNOS CUENTA DE QUE ALGUIEN PODRÍA INTENTAR MATARSE
Por lo regular, alguien que llega a matarse ha dado diversas demostraciones de que no estaba bien. Puede ser con agresividad, aislamiento, depresión… Pueden ser frases de que se siente inútil, de que querría dormir para siempre, de que ya no aguanta más… Incluso algunas tentativas frustradas de suicidio pueden ser peticiones extremas de ayuda. No es drama. Es desesperación. Es último recurso. La única forma que ha encontrado la persona para pedir socorro. No hay eso de “el que realmente se quiere matar no lo dice”. La mayoría de los suicidas lo dice. Sólo que no se le toma en serio.
Recuerdo cuando recibí la noticia de que la tía que me crió se había matado. Yo sólo conseguía pensar en cómo ella había dado varias señales de que aquello iba a suceder. De cómo ella había sido machacada durante años por personas de su entorno. No estábamos muy cercanas en aquella época, pero uno de mis primeros pensamientos, aun en la distancia, fue “era obvio que eso iba a suceder”. El problema es que, a veces, sólo se hace obvio cuando miramos hacia atrás, cuando ya no hay nada que hacer. Entonces, si te das cuenta de que alguien está sufriendo, aislándose, sintiéndose inútil, depresivo, extremadamente desilusionado por una pérdida amorosa o financiera, procura estar presente, escucha y haz lo posible para que esa persona busque ayuda. Amor, atención, afecto y ayuda especializada pueden hacer milagros.

Si tú no eres un profesional especializado para tratar estos casos, lo mejor que puedes hacer es ESCUCHAR. No trates de dar consejos, a menos que sepas realmente cómo lidiar con alguien en esas condiciones. Y haz lo posible por convencer a la persona a acudir a un profesional que pueda realmente ayudarla. Procura estar presente, si es posible, pregunta a la persona qué desea que tú hagas para ayudar. No hagas caso de respuestas agresivas: éstas también son un síntoma de la dolencia.
La persona que sufre, a menudo actúa como un animal con dolor, que ladra y amenaza a cualquiera que se acerque. Es defensa, es miedo instintivo de que algo le cause más dolor. No es personal, ni contra ti. No es preciso que te dejes agredir y sí respetar tus límites a la hora de ofrecer ayuda, pero es importante saber que aquello es un síntoma más de la dolencia, para que no salgas lastimado tú también.

Si te encuentras sin saber qué hacer, obra honradamente. Di que no sabes exactamente cómo es sentirse así, pero que estás a su lado y que puedes escucharla y abrazarla. Que quieres buscar ayuda especializada para ella. O que vas a averiguar de qué forma la puedes ayudar. Y averígualo.
Por encima de todo, no juzgues. No minimices el sufrimiento de alguien que está confiando en ti para contar lo que le duele. A veces, solamente el estar al lado, abrazar y escuchar, pueden hacer milagros. En el fondo, todo sufrimiento humano viene de una sensación de desconexión, de no sentirse amado, de no hallar su lugar en el mundo, de no estar conforme con algo. Más que cualquier consejo, dar al otro amor, hacerle sentir que él es importante, que es amado y que no está solo pueden ayudar bastante, aunque en ese momento no lo parezca. Da afecto e intenta llevar a la persona a un profesional especializado, que podrá ayudarla.

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