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La parte más segura de ti

por WebMaster

por Flávio Bastos - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

"Debes trascender tu ego y descubrir tu verdadero ser. El verdadero ser es parte permanente, la parte más profunda de ti. Es sabia, amorosa, segura y llena de alegría” (Brian Weiss)

Yo parto del presupuesto de que, para mejor comprender el amor, el hombre necesita penetrar en los mecanismos psíquico-espirituales generadores del mal y extraer de sus entrañas las explicaciones y significados que trasciendan al historial infantil del individuo.

Y la principal pista para una investigación estructural y profunda del inconsciente humano ligado a su cualidad de trascendente es el ego bajo la influencia de los valores materialistas asociados al “tener” y al “poder” como forma de crecimiento personal.

El problema, en realidad, no es el ego freudiano visualizado como importante instancia del psiquismo que busca el equilibrio entre las pulsiones del ID y las exigencias del súper-ego; sino el uso del ego de una forma centralizadora, egocéntrica, que hace del individuo el “centro de atenciones” en el escenario de la vida. Tendencia que, a lo largo de los milenios, ha llevado al hombre al desequilibrio por medio de la insana búsqueda del poder.

Muchos han logrado “perpetuar” el ego en la historia de la humanidad. Pese a ello, han dejado atrás un rastro de sangre y desesperación. Lograron alcanzar sus egocéntricos objetivos y satisfacer las exigencias de un ego desarmonizado por la influencia de procesos obsesivos.

Imagínese entonces, cuando varios egos en desequilibrio se asocian en torno a intereses individuales o colectivos. Es un “todo-vale” donde el personalismo, la manipulación, las tácticas de seducción e ilusión, y la mentira ahogan la transparencia de los hechos. Hemos visto muchos ejemplos de ello en el escenario político donde el maniqueísmo ha generado la densa energía que envuelve – a cualquier precio – la disputa de intereses por el poder.

Cierta vez José Saramago, Nobel de literatura, registró en sus escritos: “El egoísmo personal, la acomodación, la falta de generosidad, las pequeñas cobardías de lo cotidiano, todo esto contribuye a esa perniciosa forma de ceguera mental, que consiste en estar en el mundo, o sólo ver de él aquello que en cada momento sea susceptible de servir a nuestros propios intereses”.

Reflexión que sintetiza la crisis de desconfianza que vivimos en la actualidad. Crisis que se ha iniciado hace milenios, cuando el hombre se dejó seducir por las artimañas de un poder efímero y pasó, consiguientemente, a explotar a su semejante para alcanzar un “estado de cosas” que garantizase su estatus de individuo poderoso en la sociedad a que pertenecía.

Varios de estos individuos se reencarnaron y reprodujeron en la nueva experiencia vital aquello que habían aprendido en sus relaciones con el poder. Se formó entonces un círculo vicioso, donde el ego en desarmonía se convirtió en la vedete en el escenario de la vida.

Tales comportamientos se observan prácticamente en todas las áreas de actuación del individuo en la sociedad. Pero en especial en la política y en ciertos credos religiosos, donde se verifican egos inflados por los desajustes psíquico-espirituales proporcionados por la sed de poder.

Por tanto, el momento mundial indica que el hombre ha llegado a la síntesis de aquello que voluntaria o involuntariamente ha construido a lo largo de su historia. O sea, el ápice de una experiencia en la cual el ego fue el principal actor en el escenario de las reencarnaciones. Actor que ha logrado centrar, es decir, llamar sobre sí la atención de aquellos que han visto sus vidas pasar sin alterar un “estado de cosas” que promovieron a egos inflados al poder.

Con todo, el actual momento también es de reflexión y de cuestionamientos acerca de lo que el hombre ha creado para sí mismo con sus decisiones egocéntricas, individualistas y centralizadoras. Es momento de visualizar el pasado para alterar el presente con perspectivas de futuro. Un futuro que contemple un mundo sin la patológica interferencia del ego en los designios de la humanidad.

A esto se refería Charles Chaplin en uno de sus mensajes: “A los que me pueden oír les digo - ¡No desesperéis! La desgracia que ha venido cayendo sobre nosotros no es más que el producto de la codicia en agonía, de la amargura de los hombres que temen el avance humano”.

Desde el epílogo de una vieja era, el hombre ingresa en el umbral de una nueva era, en la cual los delirios de grandeza dejan de existir para dar lugar a un yo transparente, verdadero y comprometido con los intereses del bien común.

De prisionero de sí mismo, o sea, de su orgullo y egoísmo, el hombre se libera de un pasado atraillado a su lado oscuro hacia la trascendencia cristalina de una era de sensibilidad, cuyas opciones promueven los valores del alma en sintonía con el arte de vivir.



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