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La perpetuación de la adolescencia

por WebMaster


Autor Mauro Kwitko
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Traducción de Teresa
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Nuestra sociedad está basada en el consumo y en el lucro, y una de las tácticas para mantener el consumo en los adolescentes es extender la duración de esa franja de edad lo más posible, una perpetuación de la adolescencia elaborada con esa finalidad.
Con ello, la transición de la fase adolescente de muchas personas a la fase adulta se ve alargada durante muchos años, o incluso décadas. Vemos personas de 30, 40 o 50 años de edad que todavía se sienten “jóvenes”, siguiendo una pauta creada por el Sistema respecto de lo que es “ser joven”.

En nuestra sociedad está prohibido, y es hasta vergonzoso, hacerse viejo, tenemos que mantenernos jóvenes por mucho tiempo después de que hemos dejado de serlo. Eso lo vemos en Internet, en la televisión, en las revistas, donde recibimos un mensaje apabullante de que debemos ser siempre jóvenes, vestirnos como jóvenes, hablar como jóvenes, adquirir productos destinados a esa edad, actividades físicas, aparatos, cirugías estéticas, proteínas, vitaminas, complementos pro-esto, pro-aquello, anti-esto, anti-aquello, una parafernalia que, por cierto tiempo, nos da realmente la sensación de que no nos estamos haciendo viejos, de que aún somos jóvenes; pero llega el tiempo en que la naturaleza vence y percibimos que de nada ha servido, estamos viejos, basta de disimular, basta de fingir, pintar los cabellos no nos deja la cara más joven, nos deja la cara de un viejo que pinta los cabellos, las cirugías estéticas nos están estirando tanto que nuestro rostro parece más un pergamino que un rostro joven, la fuerza de la gravedad se impone al mensaje de ser para siempre jóvenes, es hora de asumir nuestra edad, o no.

Algunas personas, desilusionadas, deciden asumir que ya no son jóvenes y eso puede ser un shock para su autoestima, en sus costumbres; otras continúan en esa onda, engañándose con que el tiempo no pasa, excepto cuando llegan a casa, quitan la ropa y se miran al espejo; y éste, como aquel espejo de aquella Reina mala, no miente jamás. “Espejo, espejo mío, ¿soy joven?” La respuesta es directa y cruel: “¡No!”

¿Para qué todo eso? ¿Para qué ese desgaste? ¿Para qué todo ese esfuerzo? ¿No es más sencillo, más fácil, más coherente, en cada franja de edad sentirnos en aquel momento de nuestra vida? Cuando somos niños, seamos niños; cuando adolescentes, adolescentes; cuando adultos, adultos; cuando viejos, viejos. ¿Qué problema hay en eso?
Es necesario diferenciar lo que es normal de lo que nos venden como normal, que a menudo es lo contrario. Como somos dominados por los dueños de nuestra cabeza y por los domadores, lo que es establecido como normal, por lo regular está dictado por su deseo de lucro y éste es inagotable, siempre quiere más y más.

Debemos entender nuestra vida de una manera activa, útil, productiva, procurar mantenernos saludables, firmes, fuertes, positivos, si es posible hasta nuestra desencarnación, pero, pasada la fase de la adolescencia, lo cual ocurre en torno a los 18 años, los jóvenes deben asumir su condición adulta, empezar a ser hombres y mujeres de verdad, concluir sus estudios, trabajar, no beber, no fumar, no consumir drogas, empezar a vestirse como adultos, a hablar como adultos, a planificar su futuro, a albergar el anhelo de hacerse independientes emocional y financieramente, en fin, dejar atrás esa fase intermedia llamada “adolescencia”.
Yo sé lo que estás pensando ahora: “¡Pero eso no es así! ¡Con 18 años! Ese escritor es un chiflado o vive una utopía!” ¿Has visto como puedo leer pensamientos? Yo sé que no es así, yo sé cómo es, también intenté alargar mi apariencia joven en los tiempos en que mi cabeza estaba dominada, en que era dirigida por el “así es como son las cosas...”

Cuando empecé a liberarme de ese sutil comando y a pensar por mí mismo, enfrentándome al test del espejo diariamente, cuando el Just For Men ya no servía de nada, decidí que iría en sentido contrario, me haría adulto.
No fue fácil, miraba a una chavala bonita pero ella me llamaba tío. Una me miraba, me entusiasmaba, ella me decía “¿Puede usted darme una información?” ¡Fue un verdadero golpe de realidad! Hasta que empecé a pensar, ¿por qué ese deseo de no envejecer, de no parecer adulto, y más tarde, de no parecer viejo?
He ido mirando de dónde venía aquel deseo, y no venía de dentro de mí, venía de fuera, estaban convenciéndome de eso, y yo lo había asimilado de tal manera que me parecía que era yo quien estaba pensando, aunque en realidad eran los dueños de nuestra cabeza pensando por mí.

Estamos hablando de una Utopía; ese nombre viene de un libro de Tomás Moro, que habla de un lugar ideal, donde existe solamente paz, amor, unión, fraternidad, no existe violencia, desigualdad social, miseria, hambre. Utopía no es algo imposible, es algo difícil de alcanzar, pero posible.
Para alcanzar esa meta es necesario que las personas formadoras de opinión, las personas influyentes, las que tienen visibilidad, las que dirigen la política, las que dirigen el sistema financiero, las que dirigen los medios de comunicación, utilicen su inteligencia en ese sentido, y no para recaudar ganancias egoicas, con el único objetivo del lucro financiero, el lujo, el “aprovechar la vida”.
Lo que causa la pobreza es la riqueza, y el fin de la pobreza necesita, forzosamente, pasar por el fin de la riqueza, pero esto sólo va a ocurrir cuando los ricos lleguen a comprender que, más importante que ser rico, es anhelar que todos sean iguales y que la felicidad proporcionada por el deseo de crear la igualdad en la Tierra es infinitamente mayor que cualquier ganancia sólo para uno mismo y los suyos.

Pero el fin de la riqueza nunca llegará a través de la violencia; eso ya se ha intentado varias veces y nunca ha salido bien, pues los que asumen el poder ya se consideraban especiales y pasan a considerarse todavía más; con el tiempo también empiezan a desear ser ricos, empiezan a encastillarse cada vez más, ellos y los suyos, y después de un tiempo se convierten en los nuevos ricos y todo sigue igual.
El fin de la riqueza sólo ocurrirá con la evolución consciencial de la humanidad, cuando la sabiduría sobrepase a la inteligencia, cuando nos hagamos adultos de verdad; entonces sí, el objetivo principal de la vida será alcanzar esa utopía que habrá de hacerse realidad un día, cuando lleguemos al nivel de ancianos espirituales, sabios, fraternos, generosos, y las máximas de Jesús estén implantadas en la Tierra: "Tratar a los demás como queremos ser tratados" y "No hacer a otros lo que no queremos que nos hagan".
Ese día las Religiones ya no serán necesarias, el ser humano ya estará religado a lo Divino.



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