Del latín virtus, utis, que significa fuerza corporal, ánimo, valor, bravura, coraje, fuerza de alma, energía, buenas cualidades morales, mérito; veamos otras definiciones para la palabra virtud:
a. Minidicionário Aurélio: disposición firme para la práctica del bien; cualidad moral".
b. Houaiss: "cualidad del que se conforma con lo considerado correcto y deseable; conformidad con el Bien, con la excelencia moral o de conducta".
c. Aristóteles: "disposición adquirida para hacer el bien, que se perfecciona con la costumbre".
d. El Libro de los Espíritus - p. 893: " Hay virtud cada vez que existe una resistencia voluntaria a las solicitaciones de las malas tendencias".
e. Miramez en Horizontes da Vida: "Las virtudes son cualidades morales que el alma debe ejercitar cada día en provecho de su propia vida".
Conclusión: Las virtudes son cualidades morales del hombre, que deben ser despertadas, desarrolladas, cultivadas, ejercitadas. Pero ¿por qué?
Dios creó todo lo que existe: el universo, la naturaleza, la humanidad. Dios, que es el Bien y la Perfección absolutos, no crearía nada incompleto, imperfecto o defectuoso. Entonces, todo lo que Dios creó ha sido creado para el Bien, incluso la humanidad.
Esto significa que el ser humano, de naturaleza divina, fue creado potencialmente bueno, virtuoso, o sea, todos los hombres tienen latentes en sí mismos todas las virtudes necesarias a su progreso espiritual, a su verdadera felicidad.
Por tanto, desarrollar virtudes es, en realidad, desarrollar nuestra propia naturaleza, progresar espiritualmente, para alcanzar la felicidad que tanto buscamos, aun sin saberlo. Así, el desarrollo de las virtudes es una necesidad instintiva natural de todo ser humano. Aun inconscientemente, el hombre desea ser virtuoso, busca por instinto el cultivo de las virtudes.
Sin embargo, siendo tan natural, ¿por qué siempre se hace tan difícil despertar, cultivar, desarrollar, ejercitar las virtudes? ¿Será porque somos débiles? ¿Estamos sin la protección de Dios? ¿Somos incapaces?
No. Dios no ha creado nada para la imperfección, por tanto, lo tenemos todo para ser perfectos.
Sucede que durante mucho tiempo, por una cuestión de sobrevivencia, el hombre ha sido obligado a preocuparse más por el mundo material y las necesidades físicas, y su atención ha estado completamente vuelta hacia la búsqueda de alimento, abrigo, defensa, vivienda, etc. No le quedaba tiempo ni espacio para percibir y preocuparse por las cosas espirituales, ya que las materiales le tomaban todo su tiempo y energías.
Esto ha sido necesario durante algún tiempo, como parte del aprendizaje del hombre en el planeta. Era preciso que él conociese primero las emociones básicas desde el punto de vista material, concreto, tangible, para más tarde poder abstraerse y comprenderlas desde el punto de vista intelectual, filosófico y espiritual, conociendo también los sentimientos más elevados. Era sólo otro nivel más que debía alcanzar en su andadura evolutiva.
En esa intensa lucha por la sobrevivencia, las virtudes acabaron confundidas con cosas del mundo material, más objetivas y prácticas, como la fuerza y resistencia físicas, coraje para la lucha corporal, capacidad para estrategias de guerra, fertilidad, armonía estética, etc. Y, con las virtudes moldeadas por el enfoque exclusivamente material, el hombre acabó creando un mundo de lucha, competición y disputa, donde lo que valía era la ley del más fuerte, del ojo por ojo, del juego de poder y la acumulación de bienes.
Con el tiempo, entre tanto, su entendimiento aumenta y él alcanza una percepción instintiva de las cosas espirituales. Es su naturaleza latente para el bien lo que clama más fuerte. Y el hombre pasa a no satisfacerse ya solamente con las cosas materiales. Y esa insatisfacción comienza a originar vacío, culpa, arrepentimiento, malestar, mortificación de conciencia, incomodidad, pues el hombre empieza a darse cuenta de que algo le falta y que, quizá él tenga "defectos".
Comienza, entonces, la lucha interior del hombre contra sí mismo, la lucha moral, el conflicto consciencial del hombre viejo contra el hombre nuevo de que habla Pablo de Tarso en sus epístolas, y de que hablan otros muchos místicos y filósofos a lo largo de la historia. Esa es la batalla más ardua de todo ser humano, sin treguas, sin disimulos, 24 horas por día, sin posibilidad de fuga, pues tarde o temprano somos forzados a mirarnos frente a frente.
Es en ese punto cuando surgen la Religión y la Filosofía, como forma de encontrar alivio para el malestar interior y para el conflicto instalado en nuestra conciencia. En todas las Religiones vamos a encontrar referencias a las virtudes. Todas las Religiones reconocen el valor y la necesidad de cultivar virtudes, como cualidades de las personas de bien, como cualidades que es preciso cultivar para convertirse en personas de bien.
Ocurre que las Religiones, manifestaciones humanas que son, nunca fueron perfectas y, bajo la influencia de las culturas y la época en que están insertas, han acabado por dar a las virtudes definiciones particulares, distorsionadas, exagerando ciertas características, haciéndolas inaccesibles, difíciles de ser comprendidas o vividas por las personas corrientes, convirtiéndolas en cosas para santos, místicos, ángeles, iluminados, avatares, iniciados, misioneros, etc.
Así, las Religiones fallan y no consiguen explicar y sanar el conflicto vivido por el hombre, aliviando el malestar espiritual en que vive. No pudiendo alcanzarlas, ese hombre pierde el interés por las virtudes y vuelve a su estado materialista. Y ciertas instituciones religiosas, a su vez, erigidas y llenas de hombres tan en conflicto como el pueblo, recelosas de perder el control sobre sus fieles, crean mecanismos y leyes que sólo hacen aumentar la culpa, el miedo y la mortificación de la conciencia humana.
De ese modo, las virtudes, aparte de no ser comprendidas, son además desvalorizadas y prácticamente olvidadas, consideradas como utopías, cosas de gente ingenua, crédula e ignorante. Ser virtuoso se convierte en sinónimo de ser bobo e ignorante.
El hombre, harto de ir y venir, continúa luchando consigo mismo, intuyendo que hay algo equivocado, que falta alto, pero sin saber cómo corregirlo. Y en esa fase es donde nos encontramos hoy. El hombre moderno, por exceso de materialismo y por la decepción con las Religiones, ha perdido la referencia divina de su creación; pero al mismo tiempo, no se contenta con la referencia más animalizada y limitada de su pasado. No quiere volver a ser lo que fue y no es capaz de ver o comprender lo que puede llegar a ser. Con la falta de comprensión de su naturaleza divina y las distorsiones creadas con el paso de los siglos, el hombre continúa procediendo de forma equivocada, manifestando cualidades que en él se parecen cada vez más a defectos.
¿Qué son, entonces, los defectos? Los defectos no son más que manifestaciones de nuestra ignorancia en relación a nuestra naturaleza divina; son agresiones a esa naturaleza virtuosa latente, con que fuimos creados desde el principio; son agresiones a nuestra conciencia y al flujo del amor divino que está en nosotros y nos traspasa a lo largo de nuestra vida. Una vez que entendemos las virtudes como parte de nuestra naturaleza, aspectos naturales de nuestro carácter, potenciales divinos latentes en todos nosotros para nuestro triunfo espiritual, comprendemos que el único camino natural para nuestra felicidad es la práctica constante y consciente de esas virtudes, cesando el conflicto íntimo, el malestar, la insatisfacción.
La única y verdadera función de la virtud es fortalecer el espíritu para el camino hacia el progreso espiritual, reconduciéndonos a la posesión de nuestra naturaleza divina, liberándonos de nuestro pasado limitado por distorsiones, ilusiones y engaños.
Como dice Miramez en Horizontes da Vida, "la criatura virtuosa asegura una fuerza poderosa en su vida, que le hace alcanzar un bienestar indecible, en la intimidad del corazón. [...] La función de la virtud es la de liberar a las criaturas de las fatigosas sendas de las ilusiones y del torturador aburrimiento de las pasiones inferiores".
Así, nuestra actitud natural debe ser cultivar virtudes y no combatir defectos.
Cultivando virtudes, los defectos naturalmente dejan de existir, de forma gradual, pues no forman parte de nosotros. Son únicamente manifestaciones de nuestra ignorancia en relación a nuestra naturaleza; reflejo de nuestra agresión a nuestras características latentes naturales: las virtudes. Éstas sí, partes de nuestra esencia.
Es importante, sin embargo, que esa práctica de las virtudes no se convierta en obsesión, pues podría llevar a otro grave error: el fanatismo. La búsqueda de las virtudes ha de ser natural, gradual, sin sufrimiento, sin sacrificios, sin privaciones, represiones o imposiciones crueles. Lo cual no quiere decir que no implique algún sacrificio por nuestra parte. Para conquistar las virtudes tendremos que abrir mano de algunos intereses personales, de algunos apegos materiales, de algunas creencias arraigadas, de algunos conceptos equivocados, de algunas percepciones distorsionadas o egoístas. Pero todo de forma natural, sin necesidad de forzar nada, sin convertirnos en unos pesados, pelmas, fiscales o cobradores, para nosotros mismos o para quien quiera que fuese.
Tampoco debemos, en el ansia de alcanzar virtudes, volver la espalda a los defectos. Para poder evitar un peligro hemos de saber exactamente cómo es ese peligro, dónde está, cómo se comporta, cuándo se manifiesta, etc. Debemos tratar de conocer todos nuestros defectos para mejor emprender la búsqueda de las virtudes que les son contrarias, y no hacernos los ciegos e ingenuos, fingiendo no ver el peligro en que nos encontramos o cuán sujetos estamos aún a flaquear.
Y, principalmente, aceptemos nuestros eventuales defectos con naturalidad, sin decepción, sin desánimo, puesto que son características naturales de la fase en que nos encontramos ahora. Es preciso que manifestemos esos defectos para conocernos mejor y para saber cuáles son nuestras mayores necesidades. Sólo a través de nuestros defectos, percibidos de forma consciente o inconsciente, hemos podido llegar al momento en que nos encontramos hoy, aquí y ahora, cuestionándonos en busca de esclarecimiento, orientación y perfeccionamiento para nosotros mismos.
WebMaster é o Apelido que identifica os artigos traduzidos dos Associados ao Clube STUM, bem como outros textos de conteúdo relevante. Email: [email protected]Visit the author's website